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Clase de historia

Juan Gustavo Cobo recuerda  aquellas clases que lo  trasnportaban a Nínive, Babilonia y Egipto; aquel viejo atlas, lo recio del caracter de su profesor, la pasión con este enseñaba historia universal al punto de convertirlo en un lector de la vida.

Mayo 16, 2015

Para quien se define, ante todo, como lector, lector que escribe libros sobre cuanto ha visto y leído, qué atmósfera más propicia para descubrir su vocación que el Liceo de Cervantes de la calle 82 en Bogotá, dirigido por los padres agustinos. San Agustín y sus Confesiones, donde una voz de niña o niño le ordenó: “Toma y lee”, para descubrir su camino, y la pluma de Cervantes iniciando las aventuras de su jovial caballero, desbordado de sueños, con un “Desocupado lector” en la dedicatoria del mismo. Allí estaría entonces, con su figura de Quijote, el cuerpo flaco y las mejillas hundidas, el padre Ismael Barrio Méndez.

Venía de Zamora (España), había estado en el convento de San Lorenzo de El Escorial y había participado en la guerra civil española como artillero, de seguro en el bando que encabezaba el general Franco. Mi padre, Juan Fernando Cobo Cayón, también había estado en dicha guerra, en las mismas batallas del Ebro y Teruel, pero en el bando republicano, como seguidor de Manuel Azaña.

El padre Ismael, en marzo de 1943, según reza su oficio de destino, iría a las Misiones del Vicariato Apostólico de San León del Amazonas, en Iquitos (Perú). La región del Amazonas y el río Negro, escenarios de La vorágine y La casa verde, donde permanecería hasta 1952, cuando enfermo fue trasladado a Lima y más tarde, en 1957, a Bogotá.

Este severo pero a la vez irónico profesor de historia universal era de un orden puntilloso en su cuaderno de calificaciones, siempre en clave, pero a pesar de su enfermedad y su tema de clases, tenía otro mundo: un taller de carpintería donde restauraba pupitres rotos y marcos de ventanas en ruinas. Tenía también vocación de archivero y cronista, pues así lo corrobora su título de “Cronista Provincial”. Aún conservo el libro de Historia Universal con que nos dictaba sus clases; aún pienso en Nínive, Babilonia y Egipto, resurgiendo bajo sus palabras; aún acompaño a un joven iluminado, Alejandro Magno, que llegaría hasta la India, extendiendo lo que su maestro Aristóteles le había enseñado: la civilización griega. Grecia e Israel, a través del puente de España, arribando a un barrio, El Retiro, en Bogotá, donde este hombre sabio, conforme consigo mismo, era capaz de iluminar todavía a sus alumnos con las gestas y catástrofes de la historia universal. Una clase que nunca podré olvidar.

Juan Gustavo Cobo

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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.