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¡La decadencia moral está aquí!

La verdadera catástrofe del país está sucediendo en cada uno de los hogares colombianos y en cada una de las escuelas: es allí en donde se caen los edificios y colapsan los puentes.

Mayo 29, 2018

Será posible que existan algunos centenares o hasta miles de compatriotas ingenuos, desinformados o apáticos, entre los colombianos. Pero creer que toda la población nacional se traga el cuento de que somos víctimas de la mala suerte o de un signo desgraciado que nos castiga inmisericordemente como consecuencia de nuestros errores y pecados, es una verdadera infamia.

Permanentemente, uno escucha a los voceros del Gobierno Nacional, dirigentes políticos, empresarios de la construcción, voceros de las grandes corporaciones contratistas, bandas delincuenciales dedicadas a la minería ilegal que envilecen y contaminan nuestras fuentes hídricas y destruyen nuestros páramos o la gran industria, culpando a la naturaleza, a la ira divina, al azar o a los hados sobrenaturales por cuanta calamidad golpea al país y que, curiosamente, la mayoría de las veces, golpea a las familias más humildes y desvalidas entre toda la población nacional.

Nos ha pasado con la empresa de la construcción inmobiliaria en Medellín, Bogotá y Cartagena, con vías públicas en el Llano, Bogotá y el Sistema Vial Nacional durante la ola invernal del año pasado. Nos vuelve a pasar con la mega obra de la ingeniería nacional en el caso de hidro-Ituango, afectando una población de más de 25.000 personas, con el agravante de que esta vez se pretende enmascarar la situación, armando un carnaval de despliegue publicitario, tan descomunal y ridículo como nunca se ha presentado en la historia nacional, en el cual al lado de una información minuto a minuto, dando la impresión de interés y responsabilidad, se fomenta la morbosidad, el sensacionalismo, el show mediático sobre el drama del desplazamiento y bajo la amenaza del invierno inclemente y el avance de la inundación, se monta el sainete de la recreación, la instalación de carpas “increíblemente cómodas”, y el heroico trabajo de los comunicadores cubriendo la noticia.

La verdadera catástrofe del país está sucediendo en cada uno de los hogares colombianos y en cada una de las escuelas. Es allí en donde se caen los edificios, colapsan los puentes y se desbordan los diques que contienen las inundaciones. Nuestra educación produce cotidianamente miles de Mocoas, hidro-Ituangos y muchos horrores más grandes que toda la corrupción que se apropia del presupuesto nacional.

Existe, realmente, una carencia de idoneidad profesional de nuestros técnicos, especialistas y contratistas. Pero es más grave la carencia ética de nuestra ciudadanía, y no se trata del efecto perverso generado por la voluntad de los educadores como respuesta al maltrato recibido desde el Estado, se trata del resultado de un proceso incoherente, improvisado, desfinanciado y carente de eficacia, que no puede generar nada diferente de fracaso, mediocridad y apatía.

Se trata también del resultado de una política social asistencialista y garantista extremada y equivocada, en materia de derechos sin que existan como contrapeso controles ni exigencias en cuestión de deberes sociales para la ciudadanía, situación que socava la justicia, mina la autoridad y desestimula la responsabilidad y el esfuerzo personal, obstruyendo la posibilidad real de construir un proyecto democrático dignificante y justo.

Pero la responsabilidad no radica en el Estado. Radica en toda la sociedad que lo elige y acepta sus propuestas de sociedad desigual y desarrollo inequitativo, sus prácticas de administración corrompidas y su política educativa mediocre y carente de pertinencia para generar progreso, democracia, justicia y bienestar.

Estamos en un círculo vicioso en el que todos somos culpables y responsables de lo que nos ocurre. Pero, quienes votamos, seguimos eligiendo los mismos dirigentes, los mismos partidos, los mismos programas y haciendo cada cual las mismas prácticas, mientras en el otro extremo, la inmensa masa de la población colombiana (más del 60% del electorado potencialmente habilitado para sufragar), mantiene una actitud apática e irresponsable al no asumir su compromiso: “sólo participando, estaremos produciendo el camino que la nación necesita”.

Si no tenemos el valor civil para educar, por el ejemplo, por lo menos empecemos por formar a nuestros hijos construyendo hogares de respeto y comprensión en que los actos tengan más valor que las palabras, y el afecto sea un incentivo más poderoso que la fuerza, la rabia y el enojo, a la hora de corregir.

Donde la palabra ‘padre’ no signifique violencia, ni el amor sea sinónimo de permisividad o carencia de autoridad. En fin, un hogar en el que el dialogo y los argumentos reemplacen a los gritos y los golpes, en donde austeridad no signifique miseria, ni la responsabilidad se confunda con el despilfarro.

Que tenga principios, normas, hábitos y organización. En donde cada cual tenga roles específicos y se realicen acuerdos, se construyan consensos y se hagan planes y proyectos susceptibles de realizar, evaluar y enseñar a otras familias. Una familia que se parezca a una escuela ideal, para que la escuela llegue a parecerse a una familia real.

Hacer de esta verdad un aprendizaje interiorizado por todos y cada uno de los colombianos, y lograr moverlos a actuar en consecuencia, constituye la diferencia entre la situación actual y la posibilidad real de transformar a Colombia.  


Imagen Photo de Negocios creado por jannoon028

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Educador colombiano.
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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.