La escuela reclama maestros creativos que conviertan “lo que nos está pasando” en laboratorio para resignificar nuestro estar en el mundo y cuestionen nuestra relación con el planeta.
Si algo ha producido esta pandemia ha sido la fractura de todos los rituales que hemos cuidado con celo, para que nuestros niños y jóvenes interioricen las bondades del viaje por la vida.
El anclaje en los procesos de aprendizaje es el mejor aliciente para los chicos y ocupa creativamente sus mentes, por ello son los maestros los llamados a ponerse la camiseta de la vida.
Es la oportunidad para demostrar que no somos ajenos a los cambios que empuja este confinamiento, que creíamos transitorio y estamos dispuestos a propiciar espacios de reflexión pedagógica.
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.
Es importante tomar lo doloroso, lo escabroso, lo execrable que ha sacado a flote esta pandemia, para transformarnos y hacer parte de la construcción de un mundo nuevo.
En mi país, lo público no es de todos, le pertenece a una tríada compuesta por: contratistas funcionarios públicos y políticos corruptos, constituyen un verdadero concierto para delinquir.
Una oportunidad para resaltar una comunidad que brilla en algunos oficios por razones de inequidad social y la imposibilidad de acceder y permanecer en el sistema educativo.