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Sí pudimos ser flexibles. 9 lecciones que nos enseña la pandemia sobre educación inclusiva

Abril 29, 2020

Son tiempos de pandemia, crisis, incertidumbre y cotidianidades alteradas. Millones de niños, niñas y adolescentes desescolarizados se unen en sus casas a los cientos de miles de niños, niñas y adolescentes con discapacidad que nunca han pisado una escuela o, que habiéndolo intentado, terminaron excluidos y segregados.

La pandemia obligó al sistema educativo a transformarse, sin preparación, sin formación y sin pruebas piloto. La cotidianidad cambió, la inmunidad del salón de clases se reveló en la mesa del comedor de la casa. La tradición de la clase magistral fue reemplazada, casi que inmediatamente por entornos virtuales, hubo resistencias, pero hubo que hacerlo. Nadie estaba preparado, a nadie lo formaron para esto en la universidad y, aún así, lo intentamos y lo logramos. En el sistema educativo, todo lo que parecía sólido, se desvaneció en el aire.

Muchas de las transformaciones educativas que vivimos en tiempos de la pandemia del Covid-19 como estudiantes, como padres, como maestros, tienen todo que ver con la educación inclusiva. Revelan que no era tan difícil, que no había que tomar tantos cursos, que no había que tener un millón de apoyos en el salón de clase. En esta nota de blog les contamos 9 lecciones que nos enseñan que sí se podía y que lo que se necesitaba era apertura para intentar y probar.

Lección 1. Supimos que se puede ser flexible con los contenidos.

Los maestros entendieron que se puede priorizar aquello que es realmente importante en términos de conocimiento y habilidades. La obsesión por los contenidos, como una meta que se alcanza, como una certificación de aptitud y de idoneidad quedó a un lado. La crisis, pero también la educación inclusiva, nos llevó a preguntarnos para qué estamos acá, de qué se trata la educación, qué se llevan los estudiantes para sus vidas. El aprendizaje es que no todos se llevan lo mismo, y eso está bien. Lo importante es que todos se lleven lo que necesitan para sus vidas.

Lección 2. Nos dimos cuenta que podemos ser flexibles con los ritmos de aprendizaje

No todos los estudiantes tienen que ir al mismo ritmo, ni deben hacer lo mismo en el mismo momento. La obsesión por tener a todos los estudiantes haciendo lo mismo, terminando al mismo tiempo, logrando las mismas cosas y, correlativamente seleccionado ganadores y perdedores quedó de lado; todos deben ganar. Aprendimos que no podemos dejar a ningún estudiante atrás, tuvimos que preguntarnos por sus condiciones de vida, por sus avances, por lo que los motiva, los recursos con los que cuenta. En fin, aprendimos a poner a los estudiantes en el centro, no a los contenidos ni al ego docente, de eso se trata la educación inclusiva, nunca es tarde para descubrirlo, así sea en tiempos de pandemia global.

Lección 3. Aprendimos que la lógica de apoyos tercerizados que aterrizan en el salón de clase fracasó porque no logran transformar a los maestros.

Desde hace décadas los apoyos han sido contratados por alcaldes y gobernadores con recursos girados por el Gobierno Nacional. En tiempos de crisis los maestros y las familias entran en pánico porque no saben qué hacer, porque no saben cómo hacerlo. El fracaso está en que, luego de años y decenas de apoyos que han desfilado por las aulas y colegios, no han logrado ni transformar ni fortalecer a los maestros y a las familias. Algunos siguen pensando que los estudiantes con discapacidad son responsabilidad de otros, pero no del colegio, no del maestro. Evidentemente hay algunos apoyos cuya provisión se dificulta: tiflólogos, modelos lingüísticos e intérpretes de lengua de señas, un reto enorme para pasar de la queja y avanzar en buscar opciones innovadoras duraderas, no solo medidas que ayudan a dar respuesta a la contingencia.

