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No hay metales imposibles de doblar

Mercedes Salazar aprendió de su maestro Antonio Núñez que en la vida no hay metal más fuerte que el metal de los sueños

Mayo 24, 2015

En el Instituto Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México, pasaba las mañanas aprendiendo diferentes técnicas de joyería. El taller de enfrente era el de escultura en metal. Su profesor, Antonio Núñez, conocido como el maestro Toño, escogía muy bien a sus alumnos. Pocos formaban parte de su taller. Durante varios meses le pedí que me dejara entrar a sus clases de la tarde, y siempre me respondía con una sonrisa irónica: “Eres una niña fresa, aquí sólo los machos pueden doblar el metal”.

Obtener el segundo lugar en un concurso de una fundación austriaca que envió al instituto huevos de avestruz para su intervención con arte popular mexicano, logró que el maestro Toño me aceptara en sus clases. 

Él me enseñó a enderezar varillas de hierro, a soldar y a pulir mientras me contaba historias de México, de su vida, de su alumna Magdalena, treinta años menor que él, y ya en ese entonces su esposa y asistente en el taller. De ellos aprendí el ritual de decorar calaveras para la celebración del Día de Muertos, el 1° de noviembre.

Aprendí que no hay metales imposibles de doblar ni sueños que no se puedan alcanzar. Hoy, mirando por la lente de la memoria, no logro ver claramente a Toño como un maestro; lo siento más como una linterna que me alumbró un camino, y algo de nostalgia palpita en alguna parte de mi corazón cuando pienso en un overol azul, unos guantes de carnaza y un martillo.

Mercedes Salazar

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Laura María Pineda
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