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Música, matemáticas y programación
Conozca el proceso del taller de composición musical con matemáticas y tecnología en los colegios Divino Salvador de Cucunubá, en Cundinamarca, y Suba Compartir, en Bogotá
Hace poco menos de un año, en este mismo portal hablábamos del proceso que la Fundación Haiko, con el apoyo de la Fundación Compartir, llevaba a cabo en la enseñanza de ciencias utilizando el arte por medio de un enfoque STEAM (Ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas por sus siglas en inglés).
Hoy, después de un año de aprendizajes y enseñanzas donde las buenas respuestas de los estudiantes y padres de los talleres nos han reafirmado el significado y valor del proyecto, es grato utilizar este mismo medio para contar de nuevo una aproximación que desde el área de Arte & Ciencia en Conexión hemos creado para seguir con el propósito de acercar la ciencia a las y los jóvenes de este país utilizando el arte como puente.
Durante el mes de octubre del 2018, cuatro profesores de la Fundación Haiko tuvimos el grato honor de desarrollar un taller de composición musical con matemáticas y tecnología en los colegios Divino Salvador de Cucunubá, en Cundinamarca, y Suba Compartir, en Bogotá. Doce horas en total utilizaron los niños y niñas de cada colegio para introducirse en tres mundos diferentes pero muy conectados: la música, la matemática y la programación.
La matemática, ese tema que tan injustamente hemos vuelto monstruo los adultos, es un factor fundamental de este taller. Con ella entramos a un tema que, aun siendo matemático, fascina a adultos y niños con facilidad: los fractales.
En compañía de Laura Gómez, matemática especialista en matemática aplicada y magíster en educación y liderazgo, aprendieron a construir figuras geométricas que cumplen con la única regla de mantener su estructura geométrica fragmentada en cualquier escala. Los participantes fueron capaces de crear una gráfica que sorpresivamente cobró vida desde la sonoridad.
La parte musical, taller co-creado por Laura Gómez y la música profesional Catalina Gómez, quien es directora musical de la Compañía Nacional de las Artes y Maestra en Composición musical, fue dirigida y facilitada por la también música, profesora y ex-integrante del grupo bogotano de reggae Nawal, Sandra Osorio.
La música, que en este evento se alejó de la tradición al ser escrita lejos de pentagramas, claves de Sol, corcheas, semicorcheas, redondas y demás, se aventuró a ser escrita en un lenguaje cuyo código fue negociado con los mismos participantes en el aula. Partiendo de un plano cartesiano y los gráficos fractales, un nuevo lenguaje musical nació en la mente de los participantes, donde cada línea y punto representaban tiempos y tonalidades, y donde cada iteración podía ser verso o coro de la melodía.
Y por última, pero no menos importante, la tecnología, encabezada por el ingeniero electrónico, gerente y fundador de MyTech Ideas, Camilo Molano, quien, por medio de la háptica (mecanismos táctiles), introdujo a los participantes en el tema de la conductividad y los circuitos de manera entretenida. En adición al trabajo con conductividad, se utilizó el recurso tecnológico con el cual contábamos para explorar estos conceptos, el makey makey, para introducir a los participantes en un tema un poco más complejo pero igual de divertido y necesario en el mundo moderno como es la lógica de programación por bloques. Scratch, una plataforma de internet dirigida hacia jóvenes para aprender a programar de manera fácil y entretenida creada por el MIT (Massachusetts Institute of Technology), fue nuestra herramienta fundamental para la última parte del proceso. Musicalizar las creaciones de cada niña y niño con ayuda de un computador. Hacer música desde lo digital.
¿El resultado de los talleres? Muchas risas, exploración de los niños, diversión y unas melodías curiosas que sin duda quedarán grabadas en la memoria de los participantes que quizás por primera vez compusieron una melodía de la nada y la presentaron a un público pequeño conformado por sus padres, hermanos o allegados dentro del mismo salón de clases que los acogió durante 12 horas de una semana en el colegio de Suba y una tarde y un día entero en el Divino Salvador de Cucunubá.
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