La geometría, lenguaje de la naturaleza

De niño me di cuenta que me gustaban las matemáticas, pero no fueron los profesores del colegio quienes me estimularon a estudiarlas. Mi padre me compraba algunos libros. Unos amigos de la familia, un poco mayores, me prestaban los suyos. Entre ellos estaba quien fue mi profesor en el manejo de la regla de cálculo.

Existía en Manizales una pequeña biblioteca.  La directora sabiamente creía que para atraer a los lectores había que poner los libros al alcance de la mano, y en esta forma se podían buscar, sin censura, libros didácticos, y otros más interesantes para los preadolescentes. Mi padre y la bibliotecaria me enviciaron a la lectura y me enseñaron a ser autodidacta.

En la Universidad de Caldas, un profesor, Armando Chávez, marcó el rumbo definitivo para dedicarme a la ciencia. Chávez enseñaba geometría clásica con pasión y amor, creía que la geometría era la vía real del conocimiento, y me enseñó el placer que se obtiene al hacer una demostración o resolver un problema. Consideraba que la historia de las matemáticas estaba condicionada a solucionar los tres problemas de la geometría griega; aún hoy sigo estudiando demostraciones sobre la imposibilidad de resolverlos. Por supuesto, cambié de carrera al finalizar el semestre. Desde entonces no he abandonado la matemática. Cuando estudié física teórica recordé que la geometría es el más adecuado lenguaje de la naturaleza, como lo proclamaban Galileo y mi profesor Chávez.

Muchos años después quise reunir a los profesores que han marcado mi carrera: Jaime Lesmes, en análisis; Juan Manuel Tejada, en relatividad general; Diógenes Campos, en mecánica cuántica; Gabriel Trujillo, en gastronomía. A la nostálgica cita no nos acompañó Chávez: había muerto unos meses antes.

José Fernando Isaza