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Conflicto, violencia y postconflicto: una mirada reflexiva desde el maestro, la maestra y la escuela

Enero 31, 2020

Apreciados compañeros y compañeras: 

Como ciudadana y luego de transitar y desandar los caminos del magisterio (33 años), en calidad de maestra y de trabajadora social, deseo de corazón compartir  con ustedes  algunos de los múltiples interrogantes que me asaltan cotidianamente en relación con el poder y  la capacidad de  la “educación y la escuela” para hacer frente a la violencia y al conflicto, entendiendo estos como - el uso deliberado de la fuerza, medio para conseguir un fin, o como estrategia  de dominación y sumisión -.

He aquí algunos de estos interrogantes: ¿Cómo educar en una sociedad que históricamente ha cargado con una herencia de conflicto y violencia estructural y que se prepara según los “expertos”, para la llamada” Era del posconflicto”? ¿Qué hacer frente a este fenómeno, si reconocemos  que las formas de violencia  se universalizan (instalándose muchas veces en el  pensamiento colectivo e incluso atravesando las prácticas pedagógicas escolares y familiares? 

Por tanto, ¿qué hacer para entender, transformar, trascender, tales actitudes y conductas violentas y destructivas de una persona, cuando en general la educación, la escuela, la familia, las instituciones, no  posibilitan espacios reales de atenta escucha (pedagogía de la memoria) de los sujetos y de las “víctimas” y las motivaciones de los “victimarios”; para a partir de allí buscar soluciones conjuntas?

Cada vez la encrucijada es mayor si se tiene presente que la gobernanza universal, la incredulidad frente al papel y la transparencia del estado y sus instituciones se desdibuja cada vez más, como quedó visibilizado en el Documento de la “Década  de la Educación para el Desarrollo sostenible, 2004- 2014”.

No menos importante es el cuestionamiento frente a “cómo lograr que El Fondo Monetario Internacional, El Banco Mundial, La OCDE y otros organismos multilaterales –que tienen que ver con los modelos y políticas económicas, con el marco de actuación educativo y de las reformas necesarias para que la educación responda a las necesidades del mercado globalizado (personas con habilidades y competencias para desempeñarse  en el mundo)– logren entender que indicadores y dimensiones  como: relación maestro-estudiante, escuela-familia, convivencia escolar, motivación intrínseca para  el aprendizaje, autorregulación, autoestima, autorrealización, libertad y autonomía, autocontrol, tolerancia, equidad, cohesión social, inclusión, participación, disposición para el aprendizaje, metacognición, felicidad, sentido de pertenencia, resiliencia, proyecto de vida, solidaridad, identidad, etc. no pueden quedar por fuera del foco y de la medición en la denominada -calidad educativa, mejoramiento institucional, y competencias de los estudiantes. 

Desde esta perspectiva, emerge otra inquietud: ¿Por qué a pesar de la disímiles iniciativas por parte algunos gobiernos y de los recursos invertidos, de los esfuerzos filantrópicos, de las intenciones y acciones del maestro; los resultados en indicadores que dan cuenta de la dimensión humana del sujeto y las metas expuestas para erradicar la violencia siguen siendo tan difíciles de alcanzar?

Recordemos que la educación es un “Proceso gradual en el cual se transmite conocimientos a una persona y se le estimula para que desarrolle sus capacidades de forma integral” y el aprendizaje [es un proceso personal y complejo, que se logra de forma sistemática y gradual y que permite al ser humano, partiendo de sus conocimientos previos y de la acción, incorporar en su estructura cognitiva nuevos conocimientos, habilidades y actitudes], Castaño, E (pág.  50).

Visto de esta manera, ¿cómo potenciar entonces procesos mentales (cognitivos) que en asocio con los factores ambientales, permitan alcanzar nuevas capacidades, conocimientos y competencias del ser y del convivir  consigo mismo, con el otro/otra y con el planeta de forma pacífica, incluyente y solidaria? 

Como se observa, a la educación le asiste en la actualidad uno de  los más grandes desafíos de la historia como lo es producir y poner en práctica sistemática, sostenible y libre de retóricas empolvadas prácticas y experiencias pedagógicas  alternativas que sirvan a nuestros niños, niñas, jóvenes y adultos “herramientas que permitan reconstruir y, sobre todo, mantener la convivencia pacífica”, Palabra Maestra No 34. (2013, Pág. 2), en medio del conflicto y en el posconflicto.

En esta perspectiva, en la Red de Gestión y Calidad Educativa de Medellín desde hace algún tiempo, en sus reflexiones y cartas pedagógicas, ha tomado fuerza aquellas dimensiones de lo humano a las que nos referimos en el párrafo tres de este escrito.

Obsérvese algunos de los apartados que dan cuenta de tal preocupación: “a través de la construcción de espacios (…) de comunicación AFECTIVA,  ASERTIVA y EFECTIVA, aspectos de la comunicación (...)”, Hincapié, (2015); “no dejar de crear en el aula de clase espacios de convivencia en los que se promueva la comprensión, el respeto, la confianza, la comunicación, el reconocimiento, la sinceridad y la cooperación, para que nuestros niños y adolescentes se sientan (…) Duque, E y Luján, D. (2016).

En este orden de ideas, y acorde a la trascendencia y la complejidad  del tema  y a las implicaciones en la  educación y sostenibilidad de las generaciones presentes y futuras, es necesario que tomemos conciencia de la responsabilidad personal y  social frente a la construcción de la convivencia y la paz desde la cotidianidad de la escuela y la familia, y teniendo como protagonistas a cada uno de los actores sociales implicados.

Por ahora, y como se puede observar, la intención de esta Carta Pedagógica solo  es dejar situados ciertos cuestionamientos y algunos elementos de base para la reflexión y posibles actuaciones. Por tanto, la pregunta y a la vez la provocación es  a pensar en ¿cuáles  podrían ser las intervenciones pedagógicas y estrategias curriculares y extracurriculares, interinstitucionales e interdisciplinares que se pueden proponer desde la educación escolar, familiar, institucional, territorial, para  erradicar y/o minimizar los nefastos efectos, consecuencias y secuelas producidos por aquella “cultura de  violencia, resentimiento y odio” que carcome silenciosamente el corazón, la voluntad, los principios ético-morales, el alma y la existencia de los seres humanos?

En otras palabras, y acercándonos a la postura ética del sociólogo Zygmut Bauman, toda estrategia o intervención pedagógica debe tener como foco la libertad, la autonomía y responsabilidad que conlleven a hacer frente a “la ceguera moral actual, a desterritorializar el  miedo” que nos paraliza a la hora de seguir conservando la esperanza y a no temer a los desafíos que se nos proponen, dada la urgencia y el compromiso  que tenemos aquí y ahora con este gran reto de educar  para la ciudadanía, la convivencia y las Paces: “paz directa –regulación no violenta de los conflictos–, paz cultural -existencia de valores mínimos compartidos- y paz estructural -organización diseñada para conseguir un nivel mínimo de violencia y máximo de justicia social-”, Tuvilla, J.

Espero fervientemente que esta reflexión provoque una siguiente Carta Pedagógica, cuyo sustento sean las acciones concretas que se pueden gestionar y desarrollar desde la escuela y la familia, en torno al tema que nos ocupa en esta reflexión y en este momento histórico donde confluyen conflicto y postconflicto.

Con toda consideración y respeto,

Ehiduara Castaño Marín

 

Contenido publicado originalmente en la página de Editorial Magisterio, aliado de Palabra Maestra.


Imagen Freepik.es

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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.