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Crisis STEM (o CTIM): ¿mito o realidad?
Nuestra sociedad es sumamente heterogénea, dinámica, inmediata y provisional, en un grado que dudo que alguien pudiera concebir hace quince años.
Hemos de admitir que los anglosajones tienen un sentido práctico que no solemos superar en otras latitudes. De algún modo, ya lo apuntaba Max Weber en su conocida obra “La ética protestante o el espíritu del capitalismo”. Ciertamente, transmitir conceptos es un aspecto crucial para la difusión del conocimiento y de la innovación en el mundo moderno. Y ahí la lengua inglesa muestra innegables capacidades.
El acrónimo STEM, referente a “Science, Technology, Engineering and Mathematics”, se ha impuesto en los últimos años para denotar los ámbitos del conocimiento que sostienen al moderno capitalismo postindustrial, propio de la sociedad de la información y del conocimiento. Y con tal acrónimo se ha difundido una preocupación: la “STEM Crisis” o carencia de vocaciones y profesionales en tales áreas entre la Generación Y de los milenials, esto es, los aproximadamente nacidos entre 1980 y 2000, y la aparente carencia vocacional en la Generación Z de los postmilenials, nacidos a partir de entonces.
Añade a la virtud del concepto el hecho que STEM significa ‘tallo’ o ‘tronco’ en inglés, enfatizando la referida función de soporte. Confío en la indulgencia del lector, por no haber sido capaz de encontrar mejor título plenamente escrito en la lengua de Cervantes. Al tiempo le sugiero una rápida búsqueda en Internet de “STEM Crisis”, cuyo resultado, sin duda, le persuadirá de que estamos ante un importante debate, al menos, en EEUU y el mundo anglosajón.
También en Alemania, aunque en este caso el acrónimo usado es MINT, donde la “I” se refiere a informática y la “N” a ciencias Naturales. Se ha propuesto la utilización en español del acrónimo CTIM, con idéntico significado pero que por sí nada significa en nuestro idioma. A mayores, como fácilmente mostrará un rápido ejercicio con un buscador de Internet, no encontrará gran cosa el lector bajo esa denominación, ni mucho menos estudios o estadísticas que le ayuden a entender la situación ni la posición, si es que la tienen, de autoridades y diseñadores de políticas públicas. De todas formas, en lo que sigue, utilizaré ambos acrónimos, STEM y CTIM, de forma indistinta.
Países latinos
Como suele suceder en cuestiones de gran alcance, la opinión no es pacífica. Hay quienes, efectivamente, afirman que no hay tal crisis o, al menos, que no tiene la relevancia que se le pretende atribuir. Sin embargo, son muchos los que piensan —pensamos— que, ciertamente, vamos a afrontar carencias profesionales en los próximos años por haber sido incapaces de estimular a los jóvenes en las disciplinasCTIM.
Lógicamente las manifestaciones y efectos de tal crisis serán diferentes en las distintas sociedades, según sea su estructura productiva. Tristemente los países latinos, en general, y España, en particular, muestran una sostenida incapacidad de procurar empleos atractivos para tales profesionales por su falta de desarrollo industrial. De modo que, aunque experimentando también la caída vocacional en disciplinasSTEM, surten las carencias de profesionales en otros países con mayor desarrollo de la economía del conocimiento. ¿Significa ello que los países latinos no deben preocuparse por la crisis CTIM? En absoluto. Como intentaré argumentar, se exponen a una futura carencia profesional que amenazará con lastrar sus expectativas de desarrollo económico.
Hemos de reconocer que es, cuando menos, paradójico, que nuestra sociedad, dependiente de la ciencia y la tecnología hasta unos extremos inimaginables hace sólo pocos años, pueda estar preocupada por una escasez de profesionales CTIM. Sin embargo, creo que es fundamental analizar las características psicosociales de cada generación de jóvenes para adecuar la oferta formativa profesional a sus preferencias y expectativas. Dicho de otro modo: si queremos tener jóvenes motivados en disciplinas de innegable interés para su futuro profesional, para la futura prosperidad económica y, por cierto, para el aseguramiento de nuestras pensiones, hemos de reconocer que el mundo en el que desarrollan su juventud es muy diferente al que fue el nuestro.
Situación paradigmática de las ingenierías
Especialmente llamativo me parece el caso de las ingenierías, cuyo estudio en España siguió desde sus inicios, a mediados del S. XIX, y durante todo el S. XX un modelo inspirado en las Grandes Écoles francesas. De hecho, el acceso a las entonces llamadas Escuelas Especiales era en extremo complicado. En los años cincuenta del siglo pasado, los jóvenes estudiantes tenían que hacer un durísimo examen de ingreso, que preparaban en academias extrauniversitarias, acceso que a partir de los años sesenta se llevó a cabo mediante cursos selectivos universitarios, también de extraordinaria dureza.
