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Una falsa felicidad

Dicotomía peligrosa entre felicidad y sabiduría. La calidad educativa no pareciera estar reconocida como un estándar de felicidad por los jóvenes en Bogotá.

Febrero 16, 2015

“Jóvenes bogotanos prefieren primero ser felices y luego sabios”. Este es el titular de una noticia que en días pasados fue publicada en un diario del país. El titular daba paso a la descripción de los resultados de un estudio que  la Secretaría de Educación (SED) y El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) realizaron con el objeto de construir, con la participación de la ciudadanía,  un concepto de calidad que sea un referente básico para el diseño, la ejecución y la evaluación de la política pública.

Este estudio viene a acompañar las definiciones de calidad educativa que se vienen elaborando desde hace varios años, cuando Colombia abandonó la dicotomía entre cobertura y calidad y se dejó de pensar en esta última como una categoría  excluyente que debía conseguirse solo después de haber alcanzado la cobertura plena.

El afortunado viraje conceptual  que tuvo el sector educativo nos sumió en una discusión que parece no tener fin sobre lo que es la calidad y, en consecuencia, sobre cómo debe medirse. La falta de consenso al respecto y la necesidad de identificar errores y señalar culpables, ha generado que centremos la atención en la legitimidad de una u otra medición, olvidando lo verdaderamente importante: la calidad de la educación en Colombia es mala.  Cualquiera que sea la definición y el instrumento de medición utilizado, el resultado es el mismo.

Si nos medimos con pruebas internacionales ocupamos los últimos puestos. Si lo hacemos  con las nacionales, los bajos logros son evidentes y las brechas entre sectores y poblaciones son escandalosas. Si nos medimos con definiciones menos “duras” encontramos que el sistema educativo forma ciudadanos que construyen una  sociedad inequitativa, corrupta,  violenta, excluyente e intolerante.

Y en medio de este desolador contexto, empezamos a encontrar unos imaginarios perversos que nos acercan a otra falsa dicotomía entre sabiduría y felicidad. Corremos el riesgo de creer que lo estamos haciendo bien, pues según el resultado de unas mediciones internacionales, Colombia ya es en la actualidad uno de los países más felices del mundo. Es obvio que los jóvenes bogotanos, o de cualquier otro origen, no prefieran ser primero sabios si la otra opción es la felicidad. El problema es que estas no son categorías comparables y, mucho menos excluyentes. ¿Acaso no hay felices sabios? ¿Acaso la sabiduría no es un camino a la felicidad?

El estudio de la SED y del PNUD es un estudio  respetable que hace importantes aportes al tema de la calidad educativa. Lo que es peligroso es que a la ciudadanía se le trasmita la falsa creencia de que el único camino que tiene los jóvenes para ser felices, es el acercamiento a las artes, para que a través de ellas crezca su autoestima y se sientan reconocidos en algo positivo.

Debemos tener claro que las artes son una forma de conocimiento que lleva a la sabiduría. Estas son importantes pero también lo son las ciencias básicas y las sociales, las matemáticas, la escritura, la lectura, la tecnología y el inglés. Todo el conocimiento es importante. Y los estudiantes y los padres de familia debemos exigir buenos resultados en todas las áreas. No nos podemos conformar con la ilusión de una felicidad lejana al conocimiento.

¿Por qué escoger entre ser felices o ser sabios? Exijamos un sistema educativo de calidad que forme colombianos tan felizmente sabios que sean capaces de construir una sociedad diferente, donde los niños no sean reclutados para el conflicto armado, ni abandonados, ni torturados, ni asesinados. Esa si será la verdadera felicidad.

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Economista experta en educación.
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Luis Fernando Burgos
Gran Maestro Premio Compartir 2001
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