Mi experiencia en la docencia

Recuerdo que una tabla de cama era mi tablero y la tiza se desgastaba por las ranuras de la tabla, ahí explicaba distintas áreas pero la que más me gustaba era matemáticas.

Después que me gradué a mis 16 años me mude de Santa Ana, municipio del Magdalena para Santa Marta y a la par que estudiaba comencé a trabajar en un colegio tradicional como auxiliar; me dieron la oportunidad de trabajar como docente y lo hacía por las mañanas y estudiaba por las noches. Así durante dos años.

Una tarde me llamaron del Colegio Los Manglares, que tiene una propuesta de educación alternativa, para hacer una licencia de maternidad a una de las profesoras, a partir de ese momento comenzó mi reto y mi aventura.

Recuerdo que al entrar, la primera impresión que tuve fue: “¿Qué es esto­­?”, “Todos descalzos”.  “¿Dónde están los pupitres?”. Solo veía cojines y pensaba: “¿Dónde me metí?” “¡Esto es una locura!” Me dio hasta dolor de barriga del susto, pero al final respire profundamente y me dije: “Tranquila que nadie nace aprendido y vas a aprender”.

Así pase por varios meses, años y entre más ha pasado el tiempo, más me gusta esta metodología.  Desde ese primer día en Los Manglares comenzó mi amor por lo que hago, por los niños, por importarme cada uno de sus problemas y entendí que este colegio es un hogar donde lo que importa es el niño, su bienestar, sus emociones, sus relaciones personales e intrapersonales, la comunicación y comportamiento con su entorno, el amor por la naturaleza. Me ha enseñado a que no soy una máquina, que puedo aprender a partir de las emociones del otro, de lo que a diario vivencio.

Desde el área de Matemáticas surgieron muchos interrogantes y uno de ellos fue: ¿cómo hacer las clases diferentes? Y junto con los niños de grados superiores nos inventamos las máquinas de sumas y restas para los niños de primero y segundo y hasta el momento hemos aprendido de manera divertida y diferente.