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Fabricantes de alas

Maestros que dieron a Álvaro Restrepo las alas que lo han sostenido en el aire, alimentando sueños y proyectos de vida

Mayo 26, 2015

“Mi mejor maestro fue aquel que me enseñó a enseñarme a mí mismo…”.

Despertar el “espíritu maestro” debe ser la tarea de la educación. El maestro socrático es una especie de “maya”: ayuda a dar a luz, ayuda a parir, a parir-se, a gestar-se,  a alumbrar-se.

El maestro es un fabricante de alas. Pese al amor que siente por su discípulo -eros pedagógico-, está preparado para ver partir a quien ha esculpido con dedicación.

Nombraré a mis rev/beladores para agradecerles las alas que me han sostenido en el aire de mis sueños y proyectos de vida:

Mi tía abuela Maruja de León, por enseñarme el vínculo entre arte y espiritualidad. Mi padre, por ayudarme a ser quien soy, a pesar de sus designios. Mis hermanas, cómplices de una infancia difícil. Gonzalo, mi hermano sordomudo por su silencio de árbol/caracol. Mi madre, por su dulzura.

Mis maestros de piano: Hilda Pacce, por su fe en mi talento; Clarita Correa, por su amor y humor violento; Arnaldo García, por liberarme de las fauces del teclado y por enseñarme a pensar. Mi condiscípulo Carlos Hernández, en el tortuoso Colegio San Carlos, por sus lecciones de lealtad.

Mis dos amigos/hermanos de adolescencia, Pablo Mora y Juan Luis Figueroa por despertar la conciencia hacia los dolores de nuestro maltrecho país.

María Eugenia Arango, profesora de literatura, por infundirme amor hacia el conocimiento. Rubén Jaramillo, por enseñarme a leer a Descartes en las paredes del mundo. Tito de Zubiría, por sus ojos azules llenos de poesía.

El padre Javier de Nicoló, por revelarme que sólo una vida de servicio vale la pena. Papá López, ex policía juvenil, por ayudarme a entender el alma del niño de (en) la calle. José Leonardo Serrano, niño guerrero de la calle, por enseñarme hasta qué punto un niño es capaz de tomar las riendas de su vida

Rosario Jaramillo, “maya” de mi danza y mi cuerpo. Cántara Camargo y Patricia Díaz por enseñarme a ser en el escenario. Cuca Taburelli, por abrirme los múltiples ojos del cuerpo. Jennifer Muller, por enseñarme a imitar el movimiento como un niño. La descomunal Martha Graham por ser quien era. Anna Sokolow, por señalarme el  momento en que se debe “matar” al maestro.

Cho Kyoo Hyun, mi compañero coreano, fabricante de alas por excelencia.

Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, quienes con su escritura de oro me enseñaron a renombrar el mundo.

Mi gato Inmaculado, por ayudarme con su modestia a comprender la pequeñez humana.

Marie France Delieuvin, compañera del sueño realizado de El Colegio del Cuerpo (eCdC), por su elegancia y temple.

May Posse, Wilfran Barrios y demás cuerpos colegiados de eCdC, con quienes a diario construimos nuestro quehacer pedagógico.

Leopoldo J. Combariza, mi cómplice espiritual.

Mis discípulos de eCdC, quienes a diario me recuerdan lo que Paulo Freire nos enseñó: nadie se educa solo.

Álvaro Restrepo

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