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Reciprocidad, emociones y conocimiento una triada esencial en la práctica pedagógica

El acto pedagógico debe ser emprendido y compartido desde las relaciones intersubjetivas.

Agosto 4, 2020

Introducción

En un mundo en crisis como el actual, donde los retos de afrontar la emergencia de entornos virtuales aumentan la complejidad de la realidad social, es fundamental entender el papel de la educación y en especial de la práctica pedagógica en su deber de promover la cohesión social, la equidad y el aprendizaje de la vida en comunidad.

Los puntos de vista que a continuación compartiré, tienen como propósito suscitar la reflexión y el diálogo acerca de cuestiones fundamentales para la vida docente y discente en general y, particularmente, para aquellos que hemos elegido dedicar la vida a la educación. Por lo tanto, la disertación se orientará a pensar ¿qué es la educación?, ¿cómo la entendemos en tiempo de crisis?, ¿quiénes son sus protagonistas? y ¿cómo manejan sus relaciones pedagógicas?

De la concepción que se tenga de ella se desprenderá consecuentemente el valor que se le dé. Si se tiene un concepto profundo, crítico, pobre o mínimo de la educación, entonces la valoración será de la misma naturaleza. 

¿La educación en crisis? 

En la actualidad, la palabra más escuchada es “crisis”, y en la educación está presente con mayor arraigo, debido a múltiples factores contextuales que rigen la cotidianidad de sus protagonistas; pero, ¿qué es la educación?, ¿cómo es valorada?, ¿cómo la pensamos y cómo nos comportamos con ella en el tiempo en el que se vive actualmente?

Pretender acceder a la educación en tiempos de crisis, conlleva un gran riesgo: darse cuenta que no se sabe qué cosa sea y, consecuentemente, no saber qué cosa somos como protagonistas activos de la misma. Hablamos, oímos, escribimos sobre ella y sobre nosotros, pero saber qué es ella y qué somos nosotros es un reto. Es un reto para la vida.

La palabra crisis debe reservarse en educación para aquellas situaciones en que una institución o sistema es incapaz de cumplir sus fines o de dar respuesta a las necesidades que caigan dentro su ámbito de responsabilidad, hasta el punto de que ello implica una pérdida de legitimidad y se aboca a una reestructuración o sustitución alternativa de estrategias. Tal es el caso de la educación virtual, usada como alternativa para afrontar la emergencia sanitaria, generada por el Covid-19.

Cuando la educación está en crisis, hay necesariamente crisis de valores, porque en ese caso, o no se sabe para qué sirve, o no se dispone de los medios para responder a las expectativas nuevas. Lo que procede es entender el sentido relacional de los valores y el carácter temporal de los fines y medios en cada orientación formativa temporal; una orientación en la que diversas instituciones comenzando por la familia, pasando por la escuela y terminando en la sociedad, tienen responsabilidad compartida.

En esta primera idea se perfila la óptica con la que se quiere abordar la educación. No se trata de una técnica, de un sistema, de un método, de un aprendizaje, de una transmisión o enseñanza. Se trata de un modo de ser. Razón suficiente para afirmar que, si no sabemos qué es la educación, tampoco sabremos qué somos nosotros mismos.

La educación es un constitutivo esencial de nuestro ser. No es un añadido ni tampoco un adorno. En este sentido educar y educarse solamente compete a los seres humanos. Por lo tanto, educar no es un término unívoco, rebasa ese concepto. Educar tiene una pluralidad de sentidos, mismos que tienen que ver con la vida, con el pensamiento, con la cultura, con el quehacer y, finalmente, con el ser y sus relaciones afectivas. 

Actualmente vivimos en sociedades diversas, llenas de cambios que adquieren de forma inmediata un carácter global y donde educar se vuelve complejo. Tal complejidad y la posible incertidumbre que provoca, exigen que se eduquen ciudadanos preparados para afrontar nuevos retos. Parafraseando un a Morín desde sus siete saberes, se debe enseñar a hacer frente a los riesgos, a lo inesperado, a lo incierto. Resulta entonces necesario aprender a navegar en ese océano de incertidumbres creando archipiélagos de certeza, y la responsabilidad educativa en este proceso es innegable y muy relevante.

