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Historia, memoria y educación: ¿Es posible consolidar una cultura de paz en Guatemala?

Uno de los ejes del proceso de paz de en este país, en los años 90, fue la propuesta de una reforma educativa que previniera un conflicto en el futuro. Las intenciones fueron buenas, la ejecución se quedó corta. 

Julio 13, 2017

La publicación Learning peace: Transitional justice and education está disponible de forma gratuita en inglés en los portales de UNICEF y del ICTJ. En los próximos meses, Palabra Maestra publicará semanalmente un resumen de algunos de los capítulos de cada sección de la publicación que exploran la relación entre la justicia transicional y la educación.

A continuación, el resumen del capítulo “Historia, memoria y educación: ¿Es posible consolidar una cultura de paz en Guatemala?” de la primera sección de la publicación, titulada “La reconstrucción de la educación en el post-conflicto”.

Gustavo Palma Murga analiza la enseñanza del pasado violento en Guatemala, tarea que figuró entre las recomendaciones que hizo la comisión de la verdad en su informe final. Palma explora la forma en que se caracteriza el conflicto interno como una “cultura de violencia” en los currículos y los materiales escolares y la brecha que esto crea entre lo que los estudiantes aprenden en el aula y la realidad que afrontan por fuera de la escuela.

El conflicto armado interno en Guatemala comenzó en la década de 1960 y terminó en 1996 después de un proceso de negociación que duró más de diez años. El acuerdo de paz final dispuso una serie de cambios en las políticas económicas, sociales, y culturales del país. Entre estas, dos fueron especialmente significativas para el sector educativo: el acto legislativo que creó la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas (AIDPI).

Por un lado, una de las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) fue que el Estado debía, de manera directa y amplia, difundir los hallazgos relacionados a actos violentos que se dieron durante el conflicto a través del sistema educativo como garantía de no repetición. Por otro lado, el AIDPI contemplaba una reforma educativa que contribuyera a la erradicación de la discriminación que sufrió la población indígena antes de y durante el conflicto.

En gran medida, la reforma al sector educativo que resultó de los acuerdos de paz en Guatemala estuvo basada en las recomendaciones de la CEH. Además de exigir que el gobierno difundiera su informe final, la CEH recomendó que se promoviera una cultura de respeto mutuo y hacia los derechos humanos, que beneficiara a todos los sectores culturales e ideológicos del país. Recomendó la revisión de los currículos de educación primaria, secundaria y superior para que se enseñara a todos los estudiantes “las causas, el desarrollo y las consecuencias” de la “confrontación armada”, así como la enseñanza de los contenidos de los acuerdos de paz utilizando pedagogías y estrategias pertinentes a la edad de los estudiantes y de tal forma que contribuyan a la promoción de ambientes de tolerancia y respeto.

El CEH dio una importancia especial a la construcción y a la enseñanza de la memoria histórica del conflicto. Según el informe final “la memoria histórica, individual y colectiva, es el sustento de la identidad nacional. La memoria de las víctimas es un aspecto fundamental de la memoria histórica, a través de la cual se recuperan los valores y la lucha por la dignidad humana” (CEH, Guatemala memoria del silencio, vol. 5, 61–62.)

Para Palma Murga, la comisión encargada de esta reforma institucional educativa tuvo varios aciertos, entre estos la promoción de las culturas de paz. Sin embargo, la reforma en gran parte excluyó la recomendación específica de la CEH de la enseñanza del pasado reciente del conflicto como garantía de no repetición.

Por ejemplo, el documento Diseño de la Reforma Educativa se centra en cuatro ejes: identidad, formación en valores, promoción de los derechos humanos y culturas de paz. No obstante, el documento no hace referencia a la promoción de ningún tipo de relación entre la historia, la memoria y la reparación de las víctimas.

Es así como el documento recomienda la enseñanza de competencias y habilidades relacionadas a la paz, sin cuestionar en ningún momento de manera crítica por qué estas son importantes en el contexto guatemalteco. Este tipo de reflexión crítica no solo ayuda a construir una memoria histórica del conflicto pluralista y matizado, sino que también puede llevar a la transformación de los comportamientos de las nuevas generaciones.

Esta aversión al trato de estos temas en las aulas se ve reflejado en los contenidos de los libros escolares emitidos por el ministerio de educación. En estos el conflicto se menciona dentro de una serie de corrientes ideológicas mundiales que llevaron a conflictos armados internos, específicamente en Centroamérica, como consecuencia de la guerra fría. En las breves alusiones que se hacen al conflicto, este se presenta como una lucha entre “dos demonios”, los militares contra los grupos guerrilleros, pero no se hace ninguna mención de la población civil víctima ni se hace referencia al genocidio contra la población indígena señalado por la CEH. Estos libros terminan por presentar el conflicto como una ocurrencia que fue el resultado de la cultura de violencia de la época, que terminó con los acuerdos de paz, la reforma del sector militar y la reincorporación a la vida civil de las guerrillas.

Ante la ausencia de un trato juicioso de la memoria histórica desde las aulas en Guatemala, el autor hace una distinción entre la “formación” que se les ofrece a los estudiantes en valores de convivencia y la “información” que se les brinda acerca de la historia del conflicto. La primera los involucra a través de metodologías participativas donde los estudiantes pueden poner en práctica esos valores inmediatamente. La segunda, en cambio, es un ejercicio pasivo. La enseñanza crítica y participativa de la historia de un conflicto reciente es igual o más importante que la formación en valores. Esto ya que, de lo contrario, la escuela puede perder su credibilidad ante los ojos de los estudiantes, ya que estos están expuestos a realidades que contradicen esas versiones simplistas de la historia, por fuera de la escuela, en su día a día. 

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Escrito por
Abogado con experiencia en derecho internacional y derecho internacional de los derechos humanos. Becario de derechos humanos en el Centro Vance para la Justicia Internacional en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Nueva York
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Fabián Moisés Padilla De la Cerda
Gran Maestro Premio Compartir 2016
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