Todavía en los años ochenta persistía en las escuelas técnicas superiores de ingeniería esa mentalidad de hacer particularmente duros los dos primeros cursos con un objetivo selectivo. Recuerdo muy bien la consulta que mis padres cursaron a un amigo, profesor de Universidad, en relación a mi aspiración de cursar estudios de Ingeniero de Telecomunicación, en aquellos momentos sólo existentes en Madrid y en Barcelona, y, sobre todo, su respuesta:
“Más que una carrera universitaria va a hacer una carrera de obstáculos”.
Es cierto que entonces había una oferta de plazas universitarias muy inferior a la actual, pero, aún con todo, esto no explica la alta demanda relativa que tenían las ingenierías, tanto más considerando el carácter fuertemente disuasivo que el ingreso y primeros cursos podía tener para muchos estudiantes. Ello contrasta con la situación actual, donde el ingreso en las ingenierías ha dejado de ser una barrera, y ya no existe ese propósito selectivo en los primeros cursos. Buena muestra son las bajas calificaciones exigidas en la actualidad en España, de forma muy generalizada, para el acceso a tales carreras, si uno las compara, por ejemplo, con los estudios de medicina o de enfermería. Indudablemente, esto es manifestación de una baja demanda relativa de los estudios de ingeniería. La cuestión es:
¿Por qué han dejado de ser sexys las ingenierías?
Vías aferentes
Hay que considerar que el modelo tanto de las Grande Écoles como de las Escuelas Especiales era sustancialmente elitista, no sólo por la dificultad en el acceso, sino también por conferir una elevada reputación social a los ingenieros, profesionales necesarios para la modernización de las infraestructuras del país y cuyo número era escaso.
Los nuevos puentes, carreteras, medios de locomoción y de telecomunicación, industrias y demás elementos del capitalismo industrial le daban un protagonismo especial, en sociedades mayormente campesinas y proletarias, a los profesionales que los hacían posibles.
Indudablemente había un aliciente especial en ser ingeniero, y ello servía de estímulo a los jóvenes aspirantes. No podemos olvidar tampoco que el sistema de valores de las sociedades occidentales era razonablemente homogéneo, conformado por la realidad más local de cada cual y por unos medios de comunicación limitados tecnológicamente en su número y en su capacidad de difusión.
Recuerdo perfectamente cuando llegó a Canarias la Segunda Cadena de TVE. Hasta entonces todos los chicos y chicas de mi generación comentábamos con los compañeros del colegio los mismos programas televisivos, pues no había opción para que todos no viéramos los mismos. Teníamos menos vías aferentesde socialización: nuestros padres, familiares y compañeros, conversaciones telefónicas con esos mismos compañeros, para desesperación de nuestros padres (no había tarifas planas, sino que se pagaba por hablar), uno o dos canales de televisión, la radio, unas pocas opciones en las carteleras de los cines, y la lectura, bien fuera de novelas, bien simplemente ojear el periódico y revistas.
¡Incluso escribíamos cartas!
Sí, esas que se escribían en varias hojas de papel y se introducían en un sobre con un sello, para después llevarlas a un buzón y que el receptor las leyera una semana más tarde. A estos medios se les han unido una oferta infinita de canales de televisión, la posibilidad de ver todas las películas imaginables, de escuchar toda la música o la radio (no sólo emisoras locales) desde cualquier sitio donde se esté, la interacción continua a través de las redes sociales digitales, en un formato plenamente multimedia, intercambiándose voz, texto, imágenes, vídeos… Tristemente, no parece haber habido un paralelismo con el voraz consumo de tales contenidos, al compararlo con la lectura y la escritura mínimamente reflexiva.
La crisis CTIM o STEM
Nuestra sociedad es sumamente heterogénea, dinámica, inmediata y provisional, en un grado que dudo que alguien pudiera concebir hace quince años. Pensar que las motivaciones, planteamientos y pensamientos, que antaño llevaban a los jóvenes a tomar ciertas decisiones, pueden trasladarse al día de hoy es una quimera condenada al fracaso. Se vive a ritmo de whatsapp. Cierto, no me gusta la cultura de la inmediatez superficial y de la provisionalidad más fugaz, pero hemos de atender a la realidad de nuestro tiempo y no a otra. Tenemos que aprender a gestionar esta realidad para aprovechar su enorme potencial, y evitar, en la medida de lo posible, sus inconvenientes. Y, como en los restantes aspectos de la vida, esto tiene y tendrá un efecto directo en el sistema educativo al condicionar la aproximación que nuestros jóvenes van a realizar a sus estudios.
Cuando uno revisa las posiciones relativas a la crisis STEM, halla posturas encontradas en cuanto a la futura carencia de profesionales con tales capacidades. Sin embargo, hay un punto de acuerdo prácticamente absoluto:
Las capacidades CTIM, en general, y digitales, en particular, del conjunto de la población y de los estudiantes son muy inferiores a las que serían deseables en una sociedad del conocimiento.
