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Modelo educativo chileno: microcentros rurales
Los microcentros rurales son agrupaciones profesionales de docentes de escuelas próximas que se reúnen periódicamente para intercambiar sus experiencias pedagógicas.
Los “microcentros rurales” son agrupaciones profesionales de docentes de escuelas próximas que se reúnen periódicamente para: a) intercambiar sus experiencias pedagógicas; b) formular sus proyectos de mejoramiento educativo; c) diseñar sus prácticas curriculares relacionadas con las necesidades de aprendizaje de sus alumnos y d) recibir apoyo técnico de parte de los supervisores del Ministerio de Educación (Ministerio de Educación de Chile, 2002, p. 3).
Es interesante este modelo porque en él se generan actividades de preparación y perfeccionamiento de los maestros rurales para revisar y rediseñar su práctica en el aula y utilizar con efectividad los diversos materiales de trabajo (Ávalos, 1999). En últimas, estos son escenarios de reunión que permiten el intercambio de experiencias significativas, el planteamiento de desafíos en el aula y con las comunidades y, frente a eso, la formulación de estrategias de mejoramiento conjunto. Así, el programa busca que los docentes se sientan acompañados en su labor y generen un sentimiento de bienestar dentro del territorio que repercuta también en su permanencia.
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Cabe agregar que para “1992 se establecieron los primeros 104 centros que han ido aumentando hasta ser más de 500 en la actualidad” (Ávalos, 1999). Sin duda, son bastante valorados por los docentes que asisten y los supervisores del Ministerio. Para sustentar eso, Ávalos (1999) comenta que en 1998 investigadores del MECE rural (Mejoramiento de la Calidad y Equidad en la Educación Rural) “entrevistaron a grupos de profesores y visitaron microcentros. Esto les permitió concluir que los maestros valoran la informalidad de los encuentros del microcentros y el hecho de valorar proyectos conjuntos. Igualmente, valoran los contenidos profesionales de las reuniones especialmente en lo que se refiere a temas curriculares y trabajos en el aula” (Ávalos, 1999). En temas de capacitación también se valoraron las charlas con expertos y la socialización de experiencias entre pares.
Según la evaluación de este programa, los docentes que participaron de los microcentros rurales valoraron el trabajo de los contenidos curriculares y el trabajo en el aula, la relación con los supervisores y el intercambio de experiencias (U. Austral y U. de Playa Ancha, 1998), y en los primeros cuatro años se evidenció un aumento del 10% en el promedio de resultados de las pruebas Simce en las materias de matemática, lengua, ciencias sociales y ciencias naturales. Posteriormente, durante el año 2014 se desarrollaron proyectos educativos bajo la metodología de aprendizaje basado en proyectos (ABP) en escuelas rurales.
Los docentes participantes recibieron una “capacitación en el manejo de estrategias que les permitieran fortalecer la motivación de sus estudiantes hacia el aprendizaje y la posibilidad de utilizar herramientas para trabajar con la comunidad en un marco de aprendizaje, cooperación y reciprocidad” (Peirano et al., 2015). El proyecto quería que los docentes fueran capaces de vincular los conocimientos disciplinares y las prácticas didácticas dentro del aula con la identidad local, las necesidades comunitarias y los intereses de los estudiantes.
Este modelo reconoce las condiciones de aula de un docente rural que puede trabajar con pocos alumnos o en multigrado, ya que busca que el maestro sea capaz de vincular a todos los actores a partir de proyectos de interés. Así, estas capacitaciones, otorgan “al docente un rol de guía del proceso de aprendizaje de los estudiantes, lo que permite desarrollar un trabajo conjunto con estudiantes de distintos niveles y de manera simultánea” (Peirano et al., 2015).
Dicho esto, al finalizar el proyecto se evaluó, a partir de la aplicación de un instrumento (encuesta), el impacto de la intervención. Los resultados destacan la satisfacción de los participantes frente al hecho de que el material que se les otorgó y las asesorías se correspondían con las necesidades de los colegios y los desafíos contextuales de las comunidades.
Finalmente, “es importante comprender que este proceso no es un fin en sí mismo sino una estrategia de formación tanto para los docentes como para los estudiantes y que se genera bajo una gran reflexión crítica del contexto y de la cotidianeidad de las prácticas pedagógicas desarrolladas, en la búsqueda de que el proceso de enseñanza-aprendizaje sea significativo y de que se orienten acciones para transformar la realidad y dar un nuevo horizonte a la concepción de escuela rural en el siglo XXI” (Peirano et al., 2015).
Este artículo hace parte del estudio ‘Docencia rural en Colombia: educar para la paz en medio del conflicto armado’ realizado por Fundación Compartir.
Descargue el estudio completo.
Imagen Docencia rural en Colombia: educar para la paz en medio del conflicto armado
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