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Los buenos maestros marcan la diferencia en las vidas de sus estudiantes

El recorrido de Pereira hasta Popayán, de unos de los evaluadores del Premio Compartir 2016-2017.

Noviembre 10, 2016

En estos tiempos de incertidumbre política tras la victoria del No en el plebiscito del pasado 2 de octubre, existen varios grupos de ciudadanos que continúan contribuyendo a la construcción de paz desde todos los rincones del país. Los maestros colombianos son uno de estos grupos incansables.

Esa fue la agradable sorpresa que me llevé al emprender un viaje de 5 días que me llevó desde Pereira hasta Popayán, visitando las instituciones educativas de los maestros que fueron elegidos para ser visitados por los expertos del Premio Compartir.

Para la presente edición del Premio, la Fundación Compartir recibió más de 1.000 propuestas de maestros de todo el país. De este conjunto inicial de propuestas, los expertos que asesoran al Premio seleccionaron tan solo 68 para ser visitadas. Tal como se lo repetí a cada uno de los maestros que visité, el haber llegado a estas instancias del proceso de selección de por sí ya es un logro significativo y digno de elogios por parte de sus pares, rectores y estudiantes.

La semana comenzó con una visita a Cartago, Valle del Cauca, donde una joven maestra adelanta un proyecto ejemplar en el área de lengua extranjera. A través de un innovador uso de las TIC, la maestra enseña inglés a sus estudiantes con un videojuego llamado “Treis”. La maestra acompaña las enseñanzas lingüísticas y culturales del videojuego con una serie de guías escritas y clases de pronunciación. Su extraordinario desempeño en el aula y su arraigada costumbre de escribir, reflexionar y sistematizar sus experiencias le han servido para ganarse viajes a Estados Unidos, Corea del Sur y Ecuador.

Tras un largo pero provechoso día de aprendizajes, emprendimos nuestro viaje de cerca de 3 horas hacia la ciudad de Cali. Al siguiente día arribamos a nuestra segunda visita en el municipio de Mulaló, Valle del Cauca. Aunque el municipio de Mulaló está ubicado a menos de 1 hora de Cali, la neblina que penetra entre las montañas y que atravesamos al subir una loma empinada por una carretera estrecha sirvió como divisor entre el sector industrial de Yumbo y la ruralidad de nuestro destino.

Allí tuvimos la oportunidad de visitar la propuesta de una maestra de descendencia afro que a través del uso de una huerta que construyó con la ayuda de toda la comunidad educativa enseña a sus estudiantes acerca de las plantas de las que dependieron sus ancestros por motivos tanto gastronómicos como medicinales.

Esta valiosa tradición había perdido importancia durante las últimas dos generaciones. Por lo tanto, la maestra tuvo que recurrir a las abuelas de sus alumnos para escoger las plantas que se sembraron en la huerta y los usos que se le pueden dar a las mismas. Los estudiantes ayudados por sus abuelas sembraron plantas de cimarrón, salvia, caléndula, jengibre, yerbabuena, orégano, manzanilla y tomillo. En un espacio denominado “La Aromaticada” los estudiantes preguntaron a sus abuelas acerca de estas plantas y las abuelas les relataron entre risas la forma en que sus madres curaban todo tipo de enfermedades con plantas medicinales. Cuando los estudiantes indagaron acerca del uso gastronómico que se le podía dar a estas plantas, las abuelas defendieron sus propias recetas pero todas coincidieron en que “al sancocho NUNCA se le debe poner guascas”.

Al terminar la jornada emprendimos nuestro viaje hacia la ciudad Popayán y a las 7am del siguiente día estuvimos en el pintoresco municipio de Silvia, Cauca. Allí fuimos recibidos por una maestra Misak, quién nos guío entre caminos que parecían de arcilla hasta el resguardo de Guambía. Después de una breve caminata por una loma empinada que nuestro automóvil no logró escalar, llegamos a una pequeña escuela, que además de estar impecablemente decorada, gozaba de una vista realmente asombrosa.

Para darnos la bienvenida, la maestra invitó a una serie de músicos Misak que entonaron el himno nacional y el himno Guambiano para darle comienzo a la jornada. El proyecto de la maestra consiste en revivir la lengua ancestral de los Misak, el Namui Wan. Tras haber entrevistado a varios padres de familia que nunca aprendieron el idioma, comprobamos la urgencia e importancia de la propuesta de la maestra. En coherencia con la cosmovisión que caracteriza a la comunidad Misak, los estudiantes nos enseñaron a dialogar con las plantas que cultivan en la huerta de la institución educativa.

En el cuarto día de nuestra visita viajamos al municipio de El Tambo, Cauca. Durante el viaje a la institución educativa, los relatos de violencia de los profesores que nos acompañaron durante ese desplazamiento contrastaban con la belleza de los paisajes de la región. La complejidad y sofisticación de la propuesta de ese docente también contrastaba con los escasos recursos de su entorno. Como parte de su clase de sistemas, este maestro les enseña a sus estudiantes sobre robótica haciendo uso de materiales reciclados y los componentes de computadores que ya no estaban en uso y que eran desvalijados por sus estudiantes.

Aunque a simple vista estas propuestas no tienen un vínculo obvio a la construcción de paz en el país, el denominador común del trabajo de estos docentes es su contribución al proyecto de vida de sus estudiantes. Esta labor es de especial importancia en los territorios que fueron afectados por el conflicto armado interno. Mientras los medios de comunicación continúan destacando los desacuerdos entre las elites políticas del país, basta con un corto viaje a las instituciones educativas rurales para comprobar que los maestros colombianos no han cesado de trabajar para que sus estudiantes formen parte de una nueva generación de paz llena de nuevas oportunidades.

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Escrito por
Abogado con experiencia en derecho internacional y derecho internacional de los derechos humanos. Becario de derechos humanos en el Centro Vance para la Justicia Internacional en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Nueva York
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Luis Fernando Burgos
Gran Maestro Premio Compartir 2001
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