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¿Humanidades en Colombia? ¿Para qué?

los colombianos aún no estamos arraigados a un conjunto de saberes y de valores que haga de cada ciudadano un individuo solidario, empático, informado, autónomo y racional. 

Julio 3, 2018

En días pasados, las redes sociales nos mostraron cómo un puñado de afortunados compatriotas, que tuvieron la oportunidad de asistir al mayor torneo deportivo del mundo, se aprovecharon de la ignorancia lingüística de algunas ciudadanas de otro país para hacerles insultarse, mientras disfrutaban registrando en video el hecho como si de algo muy gracioso se tratase.

Otro grupo de compatriotas se envanecía mostrando cómo, gracias a una exhibición magistral de su ingenio y picardía criolla, había logrado burlar las absurdas y estiradas normas europeas (que quién sabe a qué aburrido burócrata desconocedor de la alegre idiosincrasia colombiana se le ocurrieron) para introducir un licor nativo en uno de los estadios rusos.

Estos ejemplos, que serán flor de un día por la inmediatez actual, no son más que una ínfima muestra de lo que es un mal endémico que se está apoderando de la sociedad nacional: la existencia de un profundo desprecio por lo que es, quizá, lo más humano que hemos desarrollado a lo largo de la historia: la vida en comunidad regulada por el respeto por al otro y el acatamiento de las normas establecidas para el ordenamiento racional de la existencia.

En este contexto no debería extrañarnos que en nuestro país se empiecen a normalizar hechos que deberían ser considerados como anormales: corrupción a pequeña, mediana y gran escala en los sectores público y privado; escándalos electorales de toda índole; diferentes tipos de violencias, cada vez más atroces, contra hombres, mujeres y niños; actitudes discriminatorias por factores económicos, raciales, políticos, religiosos, sexuales; violación de las normas de convivencia ciudadana, entre otras conductas que a diario ocurren en el seno de nuestra sociedad.

Algunos de esos hechos aparecen en los medios de comunicación con un gran o mediano despliegue, dependiendo de la compasión o la indignación que el medio considere que pueden llegar a generar en la audiencia; pero la gran mayoría de ellos se pierden en el silencio del anonimato social para convertirse, a fuerza de repetición e indiferencia colectiva, en paisaje cotidiano del “segundo país más feliz del mundo”.

Frente a ello cabe preguntarse: ¿dónde se halla el origen de estos hechos? ¿Son factores políticos, educativos, culturales, sociales, genéticos los que llevan a los individuos que componen el tejido social colombiano a comportarse de manera egoísta e irracional tanto en el país como en el exterior? ¿Habrá una solución posible que permita cambiar la mentalidad y la conducta del colombiano para que piense y obre en consonancia con los postulados de la racionalidad y de la adecuada convivencia social? Una respuesta a esos interrogantes podría hallarse en los dominios de la educación y de la cultura.

Al carecer de un gran proyecto educativo de nación que atendiera a las necesidades reales de la sociedad, los colombianos hemos tenido que adecuarnos, a lo largo de toda la vida republicana, a los postulados que cada corriente política e ideológica que ha dirigido el país consideró que deberían ser los que guiarían la vida individual y colectiva de los ciudadanos.

De esta manera, haciendo uso del aparato educacional, se han impuesto diversos intereses de formación de los individuos que abarcaron tanto el proyecto civilizador-higienista de carácter conservador, como el ideal formativo de ciudadanos conscientes de sus derechos y participantes activos en la construcción de la sociedad, de talante socialdemócrata.  

Dichas aspiraciones han partido, casi siempre, de una lectura platónica de la sociedad colombiana, en la cual un grupo reducido de seres iluminados (comisión de sabios, grupo de notables, consejo de tecnócratas… como quieran llamarlo) ha decidido cuál es el deber ser de los colombianos y de la sociedad nacional y han planteado, consecuentemente, unos planes generales que se han implementado con relativo éxito en el aparato educativo colombiano.

