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La lectura, proceso dinámico diferenciador de significados
El acto de leer es un acto sociocultural e histórico, tanto por los actores involucrados, como por el medio que posibilita su interacción.
Leer es un proceso directamente ligado con la capacidad simbólica del ser humano; en él, se crea y recrea desde el abstracto, se trasciende lo concreto.
La naturaleza del ser humano socializado y culturizado permite revisar producciones diversas que pueden estar referidas, en cuanto su intencionalidad, a: conservar, alterar, especular, soñar, imaginar y tantas posibilidades como puede crear el pensamiento humano.
Acceder a los símbolos en un texto, sea escrito, visual o auditivo –desde la textualidad–, representa la interacción con al menos dos dimensiones de lo que el ser humano es: lo individual y lo colectivo. Estas dimensiones tienen lugar en el lector, escritor y al interior del texto mismo.
Lo individual es posible desde la perspectiva del lector y escritor, a partir de todo lo que son, y sirve para la interpretación de los signos, símbolos, mensajes e ideas plasmadas o por hacerlo; ya sea desde la lectura y codificación de un texto o del mundo mismo.
Hemos quedado lejos de las afirmaciones del discurso dominante de los setenta, en donde se consideraba que no se interpreta, pues todo radica en la estructura interna del texto. El lector tiene una función que trasciende al texto, lo interpreta, complementa y algo más: lo resignifica; lo anterior, sin negar la estructura propia del texto.
Así la interpretación de un texto no es lineal, el texto se convierte en el detonador para la construcción que realiza el lector, misma que puede incluso, en algún momento, apartarse del texto mismo.
Lo importante no sólo es el texto, sino la formación del lector, formación y desarrollo en su sentido amplio; de tal forma que, un texto muy rico puede tener una re-significación pobre y viceversa.
Así, no solo se debe hablar del texto, sino de lo que el lector es, en palabras de Alfaro (2010, p. 75) “sus conocimientos y la experiencia vivencial acumulada en la vida”. Esos conocimientos y experiencias, si bien son producto de una construcción individual, también son resultado de marcos contextuales colectivos que permiten al individuo realizar esa construcción.
Es aquí donde entra la dimensión colectiva, que es producto de estructuras sociales, culturales e históricas, y con ello se trasciende la visión de la psicolingüística, para caer en terrenos de una perspectiva ampliada que trasciende al texto y al individuo que lo lee, sin por ello restarle importancia a ninguno de los dos.
Estos terrenos son propios del enfoque sociocultural, mismo que no solo considera al lector, sino también a la obra y con ella a su autor. Así “[…] una obra es escrita en un contexto histórico específico como producto del entramado de fuerzas, movimientos y tensiones sociales propias de tal contexto. Lo que a su vez genera los códigos sociales ad hoc que posibilitan su lectura” (Alfaro, 2005, p. 78).
Es necesario considerar que la lectura de la palabra escrita es precedida, tal y como lo plantea Freire (1991), por la lectura del mundo, por ello determina que lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente, de ahí que para él, la lectura crítica como medio para la comprensión del texto requiere percibir las formas de relación entre contexto y texto.
Si se quiere comprender un texto, será necesario revisarlo desde dos contextos que se vinculan directamente e interactúan en el acto mismo de la lectura, activados por mediación del texto y el lector respectivamente. Para ello no es necesario construir un marco referencial o contextual, es un proceso que por su inmediatez pasa desapercibido, se realiza en la decodificación misma y se soporta en todo lo que el autor es y transmite al texto y en todo lo que el lector es y usa para interpretar ese texto escrito por otro, donde ambos pueden o no coincidir en un momento histórico específico.
Esta contextualización forma parte de las estrategias de lectura; sin embargo, hacerla consciente depende de la voluntad del lector. Sin esta voluntad, la actitud activa del lector no es posible. La palabra voluntad, tiene por raíz: voluntátem, que significa querer, desear, por tanto, lleva al lector a convertirse en ello, en lector, movido por una necesidad que debe estar centrada, si no en el texto, al menos en el logro de algún objetivo o meta trazada y que es fundamental para él.
El valor de la lectura está directamente ligada a ese deseo, la pregunta es cómo se genera ese deseo en el individuo para que entonces se convierta en lector y más aún, hasta dónde es válido asignar el concepto ‘lector’ a cualquier proceso de decodificación, toda vez que se pueden dar distintos niveles de compenetración con un texto.
Para Gutiérrez (2016), la comprensión es un proceso en donde se construyen significados y para ello es necesario un lector dialógico que cuestione, construya hipótesis, elabore inferencias y sobre todo que tenga un pensamiento crítico.
Es complicado entender la lectura sin descentrarla del texto, es necesario visualizar al autor y lector. El texto se encuentra ligado íntimamente con los dos actores que coinciden mediados por él y que al mismo tiempo no existen fuera de un entorno sociocultural e histórico, en donde la voluntad de escribir y leer, confluyen para posibilitar procesos de construcción enmarcados en un momento específico que posee una temporalidad imprecisa, compuesta por el tiempo del autor, lector y obra.
Así, el acto de leer es un acto sociocultural e histórico, tanto por los actores involucrados, como por el medio que posibilita su interacción, interacción que posee características específicas y además, en palabras de Albear, Mustelier y García (2011), se da en la estructura de un diálogo direccionado, que depende de símbolos para realizarse, donde la profundidad lograda radica en el dominio de esos símbolos y códigos que componen el texto.
Imagen Ben Mullins on Unsplash
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