Hay una aparente falta de curiosidad científica y tecnológica entre los jóvenes (y entre muchos mayores), si bien usan constantemente una tecnología sumamente avanzada. ¿Cómo es posible? La razón es simple: Las modernas tecnologías son enormemente sofisticadas, pero su uso es muy sencillo y adictivo. Tenemos en nuestras manos dispositivos tecnológicos de una inmensa complejidad, pero cuyo manejo es trivial y viciosamente entretenido. Esa es, de hecho, la clave de su éxito. Y es ese uso superficial y simplón el que convierte la realidad en lesivamente provisional, inmediata e irreflexiva, sin perjuicio de que las formas de relación e interacción social, actuales y futuras, nunca serán comparables a las de un pasado por el que no debemos de sentir nostalgia. Simplemente (como vemos, no lo es tanto) tenemos que entender y saber gestionar la revolución tecnológica. El sistema educativo es clave para el éxito.
Pienso que tenemos no una, sino tres, crisis STEM o CTIM, que no debemos confundir:
- Falta de cualificación CTIM del conjunto de la población, particularmente de los jóvenes.
- Aparente caída en la demanda de estudios CTIM, con la consecuente reducción de estos profesionales.
- Riesgo en el futuro próximo de que las empresas no encuentren suficientes profesionales CTIM, con el consecuente impacto en el crecimiento económico.
Falta conocimiento general STEM/CTIM
Personalmente pienso que la más preocupante es la primera de las tres crisis mencionadas. Si vivimos en una sociedad de la información construida sobre la ciencia y la tecnología, casi resulta una afirmación tautológica decir que el conjunto de la población debiera tener unas capacidades mínimas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, con especial atención a las tecnologías digitales. Pero hay una falta de conocimiento generalizado en nuestra sociedad en cuanto a sus fundamentos más elementales.
Habríamos de entender que la ciencia y la tecnología forman parte de la cultura de nuestro tiempo, que necesitamos conocerlas si queremos convivir con ellas adecuadamente. Y no me refiero a los profesionales directamente vinculados a estos campos. Me refiero a todas y cada una de las personas. Una cualificación mínima en matemáticas y finanzas es necesaria para sobrevivir como simple consumidor en la economía moderna ¿O no es importante entender la hipoteca que se firma para comprar la vivienda familiar? ¿O ser capaz de evaluar con un mínimo rigor la marcha y perspectivas del propio negocio? ¿O cómo invertir los ahorros?
También es importante tener un conocimiento básico que permita tener una posición propia ante cuestiones bioéticas, intrínsicamente complejas, que pone ante nosotros la moderna biotecnología. Y para tener un criterio en relación a cuestiones como el suministro energético, las opciones que lo hacen factible y los costes económicos y medioambientales que comportan. ¿Acaso no tenemos que enfrentarnos a información compleja relativa al estado de salud nuestro o de nuestros familiares? La toma de decisiones informadas, absolutamente determinantes para las personas y la sociedad, necesita una mínima formación que permita entender la situación que se nos presenta ante los ojos. Todo ello, por cierto, con una implicación práctica innegable para favorecer o impedir unos modelos económicos en relación a otros a través del debate público y político.
Probablemente una de las cuestiones más contradictorias de nuestro tiempo es el bajísimo grado de cualificación digital de la mayor parte de la población, también de nuestros jóvenes. ¡Pero si mis hijos están constantemente chateando! ¿Cómo no van a tener destrezas digitales? ¡Si son nativos digitales!
Analfabetos funcionales digitales
Cierto, son nativos digitales y seguro que no se despegan del terminal móvil. Pero con elevada probabilidad son también analfabetos funcionales digitales. Igual que quien une palabras sin entender lo que lee, y sin capacidad de escribir sus pensamientos con una mínima consistencia, está en el límite del analfabetismo convencional, quien es capaz de twitear, whatsappear, poner un post en Facebook, o interactuar en Instagram y no es capaz de entender mínimamente el alcance, posibilidades y riesgos de esas herramientas está también en el límite del analfabetismo, en este caso digital.
Y es simplemente porque están perdiendo una inmensa gama de posibilidades para aprovechar más y mejor las posibilidades de la sociedad de la información, sin exponerse a sus riesgos, que también los tiene. Las tecnologías de la información ofrecen enormes posibilidades para el ocio, el trabajo, los negocios, las relaciones sociales, la educación, el aprendizaje… pero también pueden convertir a sus usuarios en seres superficiales, reactivos a una infinitud de continuos estímulos sucesivos, inconexos e irrelevantes y, consecuentemente, en personas incapaces de centrar la atención ni la reflexión.
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