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El rol del coordinador: en busca de su identidad

Octubre 17, 2019

En la actualidad, con la búsqueda de mejorar la calidad educativa, la gestión escolar ha cobrado gran importancia y con ella el rol que cada miembro del equipo directivo tiene frente a la educación y la acción de gobierno en instituciones escolares (Mora-Valenciano, 2011).

En los países latinoamericanos y en particular en Colombia no hay una clara distinción en las tareas que debe realizar el coordinador en relación con la gestión escolar. Si bien en las normas educativas el coordinador es definido como un directivo docente (al igual que el rector o un director rural) no hay unas funciones explícitas definidas, como sí las tiene el rector o los docentes. Según el Decreto 1278, el coordinador debe auxiliar y colaborar con el rector en las labores propias de su cargo, en las funciones de disciplina de los alumnos o en funciones académicas o curriculares no lectivas. De lo que se desprende que existan coordinadores académicos y de disciplina o convivencia.

En relación con las competencias que deben tener estos directivos docentes, el dominio y habilidades sobre planeación y visión organizacional, gestión académica, gestión de personal y de recursos, evaluación institucional, seguimiento y control, compromiso institucional, trabajo en equipo, mediación de conflictos, relaciones interpersonales, toma de decisiones y liderazgo serían algunas de ellas. Todas ellas genéricas y compartidas con los demás directivos docentes sin que quede explícito el rol del coordinador en la dirección de las escuelas. No cabe duda que los coordinadores son fundamentales en el proceso de gestión pedagógica y curricular, al igual que la gestión de convivencia, por esto necesitan fortalecer su identidad como colectivo y desde ese lugar potenciar su saber, su saber hacer y su ser.

Para poder definir el rol del coordinador en las labores de dirección de las instituciones educativas, basta con recordar que la educación es una tarea ética compartida por todos. La construcción de esta premisa tiene rutas que nos pueden servir de insumo para entender el rol del coordinador. En primer lugar, es una tarea ética en tanto las instituciones no pueden ceder a todas las presiones utilitaristas que se ejercen sobre ella; en segundo lugar, quienes dirigen y coordinan las instituciones educativas participan de la tarea ética con sus acciones personales y profesionales que inciden de manera directa en los profesores y de modo indirecto en los estudiantes. En términos operativos, esto exige que los directivos sean personas ejemplares, que tengan unidad de vida y que sean consistentes en sus acciones.

Lea: El directivo docente: ¿agente líder transformador o perpetrador?

Construcción de la identidad

Construir la identidad se hace difícil cuando se presenta una diversidad de roles y actividades fragmentarias. No obstante, es necesario revisar los diversos componentes de la identidad y analizar posibles rutas para su construcción. Los académicos sugieren algunos componentes de la identidad, entre ellos: la autoimagen, reconocimiento social, relaciones sociales, satisfacción y las expectativas de futuro en la profesión.

La autoimagen se entiende como la autopercepción personal, la valoración que se hace de sí mismo reconociendo cualidades, defectos y habilidades. El reconocimiento social da cuenta de la autopercepción profesional, de cómo me veo a mí mismo como profesional de la educación aunado al concepto que tengo de mi profesión y el interés por seguir mejorando. Las relaciones sociales tienen, por una parte, la sociabilidad en el lugar de trabajo con mis compañeros y, por otra, las relaciones con padres de familia, docentes y estudiantes. La satisfacción responde a aquello que me anima e impulsa a desarrollar mi trabajo y los sentimientos que se desprenden de mi quehacer cotidiano. Finalmente, las expectativas de futuro responden a la proyección profesional y personal que tengo de mi rol. Adicional a ello, el coordinador debe manejar una “alta tolerancia a la frustración” porque él no tiene control sobre aquellas acciones que -en  diversas oportunidades- no le permiten desarrollar plenamente su trabajo. Por el contrario, debe realizar procesos y procedimientos para que quien toma la decisión (Rector) no solo la asuma sino la lleve a cabo. Por ejemplo, cambiar un docente, un orientador(a) o un vigilante cuando alguno de ellos no cumpla con sus funciones.

Otra manera de entenderlo es observando dos dimensiones en la identidad:

Además de estos componentes es importante tener presente el carácter situado y sustantivo de la identidad. Es situada aquella que adoptan las personas en función de una situación concreta en la que se encuentran y a la vez es sustantiva por la forma de pensar de la persona sobre sí misma, es decir, hay actitudes profundas independientes del contexto.

La construcción de la identidad tiene tres fuentes, por una parte están todas las experiencias que hemos ido asimilando en nuestros años de existencia, que nos acercan o nos alejan de determinadas profesiones o labores; luego tenemos una particular y propia historia profesional, que se alimenta de los trabajos que hemos tenido y las relaciones que hemos establecido allí; finalmente, la formación recibida en términos de los estudios formales y capacitaciones realizadas.

