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La escuela vivida y la escuela soñada desde un camino de Paz, empatía, cultura, tabaco, tolerancia y vacas ordeñadas

A través de la poesía, la profe Margareth Sofía narra su territorio.

Septiembre 25, 2019

Montes de María
Mágica

Se levanta cada día el campesino a trabajar,
con su hacha su machete y su azadón, pero
iempre va entonando su canción.

Ladra el perro, llora el niño, la metralla ya
se oyó, la esperanza no se pierde, María mágica soñó.

 

La paz querida y soñada nace en la tierra que se cultiva, en la empatía que se mueve en el alma para entender al otro con sus necesidades y su hambre, que lo hace humano por tomar lo que no le pertenece, porque en medio de la mezquindad y desigualdad se le arrebata su derecho al pan, y al techo.

Nace en la esperanza de la sonrisa de un niño y hasta en su llanto, en el campesino que cultiva con el anhelo de vender sus cultivos y alimentar al hambriento, en el lápiz que escribe aún cuando sabe que no tendrá almuerzo al llegar, pero con inmenso placer escribe la Paz, con el calcio de la leche que su abuelo ordeñó por la mañana de septiembre, en la finca donde cultiva tabaco, ñame y se baja el aguacate.

El campesino viste la tierra que lo parió, de sueños, paz y alimentos para un país llamado Colombia, que al fin quiere ser la más educada, libre y consciente de sus riquezas naturales. En esas mismas coordenadas, María Mágica, en el Carmen de Bolívar, deja ver su porro, su cumbia y sus festivales con la majestuosidad que es suya por derecho.

La paz querida está sentada en el aula de un jardín, de una escuela que puja por ser la más soñada, con pintura, pupitres, cantos enseñados por la voz de un maestro sediento, pero orgulloso de ser desde la voz de sus ancestros que cuentan la historia de horror, pero de esperanza en su memoria intacta para que esta no se repita:

Entre lamentos relataba aquella pueblerina un día la paz que ya no veía, observando con lamentos la soledad que le dolía, con su mano adolorida y devastada por la vida exclamando su desdicha ella decía: - ¡porque mi alma brota llanto!, - ¡oh señor!, -¿Lo merecía? es tu hija que te habla, es el alba entorpecida, ¿porque no juegan ya mis nietos? ¡Ya no oigo algarabía, maldita guerra que hoy me duele… ya no quiero más la vida!

El horror, la inmunda guerra y la patria le dolían porque un día la guerrilla, los paracos y la envidia desgarraron sus vestidos, sin consuelo ella seguía. Hoy, sin alma, sin familia, viendo el sol de un nuevo día. Jamás se olvida, se guarda el rencor a los que opacan. En vez de sangre, llevas lágrimas, pero se aprende a resucitar como al tercer día y se brota la vida de entre la sangre y la desidia. Vuelve a asomarse el llanto y va después de las palmadas, nace un alma y la esperanza, vuelve la brisa, vuelve la risa de entre lágrimas a retomar por donde estabas, habitantes de mi tierra hoy se bañan de esperanza.

El Carmen de Bolívar vuelve y canta, suena el tambor, suena la vida, la gaita ya se oye, suena el porro en sus entrañas; pero ¡jamás se olvida! Y entre palabras duele el alma, pero retomas y te inclinas cuando encuentras destrozada esa choza que tú amabas. Ahí soñabas… florecías, pero un día vino el mal a llevársete la calma. Lloras, mueres y, cuando vuelves a la calma, nace y crece el ave fénix a luchar por lo que es suyo, por sus sueños, por tu alma.

¡Jamás se olvida! hoy se vive, hoy se ama, pero más que odio, tienes muchos sueños y esperanza. Ya ese niño ha crecido, es muy tímido, casi no habla, pero entiende que ha sufrido la violencia en las entrañas.

 


Imagen de ArturoChoque en Pixabay

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Escrito por
Docente en el Carmen de Bolívar, Bolívar. Nominada Premio Compartir 2019.
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Martial Heriberto Rosado Acosta
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Sembré una semilla en la tierra de cada estudiante para que florecieran los frutos del trabajo campesino en el campo que los vio nacer