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Política en la mesa

Cuando era niña, Alina Cor solía relacionar la política y el dinero con algo sucio, porque cuando hablaba de esos temas en la mesa sus padres le decían: “No hables de eso que estamos comiendo”.

Septiembre 29, 2019

“En la mesa no se habla de política, de religión o de dinero”, suele decir alguien cuando se comienza a hablar de política durante el almuerzo o la cena. Es una frase que se repite de manera mecánica sin pensar en las consecuencias que ésta puede tener en la formación ciudadana de los colombianos. Debería ser todo lo contrario: debatir en la mesa hasta quedar sin aliento sobre las implicaciones de lo público en lo privado, y así tomar decisiones más razonadas.

Pero debatir en la mesa no significa escuchar a la cabeza de familia dar cátedra sobre sus opiniones personales: amar a sus ídolos y odiar a los adversarios del político amado. Así, en algunos hogares la legitimidad de los argumentos es proporcional a la edad de los que se sientan en la mesa. Si los jóvenes opinan diferente al padre o la madre, sus argumentos no son tenidos en cuenta, se ignoran y dejan de lado, como si fuera la cáscara de una fruta. O, lo que resulta más frustrante para esos jóvenes que se entrenan en el arte de la mayéutica, sus opiniones son despachadas con una falacia retórica: “usted es muy joven para saber eso”, como si la razón y la edad tuvieran un crecimiento paralelo.

Debatir sobre lo público en estos espacios privados crea ciudadanos más informados y permite que éstos aprendan a tramitar sus diferencias. La discusión es una oportunidad para que las personas, comiencen a escucharse, respetar la palabra de los demás y reconocer que la diferencia es la esencia de cualquier diálogo social. Sin embargo, ante la primera confrontación o desacuerdo, alguien corta la conversación recordando, una vez más, “estamos comiendo, en la mesa no se habla de política”. Tan grave como el argumento de la edad, es el que entiende la convivencia como la negación del conflicto, cuando lo importante es aprender a tramitarlo y asumir que pensar diferente no implica matarnos.

Permitir que la política entre a la mesa también es un tratamiento contra el fanatismo, pues, no hay mejor remedio contra este mal que escuchar y reconocer al otro. Pero esto no es fácil, porque a las personas les gusta mucho el tono de su propia voz y el sonido de sus ideas cuando se convierten en palabras. Por eso quisieran tener, en lugar de contertulios, una tribuna que aplaudiera ante todas sus verdades. El problema no es hablar de política en la mesa, sino aprender a escucharnos.

Cuando era niña, Alina Cor solía relacionar la política y el dinero con algo sucio, porque cuando hablaba de esos temas en la mesa sus padres le decían: “No hables de eso que estamos comiendo”. Usaban la misma frase para regañarla por comentar algo “asqueroso” durante la cena, como si todo estuviera en un mismo paquete de cosas que dañan el apetito.

Quizá el problema está en el efecto dramático que producen los cubiertos contra la vajilla, pues el golpe del metal sobre la cerámica se intensifica a medida que la conversación aumenta. Con seguridad algún plato habrá salido volando durante un almuerzo familiar en el que se habló de política y alguien se habrá levantado sin terminar de comer en medio de su indigestión ideológica. Sin embargo, estas reacciones son parte del aprendizaje necesario para comprender la importancia que tiene el diálogo sobre lo público en el ámbito privado.

De negar esta posibilidad, la sociedad terminará convertida en una gran masa de insulsos, que confunde tener criterio político con fanatismo y, la próxima vez que nos sentemos a comer eso mismo es lo que encontraremos servido sobre la vajilla, una insípida y tibia masa de insulso, no como acompañante, sino como plato principal al desayuno, al almuerzo y a la cena.

Fuente: El Espectador

 


Photo by Daria Shevtsova from Pexels

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Jesús Samuel Orozco Tróchez
Gran Maestro Premio Compartir 2005
Senté las bases firmes para construir una nueva escuela rural donde antes solo había tierra árida y conocimientos perdidos.