Sin embargo, los colombianos aún no estamos arraigados a un conjunto de saberes y de valores que haga de cada ciudadano un individuo solidario, empático, informado, autónomo y racional que contribuye desde su accionar cotidiano al crecimiento de la nación y al bienestar colectivo. Por el contrario, lo que tenemos es el alarmante crecimiento del número de sujetos que cada obran desde lo que en diversos lugares se ha llamado “la cultura del avivato” o de “el abeja” que, como lo enuncié anteriormente, es una de las causas de la normalización de conductas que son anormales desde el punto de vista del ordenamiento racional de la vida individual y colectiva.

¿Cómo podría entonces responder la educación a dicha problemática? Una alternativa podría hallarse en el fortalecimiento y complejización de la formación humanística de los individuos que conforman la sociedad colombiana.

Actualmente, a este campo de formación se le han ido recortando progresivamente sus espacios y ámbitos de influencia en los planes de formación de las instituciones educativas públicas y privadas [1] en favor de la formación de tipo técnico y tecnológico, a la cual se le ha atribuido casi que exclusivamente la responsabilidad de llevar a los individuos y la sociedad hacia el futuro. Sin embargo, se debe insistir en la importancia que tiene la formación humanística en el desarrollo y la consolidación de los individuos, en su humanización.

¿Cómo no comprender el papel central que tiene la literatura en la formación de la conciencia empática de los individuos al fomentar la comprensión de otras realidades y de otras mentalidades? ¿Cómo dejar a un lado sus aportes sustanciales al desarrollo de la creatividad, de la invención, la imaginación y la resolución de problemas? ¿Cómo menospreciar las capacidades de desarrollo del pensamiento y de la expresión que desarrolla el aprendizaje de una lengua, junto con el respeto que origina el conocimiento de otros sistemas de expresión lingüística? ¿Por qué ignorar los fundamentos sólidos que aporta la reflexión de las ideas filosóficas y estéticas al desarrollo de la personalidad individual y a la mentalidad colectiva?

Creo que fortalecer y profundizar en la educación y en la exposición que tienen los ciudadanos colombianos en las diferentes disciplinas que comprenden las Humanidades nos podría brindar alternativas para cambiar la mentalidad y los comportamientos de los individuos y del colectivo; pueden ser la llave de entrada a la conformación de un conjunto de sujetos más empáticos, más reflexivos, más solidarios, más autónomos y más enfocados en la mejora de su sociedad que en la obtención de privilegios y bienestar egoísta a cualquier costo.

El camino es largo y difícil, sobre todo cuando las industrias educativas y culturales actualmente están regidas por una mentalidad pecuniaria y efectista, más que por proyectos de largo aliento y con bases éticas sólidas; pero ahí radica precisamente el reto que tenemos los humanistas: devolver y engrandecer la dignidad, la entereza, la racionalidad y la solidaridad de los ciudadanos y la sociedad colombiana, a través de la educación, la lengua, la literatura, la filosofía, el arte y en general todas aquellas actividades del espíritu que han sacado a la luz lo mejor de las posibilidades del ser humano.  

Habría que hacer de las Humanidades el gran proyecto formativo de los colombianos; logrando que cada uno de los ciudadanos esté en contacto desde su niñez con los múltiples aportes artísticos, culturales, lingüísticos, literarios, filosóficos, históricos, etc. de toda la Humanidad.

Que nada de lo humano les sea extraño o ajeno; por el contrario, que se apropien (gracias a la globalización y a la llamada “sociedad del conocimiento”) de cada aspecto de la realidad humana en el planeta, haciéndola parte de su esencialidad.

Que desde el lenguaje se logre formar una conciencia, individual y colectiva, preocupada por el bienestar y el desarrollo colectivo, en armonía con el sistema planetario. Ese sería en suma el para qué de las Humanidades en nuestro país.

 

[1] Un ejemplo de ello es la simplificación de los contenidos de las áreas de Español y Literatura, junto con Filosofía, en un área genérica insulsamente denominada “Lectura crítica”; y de los contenidos de las áreas de Geografía, Historia, Democracia y Economía en otra área llamada “Sociales y ciudadanas”.

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