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Lecturas para la educación

La educación es indispensable en nuestra búsqueda de la felicidad y trascendencia, pues nos ayuda a obtener una mirada desinteresada de la vida, a desprendernos de nuestras limitaciones y a participar en el florecimiento humano.

Noviembre 9, 2021

El filósofo y ensayista inglés Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura, escribe en su libro La conquista de la felicidad, de 1930. 

Uno de los defectos de la educación superior moderna es que se ha convertido en un puro entrenamiento para adquirir ciertas habilidades y cada vez se preocupa menos de ensanchar la mente y el corazón mediante el examen imparcial del mundo.[1]

Para entender el sentido cabal de estas palabras es conveniente colocarlas en el contexto en el que aparecen: el capítulo Intereses impersonales. En él, Russell afirma que el ser humano que sólo se ocupa de las cosas que atañen a su vida práctica y no consigue distraerse en actividades y pensamientos ajenos a sus preocupaciones cotidianas (por ejemplo, quien nunca se olvida de su trabajo o de las necesidades familiares), acaba experimentando una gran fatiga que favorece estados de ansiedad y a la larga lo discapacita para la felicidad. A esas actividades que nos alejan de nuestras preocupaciones prácticas Russell las llama “intereses impersonales”, y encuentra en ellas virtudes semejantes a las del sueño, estado en el que “la mente consciente queda en reposo (y) los pensamientos subconscientes maduran poco a poco su sabiduría”. 

Al hablar de un examen imparcial del mundo, la frase arroja un poco más de luz sobre esto de los intereses impersonales: para Russell, el estudio objetivo de la realidad se consigue sin involucrar en ello nuestras propias preocupaciones. A lo largo del capítulo, Russell lleva su reflexión sobre lo cotidiano cada vez más alto hasta alcanzar, como veremos, nociones que se acercan a las de la llamada “contemplación mística”. 

Avanzamos un poco si enlazamos las palabras de Russell con la descripción que hace el estudioso Harold Bloom acerca de Shakespeare, a quien califica con una palabra que hace temblar todas nuestras opiniones sobre lo que son la literatura y el arte, la palabra indiferencia: según Bloom, en sus más grandes obras teatrales Shakespeare escribe con infinita indiferencia hacia la condición humana.[2]

El temblor mengua conforme vamos entendiendo que lo de indiferente no se refiere a insensible o apático sino justamente ―retomemos a Russell― a no involucrar sus intereses personales en su forma de ver, a no ser parcial de ninguna forma frente a sus semejantes.  El escritor Santiago Cacomixtle lo explica así en el libro Crónicas de la Basura Universitaria:

Entender los hechos humanos resulta una ambición tan desmedida que algunos preferimos simplemente dejarlos pasar ─tal como un cristal deja pasar la luz─ para que (los seres humanos) cuenten por si mismos su historia. De esta manera aspiramos a mostrar al lector las cosas como son y no como queremos que sean.[3]

Si leyéramos un diálogo entre Russell y Bloom concluiríamos (claro, teniéndome a mi como transcriptor) que si Shakespeare gozó de un ensanchamiento de mente y corazón fue gracias a un estado de relajación total mientras contemplaba la realidad del mundo. Permanecer sensiblemente indiferente ante lo que nos rodea, sólo es posible si se renuncia a toda ocupación y preocupación personales. Russell (un ateo desde el punto de vista práctico) identifica esa mirada “desinteresada” con los ojos cien por ciento objetivos del científico, que centra su atención en hechos bien comprobados; privilegiando a la razón, describe el estado emocional que se consigue de esa forma (y que, como hemos dicho, se acerca a las descripciones del desapego místico). Antes de transcribirlo aquí, concluyamos nosotros que, para Russell, la educación es indispensable en nuestra búsqueda de la felicidad y de nuestra personal trascendencia, pues nos ayuda a obtener una mirada desinteresada de la vida, a desprendernos de nuestras limitaciones individuales y a participar en el florecimiento de la humanidad entera. Aquí sus palabras (contenidas en el capítulo que estamos revisando, Intereses impersonales):

Más allá de nuestras actividades inmediatas, tendremos objetivos … en los que uno no será un individuo aislado sino parte del gran ejército de los que han guiado a la humanidad hacia una existencia civilizada. A quien haya adoptado este modo de pensar no le abandonará nunca cierta felicidad de fondo, sea cual fuere su suerte personal. La vida se convertirá en una comunión con los grandes de todas las épocas, y la muerte personal no será más que un incidente sin importancia.

Russell matiza lo anterior dándonos en el mismo capítulo su versión personal de lo que Baruch de Spinoza, otro grande, pensara siglos atrás sobre la esclavitud y la libertad:

Una persona que haya percibido lo que es la grandeza de alma, aunque sea temporal y brevemente, ya no puede ser feliz si se deja convertir en un ser mezquino, egoísta, atormentado por molestias triviales, con miedo a lo que pueda depararle el destino. La persona capaz de grandeza de alma abrirá de par en par las ventanas de su mente, dejando que penetren libremente en ella los vientos de todas las partes del universo…; dándose cuenta de la brevedad e insignificancia de la vida humana, comprenderá también que en las mentes individuales está concentrado todo lo valioso que existe en el universo conocido. Y comprobará que aquél cuya mente es un espejo del mundo llega a ser, en cierto sentido, tan grande como el mundo. Experimentará una profunda alegría al emanciparse de los miedos que agobian a quien es esclavo de las circunstancias, y seguirá siendo feliz en el fondo a pesar de todas las vicisitudes de su vida exterior.

 

 



[1] El original en inglés dice: “It is one of the defects of modern higher education  that it has become too much a training in the acquisition of certain kinds of skill, and too little an enlargement of the mind and heart by any impartial survey of the world.” El libro es The conquest of happiness, y hay traducción al español.


[2] Harold Bloom profundiza en esta perspectiva sobre Shakespeare en varios de sus libros; entre los más importantes está El canon occidental, publicado en español por editorial Anagrama. 


[3] Santiago Cacomixtle es el personaje que inventé para participar como coautor del libro mencionado, especie de epistolario educativo sobre la desmejorada práctica ambiental en las instituciones de educación superior. La versión electrónica se puede descargar en: www.crim.unam.mx

 

Imagen Victoria Borodinova en Pexels

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Escrito por
Es escritor y comunicador. Su obra reúne la experiencia en numerosas disciplinas, casi siempre con un enfoque educativo: teatro, novela, cuento, ensayo, series de televisión y exposiciones museográficas.
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María Del Rosario Cubides Reyes
Gran Maestra Premio Compartir 2006
Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.