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Lo mínimo indispensable

Necesitamos que los responsables de nuestros sistemas educativos se replanteen qué es digno, qué es suficiente para que nuestros niños y jóvenes puedan aprender.

Julio 6, 2018

Hace exactamente un año, emprendí con mi familia el retorno a mi querida Argentina, luego de casi 16 años de vivir entre Estados Unidos y Canadá. Me fui sin hijos, volví con 3. Y, como todos los padres, lo que más me preocupaba antes de mudarme era su inserción en la nueva vida. Un componente crucial de dicha inserción: el ambiente escolar.

Según mi experiencia, los estándares mínimos, tanto en Canadá como en Estados Unidos, son muy claros. Una escuela sin agua corriente o electricidad no se habilita. Todas las escuelas tienen agua, electricidad, techos, pisos de material, paredes y ventanas funcionales, aire cuando hace calor y calefacción en invierno. Sin contar las salas de usos múltiples, gimnasios y salas de profesores. Uno pensaría que estos mínimos niveles de suficiencia también se cumplen en nuestra región. Lamentablemente no es así.

La diferencia que encontramos con la mayoría de los países de nuestra región es notoria. Nos sigue sorprendiendo ver en los diarios con demasiada frecuencia que hay niños y jóvenes en nuestra región que van a clase en escuelas sin terminar, con pisos de barro y sin techo. Que toman clase a la intemperie con más de 30 grados de temperatura, o que el techo les gotea cuando llueve, arruinando sus libros y materiales.

Los datos lo corroboran: en un estudio del BID, que escribí con mis colegas Jesús Duarte y Mariana Racimo, encontramos que una proporción inaceptable de niños asisten a escuelas con infraestructura inadecuada. Y no sólo eso, sino que los recursos de infraestructura escolar están distribuidos de forma inequitativa, y los más desfavorecidos son los niños que viven en los hogares más pobres y los que viven en zonas rurales.

Por ejemplo, el 40% (¡!) de los niños de la región asisten a escuelas sin niveles suficientes de agua y saneamiento. Es decir, no tienen alguno de estos elementos: agua potable, cloacas, alcantarillados, baños en buen estado o recolección de basura. Algo impensable para muchos de nosotros, pero tristemente, es una realidad para demasiados de nuestros niños.

Si sólo miramos a los más pobres, el porcentaje sube al 75%. La inequidad en el acceso a infraestructura adecuada se exacerba cuando miramos la conexión a los servicios de electricidad y teléfono: mientras el 92% de los niños más ricos tienen conexión suficiente, sólo el 40% de los niños más pobres la tienen.

¿Cómo podemos pretender que esos niños aprendan? No podemos pedirles que concentren todo su potencial en leer, resolver problemas de matemáticas, hacer experimentos de ciencia, fortalecer su instrucción como buenos ciudadanos si ni siquiera le damos lo mínimo indispensable.

Y ¿Cómo disminuiremos las brechas de aprendizaje y daremos a todos las mismas oportunidades, sin importar el nivel de ingreso de los padres? ¿Consideramos eso una educación digna? ¿Para dónde estamos mirando mientras estos niños asisten a la escuela en estas condiciones? ¿Cómo puede ser nuestro criterio de suficiencia tan diferente al de los países desarrollados? ¿Cómo podemos ser parte del cambio?

Como adultos y personas involucradas en el sector educativo, tenemos que hacernos estas preguntas. Es nuestro deber darles una respuesta más temprano que tarde. Necesitamos que los responsables de nuestros sistemas educativos se replanteen qué es digno, qué es suficiente para que nuestros niños y jóvenes puedan aprender.

Afortunadamente, mis hijos tienen acceso a buenos docentes, buenas escuelas públicas que satisfacen todos los estándares mínimos, pero me da mucha pena no poder decir lo mismo para todos y cada uno de los niños y niñas de nuestra región. ¿Cómo hacemos para lograrlo?

Los invito a visitar nuestro portal CIMA donde podrán encontrar datos no sólo sobre el acceso a la infraestructura escolar en la región sino a múltiples temas relacionados que pueden facilitar el diálogo que nos ayude a discernir qué es lo mínimo indispensable para nuestras escuelas.

 

Lea el contenido original en el blog educativo del Banco Interamericano de Desarrollo, BID.

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Martial Heriberto Rosado Acosta
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Sembré una semilla en la tierra de cada estudiante para que florecieran los frutos del trabajo campesino en el campo que los vio nacer