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La cocina, un recurso para el aprendizaje en casa (Parte II)

Como recurso pedagógico, la cocina puede ser historia, matemática y expresión del territorio

Mayo 5, 2020

(Segunda parte)

Bebía caldo, chocolate,

leche, vino, té y café,

y la pobre no encontraba

qué comer ni qué beber.

Rafael Pombo.

 

(Le puede interesar: La cocina, un recurso para el aprendizaje en casa (Parte I))

La cocina es historia

El pimentón debe su nombre a la nostalgia de los conquistadores españoles que, convencidos de haber llegado a la India, buscaron con afán “las especias” y entre ellas el sabor rotundo y picante de la pimienta. El gustillo intenso del “pimentón” les ayudó a suplir el aderezo que no hallaron. Relatarles a los estudiantes este breve suceso bien puede ser el inicio de una conversación familiar amena y participativa en la cocina, sin pretensiones de clase escolar, pero sí de aprendizaje.

Cómo no indagar por las motivaciones que llevaron a los conquistadores para llegar a las Indias orientales usando la ruta de la seda, o bien a través de exploraciones por el Pacífico o por el Atlántico. Se sabe la enorme importancia que tuvo para esa época las famosas especias, aliños fundamentales para la cocina de antaño, que hoy tampoco pueden faltar en nuestra mesa. ¿Qué valor o importancia tienen para quienes preparan la comida en tu casa aliños como el jengibre, el ajo, los cominos, el cilantro, la canela, la nuez moscada, la pimienta o la cúrcuma? ¿Sabrán los escolares, que el postre de arroz con leche, que tanto gusta, es una más de las recetas traídas por los españoles en tiempos de la conquista? Y muy seguramente fue llevado, en épocas inmemoriales, a España por los árabes.

Para este momento de la conversación, además de detenernos en las preguntas e inquietudes de los chicos, bien podríamos motivarlos a cuestionarse: ¿Qué alimentos trajeron los españoles a América? De este modo ellos podrían anticiparse a la explicación del historiador Germán Patiño: “Nuestra cocina criolla se formó a partir de la influencia de la cocina popular española (…) Era la mesa de los campesinos españoles medievales del sur de la Península Ibérica que llegaron con las tropas en la Conquista. No era la cocina de la nobleza, ni de la corte”. Por eso nuestros platos están emparentados con otros como la vianda predilecta de Don Quijote “la olla podrida”.

En América Latina se hicieron cocidos con los productos de la huerta o con aquellos que había a la mano más la proteína de algún animal al que, con su hueso y todo, se le agregaba sal, y que en su momento se le conociera como “salcocho”. Pero, tiempo después, derivó en sancocho para ganar status y diferenciarse de la comida para los marranos. Queda por averiguar, el origen de otras viandas tan exquisitas, igualmente populares, como la caldosa, el puchero o el ajiaco.

En cambio, el arroz con coco es común en la costa occidental africana. En este punto, es importante detenernos y subsanar una injusticia histórica que tanta discriminación ha causado y que a los indoamericanos nos ha impedido reconocernos en la riqueza de nuestro mestizaje. Al desconocer el legado de la cultura africana, de la cual también somos deudores y herederos, perpetuamos la falsa idea eurocentrista de que solo de Europa nos llegó el saber y la iluminación.

Por supuesto que esta herencia va mucho más allá de la gastronomía. Son también expresiones de nuestra cultura: la música, la oralidad, la vivencia del cuerpo, la espiritualidad, la filosofía de la vida como una fiesta y la inclinación ética de hacer el bien en sana convivencia con la Pachamama o madre tierra.

Humboldt, personaje merecedor de una conversación familiar, ya en su periplo por Venezuela, Colombia y Ecuador, advirtió pronto la necesidad de que América volviese sus ojos hacia lo americano y no persistiera en su intento de imitar a Europa.

La cocina es matemáticas

En la cocina abundan expresiones como: una onza de aceite, medio litro de leche o un tris de sal.  A propósito, ¿un tris es más o menos una pizca de sal?, la pizca es ¿menos que un gramo? ¿Cómo pretendemos que nuestros estudiantes comprendan la noción de gramo sin ninguna referencia perceptual? Pensemos, un gramo equivale a la milésima parte de un Kilogramo, también expresada como 1/1000 kilogramo, ¿será esto comprensible para un estudiante de primaria?

Los “cocinatorios”, mencionados en la primera parte de este texto, son la mejor herramienta para superar un error histórico de la escuela tradicional: la enseñanza a partir de definiciones y conceptos totalmente abstractos, desligados de la vida y por tanto inaprehensibles.

La cocina es matemática visible, los conceptos abstractos de la escuela tradicional se hacen palpables entre sus aromas y sabores. En ella, el niño puede tocar y sopesar: un litro, media libra, tres quintas partes, 400 grados centígrados de calor del horno, cortes en porciones iguales, entre otros.

Para Bruner (1983) “el lenguaje es la puerta de entrada a la cultura”, en ese sentido, es la apropiación de estas expresiones cuantificables más que indispensables para la construcción del pensamiento matemático, un pretexto para que esta asignatura salga del aula y haga parte de la cotidianidad. La cocina permite que los conceptos lingüísticos, químicos y matemáticos se materialicen en actos y acciones palpables. 

Cocina y territorio

La vivienda campesina carece de la infaltable sala de estar o de visitas de las urbanas. Familiares o forasteros entran directo a la cocina, y allí, junto a la tulpa encendida o la hornilla de leños, les comparten las tortillas de maíz asadas en callana o los envueltos de choclo, mientras la conversa teje y desteje las perplejidades noticiosas y las emociones del día. En este ambiente pastoril y bucólico son símbolos de afecto el aroma del café y los alimentos.