Una propuesta novedosa y clásica: el ethos del coordinador

Esta aproximación al ethos del coordinador se basa en la división de los tipos de inteligencia propuesta por Aristóteles (theoría, praxis y poíesis) ya que ésta permite comprender el sentido profundo de la labor directiva del coordinador.

La theoría surge cuando se busca descubrir la verdad esencial de las cosas sin otro afán que conocerla. El fin de la praxis es determinar qué decisión es correcto tomar en unas circunstancias concretas. Estas dos actividades son, en lo fundamental, inmanentes al sujeto. Afectan ante todo a quien las realiza, en cuanto lo perfeccionan en tanto que ser humano. En cambio la poíesis guarda relación con las acciones que, al finalizar, quedan plasmadas en un resultado exterior.

Cuando se obra, en la praxis, la acción culmina en sí misma, pues al ejecutarla en la forma adecuada se alcanza la finalidad propuesta. La acción surge del mismo sujeto y su efecto recae sobre él: tiene una finalidad inmanente, no procura nada ajeno a ella misma (Ver esquema). Esto ha llevado a muchos coordinadores a incapacidades laborales por estrés, o en caso contrario, a quedarse en una zona de confort debido a que sus decisiones no trascienden en la vida académica dado que su ethos no está articulado con la labor ética de la educación.

Orientar todo lo educativo a la mera actividad –poíesis–, olvidando la primacía formativa de la acción –praxis– es uno de los más graves problemas de la actualidad. Considerarla en términos de productividad y resultados objetivables altera su fin y el de la misma institución, ya que si solo se conoce para hacer algo, se pierde el sentido personal y formativo del aprendizaje.

En definitiva, en la labor del coordinador debe pesar más la praxis que se manifiesta en la preocupación por la mejora del otro, con una visión global y a largo plazo, pues el directivo influye en sí mismo y en las demás personas afectadas por sus decisiones.

Lea: ¿Por qué reconocer la labor de los coordinadores en Colombia?

 

El ethos del coordinador

El ethos es un modo de vida, un modo de ser que da sentido a las acciones que se llevan a cabo. Esto es así porque el tener presente a la persona lleva consigo una amplia gama de consecuencias de orden epistemológico, ético y social. Es una disposición estable o conjunto de hábitos y costumbres que sustentan nuestra acción y la dirige, que se modifica y se reproduce gracias a ella (Spaemann, 1990).

La aceptación de la persona como centro de la actividad supone una profunda reconsideración de la coordinación, tanto tradicional como actual, así como de los objetivos, métodos y fines que persigue. Con ella debería buscarse la pervivencia y mejora del conocimiento, pero también la formación integral de los alumnos.

El ethos se configura por medio de los hábitos. Los hábitos profesionales definen lo que singulariza a quien se ocupa en un servicio relevante para la sociedad y lo distingue. Ahora bien, no son exclusivos de una única función o actividad, dado que determinados hábitos pueden ser comunes a varias de ellas.

Como explican Altarejos, Ibáñez-Martín, Jordán y Gonzalo (2003), el hábito es una disposición o capacidad operativa específica para algo (p. 102). Así, los hábitos adquiridos, tanto en el ejercicio de la profesión como en la vida personal y social, al irse perfeccionando, son trascendidos y surge la autoposesión de carácter eminentemente ético, que configura la profesión, además de otras facetas de la vida. Por eso, los auténticos hábitos profesionales perfeccionan al hombre en su conjunto, dejan huella en él de modo estable configurando lo esencial de su ser.

De ahí la importancia de una labor “ética” que en ocasiones traspasa esa delgada línea entre lo correcto y lo incorrecto. El coordinador trasciende en la institución con sus acciones y decisiones, deja un sello no sólo en sus estudiantes y padres de familia, sino en sus profesores a cargo. Sin embargo, esa trascendencia puede ser para unos pocos o para toda una comunidad educativa, porque cuando se trabaja con y para seres humanos las necesidades, apreciaciones, percepciones, expectativas y requerimientos son diferentes, diversos y en algunas ocasiones opuestos. La ética del coordinador está en función de trabajar con esas diversidades sin perder sus principios y su visión de la institución, de la educación y de la pedagogía aún por encima de las políticas educativas a veces contraproducentes para la misma educación.

El coordinador en ocasiones juega entre lo correcto y lo ético, es casi como la justicia: lo que es justo para mí puede ser injusto para el otro, y lo que es justo para el otro puede ser injusto para mí. Y esta sí que es una situación que constantemente vive la coordinación... sus decisiones y acciones siempre están en constante evaluación por parte de los otros que perciben y viven la educación únicamente desde poíesis, no desde la transformación que ella implica (praxis). De ahí la importancia del rol del coordinador, su accionar debe estar orientado por su ética como docente, padre de familia, hijo y ciudadano, y no por las procesos, procedimientos o políticas que se imponen en una institución, porque antes de ser coordinador, este directivo docente es humano.

 


Imagen Shubham Sharan on Unsplash

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Psicólogo, magister en Dirección y Gestión de Instituciones Educativas y doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones.
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Irma María Arévalo González
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