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En el espejo

Ojalá dentro de unos años nos miremos en el espejo de la Historia y nos sintamos orgullosos de lo que aprendimos durante la epidemia.

Abril 20, 2021

En el confinamiento, las redes sociales han convertido todos los hogares conectados en un Gran Hermano. El espejo nos devuelve una imagen de ingenio, rutina y aburrimiento, salud o enfermedad, discusiones sobre héroes y pequeñas victorias o miserias de balcón. Este agujero en la privacidad familiar no ha sido el único. También las aulas, esos lugares impenetrables, han mostrado al desnudo su realidad digital.

Hemos visto cómo se desarrollaban, en 15 días, sistemas que intentan suplir la formación presencial en todos los niveles: desde páginas interminables de lecturas y tareas del libro de texto o de creación propia de variopinta calidad, hasta sofisticados sistemas de traslado del horario escolar al ámbito familiar, con recreos incluidos y horas delante del ordenador escuchando a un profesor como si no estuviéramos viviendo la situación más extraordinaria desde la guerra. 

También hay quien se coordina con los compañeros de equipo para que la tarea sea razonable en calidad y en cantidad, incluso quien ha puesto la labor tutorial por delante y se ha preocupado en llamar uno por uno a los alumnos para ver cómo están y cómo pueden ayudar desde la escuela en esta situación excepcional en la que muchos han perdido a sus abuelos por la epidemia, se están haciendo cargo de sus hermanos porque los adultos están trabajando, comparten a ratos el único ordenador de la casa o están viviendo de manera angustiosa la pérdida de los empleos en sus familias. Lo más esencial a veces se pasa por alto y se piden aplausos para un colectivo al que le acaban de quitar el suelo que pisa.

La escuela ha entrado en la caja de resonancia de las redes sociales que todo lo deforman, como si entrara obligada en el callejón del gato, y aun no sabe si puede mirarse en sus espejos cóncavos o dónde encontrar el valor para hacerlo.

Ante la incógnita de si se verán obligados a promocionar a todo el alumnado el próximo curso, solo el debate escuece y se magnifica el peso de la evaluación sumativa y de la repetición de curso como mágico castigo que soluciona no sabemos muy bien qué -ni siquiera en situación de normalidad es una medida efectiva para aprender.

Sin notas parece que muchos no solo pierden el suelo, sino el cielo y el paisaje entero, cayendo al abismo de tener que repensar el oficio de enseñar desde otras relaciones personales con los estudiantes que no sean el control y el poder. “Si no hay notas, no querrán estudiar”, dicen. “Perderán la motivación”. “¿Cómo haré para que me hagan caso?”

En cambio, aquellos que tenían una relación cuidada con sus alumnos desde un respeto a sus necesidades de desarrollo y aprendizaje, los que cumplían con la norma de hacer una evaluación formativa, incorporando decisiones y mejoras en los aprendizajes cada vez que detectaban un error en sus alumnos, viven el confinamiento como una oportunidad para atender a sus alumnos mejor, personalizando la tarea y dando feedback de calidad.

No comprenden el temor de los otros a la promoción general porque hace tiempo que sustituyeron las relaciones de control por otras de confianza y acompañamiento, la motivación extrínseca de las notas por la motivación intrínseca por el aprendizaje. Tendrán sus vacilaciones y dudas profesionales, como siempre, pero también herramientas eficaces como la práctica reflexiva y una red de compañeros con quienes compartir logros y desafíos.

El confinamiento y la llamada “escuela en casa” son una magnífica oportunidad para construir relaciones de cordialidad y vínculos afectivos con los niños y adolescentes. Además de desarrollar nuestras competencias digitales como docentes, ahora podemos pasarnos masivamente a la evaluación formativa sin notas y redescubrir el sentido de la profesión docente: lograr que todos los alumnos, sin excepción, aprendan desde su contexto y su punto de partida y se sientan cuidados y acompañados en estos tiempos difíciles y extraños que nos ha tocado vivir.

Ojalá dentro de unos años nos miremos en el espejo de la Historia y nos sintamos orgullosos de lo que aprendimos durante la epidemia, de cómo nos hizo mejores docentes y personas y de cómo logramos, por fin, humanizar el sistema escolar.

Contenido publicado originalmente en el blog de nuestro aliado, Práctica Reflexiva.

 

Imagen freepik.es

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Consultora en el ámbito de la educación. Miembro del equipo de apoyo de la PIPR.
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Melva Inés Aristizabal Botero
Gran Maestra Premio Compartir 2003
Abro una ventana a los niños con discapacidad para que puedan iluminar su curiosidad y ver con sus propios ojos la luz de la educación que hasta ahora solo veían por reflejos.