 Es fundamental entender que, por supuesto, no se trata de un mero acto nutricio, es una ceremonia social, un ritual que establece y confirma lo relacional en todos los actos familiares o comunitarios. La trascendencia antropológica y psicológica de la cocina se sustenta y clarifica, si comprendemos la relación simbólica y afectiva del ser humano con la alimentación, porque como diría Lacan (1999), esta no se inscribe en el orden de la necesidad sino en el orden del deseo; nutrición, afecto e identidad son indisolubles; solo para puntualizar que el acto de alimentarse no se reduce meramente a la satisfacción de una necesidad biológica; Mintz (2003:28) señala que:

"...los alimentos que se comen tienen historias asociadas con el pasado de quienes los comen; las técnicas empleadas para encontrar, procesar, preparar, servir y consumir esos alimentos varían culturalmente y tienen sus propias historias. Y nunca son comidos simplemente; su consumo está condicionado por el significado...".

El concepto de Mintz armoniza con el pensamiento psicoanalítico de Zuleta (1985), para quien los alimentos tienen un significativo enlace simbólico, representan la madre, la casa familiar, el terruño o la nación.

El lenguaje amoroso, erótico y poético se expresa en vocablos y metáforas nutricias. Cómo no recordar el poema No 1 de Neruda (1924):

“Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.

¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia! …”

El romance, las bodas, los eventos familiares y sociales, incluso los duelos, tienen una gastronomía y unos rituales que extraviarían su sentido simbólico si los interpretamos solamente desde la ingesta nutricional.

La modernización y la globalización han derivado en el abandono y la desaparición de la cocina tradicional, a favor de dietas comerciales impuestas por la producción a gran escala. Actualmente, dominan modelos que estandarizan la alimentación, sustentados en parámetros nutricionales reduccionistas con hondas repercusiones en la salud, en la economía y en la calidad de vida de las comunidades. Más de 650 millones de adultos, en el mundo, son obesos, una calamidad masiva y creciente causada, en parte, por alimentos ultraprocesados que están saturados de azúcar, de grasas trans y de aditivos químicos.

Sobra decir que estos modelos alimentarios, además de afectar negativamente las dinámicas económicas de las comunidades, transgreden sus prácticas de cultivo y sus hábitos saludables, en detrimento de la existencia de los territorios, definidos como el espacio ecológico, cultural y simbólico en el que habita, interactúa y se expresa una comunidad.

La cocina campesina, garantía de la seguridad alimentaria, está ligada a la economía del territorio y a la identidad cultural transmitida de generación en generación. La agricultura, hecha sazón y condimento en la cocina, requiere y sostiene las prácticas que respetan la diversidad en la huerta o en la chagra.  Ahora sucede que los ingredientes de la cocina vienen de afuera, son altamente procesados de manera industrial, haciéndonos perder el vínculo con nuestra tradición económica y culinaria.

La escuela puede salvaguardar la tradición, puede implementarla, fortalecerla y resignificar al lado de la modernidad y de la tecnología (hornos, implementos, auxiliares de cocina).

El lugar de la escuela

Por supuesto, estas consideraciones son apenas un marco de referencia para el mejoramiento de una propuesta formativa. El Proyecto Educativo Institucional podría propiciar una toma de conciencia que reconozca la cultura alimentaria de los estudiantes y sus familias.  Qué tal hacer el listado de los platos de la infancia de los abuelos, de los padres y de los hijos, indagando no sólo su procedencia sino también la de los ingredientes y utensilios requeridos para su preparación.

Quizás, se podrían narrar historias o descubrir los afectos e imaginarios amalgamados a ellos.  Los hallazgos podrían ser sorprendentes; muy seguramente en la memoria de los abuelos, aún tintinean los ecos de términos como: tulpa, hornilla, fogón, rescoldo, pilón, reverbero, escudilla, palangana, totuma, tucunga, batea, cucharas de palo. ¿En qué época y en cuál de estas generaciones (abuelos, padres o hijos) se pasó de batir el chocolate en la olleta con molinillo a la licuadora eléctrica?, ¿de sembrar cilantro, perejil y cimarrón en la huerta casera, a la denominación genérica de “hierbas” compradas en el autoservicio?

El apego a nuestra práctica culinaria se expresa tanto en lo que queremos comer como en las formas de preparar los alimentos. Al cocinar actualizamos las formas de preparación, pero también, evocamos afectos e historias íntimamente ligadas a las recetas, que las hacen más apetecibles por ser expresiones de una identidad personal o comunitaria.

De esta manera podemos concluir, primero, que la escuela tiene en la cocina una oportunidad para reconocer nuestra raigambre étnica y cultural, pues estas constituyen patrimonio inmaterial de los territorios en las que se expresa su identidad y su inevitable componente económico y social.

Segundo, que existe una tensión entre la comida rápida, industrializada o chatarra y la cocina tradicional o lenta de los cocinatorios, verdaderos lugares que unen las familias alrededor del cálido ritual hogareño, colmado de sentido y afectos o vinculado a una taza de té, mate o café con aroma de amistad.

Tercero, reiterar la invitación a fortalecer la indagación, y por qué no, la investigación que nos permita descubrir quiénes somos como sujetos históricos y como nación; proyectos de aula que nos develen el tejido multicolor de músicas, platos típicos, narrativas, lenguajes y fisonomías que constituyen nuestro mestizaje. Solo así tendrá sentido y verdad, el principio constitucional que nos presenta como una nación pluriétnica y pluricultural.

(Vea también: Retos y desafíos para los agentes de la escuela en tiempos de COVID-19)

 

Imagen pixabay.com

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Escrito por
Gran Rector Premio Compartir 2016. Rector de la Institución Educativa Francisco de Paula Santander en La Cumbre, Valle del Cauca.
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