Ante esta perspectiva, es imperante, desarrollar una pedagogía recíproca donde se fomenten las relaciones sociales, las mentalidades abiertas, la flexibilidad de pensamiento, tolerancia ante los cambios y la capacidad de aceptar las novedades, pero sin olvidar la importancia de desarrollar la capacidad de contribuir a la innovación y al proceso de cambio cifrado en lo afectivo.

Se trata de educar para que los estudiantes y los maestros lleguen a ser creativos y sepan gestionar sus emociones y sentimientos, y para ello resulta esencial proponer y desarrollar actividades enfocadas en el sentir, en el convivir en equilibrio con el saber y el hacer, pero sin olvidar su consolidación en el ser, para lo cual podría ser adecuado un enfoque proactivo. Es decir, incluir en las aulas actitudes y aptitudes favorables compartidas entre los protagonistas del proceso educativo que ayuden a desarrollar competencias relacionadas con el pensamiento y el comportamiento creativo, que promueven a su vez el conocimiento y la aceptación de aquello que se siente y se experimenta.

En otras palabras, la educación es ante todo una práctica social contextual, de manera que, el educando en su paso por la misma, debe formarse desde las competencias emocionales y axiológicas en convergencia con la razón, y no ha de tratársele nunca como un producto, porque pierde su derecho natural de pensar y sentir. Por eso la necesidad de continuar restableciendo una mejor pedagogía para una mejor práctica educativa, lo que dará sentido a la educación como esencia humana, para que ésta resulte un concepto transparente para la sociedad.

De otro lado, se hace imperante aquí, hablar de la docencia como el vehículo de esa transformación, de la práctica pedagógica; donde el docente en sus funciones como promotor social, está llamado a prestar mayor importancia a los sucesos afectivos de sus educandos a través de una praxis pedagógica de orden social y emocional, articulado paralelamente al fomento intelectual donde sea el educando protagonista de su propio aprendizaje.

La complejidad que se establece en la tarea docente y su responsabilidad por redimir la acción crítica-reflexiva del discente, implica un código deontológico que debe ser el cimiento principal por el cual el docente promueva su participación pedagógica. 

El código axiológico de inclusión social sobre una reciprocidad pedagógica docente-educando, radica en asumir las capacidades del educando sin juzgarla u opacarlas y, por ende, suscitar interconexiones de carácter reflexivo y constructivo hacia la formación integral del sujeto.

Por tal motivo, es apremiante, fundamental y necesario volver a reconsiderar y reconstruir este concepto. Docencia viene del latín docere, que significa, en un sentido, enseñar o dar a conocer una cosa, pero también quiere decir educar, formar; de ahí que la docencia sea en primer término el proceso en el que se involucran recíprocamente tanto educador como educando. En ese sentido, Freire (2002) dice: El gran desafío del educador es aprender-enseñar a conocer, a reflexionar, a dialogar, a interrogar y a actuar por nosotros mismos, junto con nuestros compañeros de profesión. También utilizar la experiencia de vida profesional, con la finalidad de promover una experiencia pedagógica (…) para tornarnos mejores como seres humanos y profesionales (p. 39).

Finalmente, el acto pedagógico debe ser emprendido y compartido desde las relaciones intersubjetivas, donde los méritos académicos queden en segundo rango ante las especificidades humanas, clima que crea un amplio y noble camino hacia la humanización de la academia, esto, porque muchos son los casos que dan fe de la edificación que acoge al docente al convertirse puramente en posesión y emisión de contenidos desarraigado de su propia condición humana.

 


Imagen Rijki Budiman on Unsplash

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Reciprocidad, Triada esencial, Práctica pedagógica, Acto pedagógico, Jorge William Patiño, Gimnasio del Pacífico
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Carlos Enrique Sánchez Santamaria
Gran Maestro Premio Compartir 2011
Con el apoyo de las tecnologías logré que los estudiantes convirtieran el pasado de exclusión que vivió éste municipio lazareto en un pretexto para investigar, conocer la historia y conectarnos con el mundo.