Lección 4. Descubrimos que no es tan difícil ser flexible con las metodologías

El mismo contenido puede presentarse, y las mismas habilidades pueden lograrse, de diferentes maneras, diferentes opciones para diferentes estudiantes. Los días del salón de clase ultra estructurado, en donde se hace lo mismo una y otra vez, llegaron a su fin. Nos vimos abocados a pensar cosas distintas, para los que pueden conectarse, para los que no, les pedimos videos, pero también se puede enviar audios. Se hizo vivo el Diseño Universal del Aprendizaje del que nos hablaban los expertos, usando el sentido común (el menos común de todos los sentidos). El resultado no es perfecto, pero eso no importa, lo que importa es el proceso, el camino que recorremos y lo que aprendemos en ese trasegar.

(Le puede interesar: El Contrato Pedagógico, un herramienta de aprendizaje flexible, incluyente y reflexiva)

Lección 5. Supimos que se puede ser flexible con la jornada escolar

La educación no solo sucede de 7 am a 1 pm, se aprende en el parque, se aprende en la casa. Es importante ir a la escuela, pero parte del proceso educativo puede suceder en otros lugares, en la casa, en el parque, en el entorno virtual. Aprendimos que la escuela sí puede planear actividades y procesos que sucedan en varios lugares, con distintos apoyos, en casa, en el hospital, en donde sea que el niño o la niña esté y lo necesite.

Lección 6. Logramos evaluar de diferentes maneras, y descubrimos que no se trata de una carrera contra el tiempo, no es una competencia.

Evaluar es un proceso que nos permite verificar los logros, el lugar en el que están los estudiantes, no para marcar ganadores ni perdedores, sino para potenciar capacidades, habilidades y logros. Aprendimos que se puede, y además es una buena idea, preguntar a los estudiantes cómo van en su proceso, qué han logrado, qué se les dificulta y, que esto hay que hacerlo antes de que acaben los procesos académicos para poder cambiar el ritmo, brindar apoyos personalizados, intervenir. Aprendimos que no se necesita calificar con números, que no es el fin del mundo usar otras maneras.

Lección 7. Desmitificamos la colaboración entre familias y maestros

Descubrimos que nos permite compartir ideas y, sobre todo, ponernos en el lugar del otro, dimensionar el esfuerzo que hacen los maestros cada día. La cotidianidad transcurre, con frecuencia, en un tira y afloje entre profesores y familias. La crisis nos hizo conversar, escucharnos, colaborar, pero sobretodo, nos hizo ponernos en los zapatos de los maestros, en su cotidianidad, en la precariedad de recursos con los que trabajan, pero la importancia del proceso educativo que no puede simplemente parar.

Lección 8. No hubo tiempo para expertos, ni para multimillonarios contratos con universidades, no hubo charlas de formación, mucho menos maestrías sobre el tema. Nos dimos cuenta que no era un asunto de expertos, ni de técnicos, que no se necesitaban inversiones multimillonarias, plataformas sofisticadas, expertos traídos de Noruega. Se pudo dar respuesta con los recursos que teníamos, muchos de ellos gratuitos. Sin duda fueron insuficientes, pero catalizaron el cambio. Ahora sí podemos pensar qué plataforma es mejor, en qué necesitamos formación.

Nos dimos cuenta de una cosa fantástica: podemos formarnos entre nosotros, compartiendo experiencias, logros y fracasos. Logramos salir de la soledad del salón de clases para compartir con maestros, familias y estudiantes lo que hacemos y mejorarlo juntos.

Lección 9. Logramos trabajar con los recursos que teníamos.

Tuvimos que mantener el norte y confiar en el proceso. Nos dimos cuenta que no todos los estudiantes necesitan los mismos apoyos, que es una buena idea preguntar qué necesitan, verificar si funcionan, darse cuenta que varían en intensidad. Logramos poner a los estudiantes en el centro, significa más trabajo: sí. Pero significa hacer un buen trabajo para quienes más lo necesitan. Nos dimos cuenta que los apoyos son medidas pedagógicas, no médicas. Por tanto, son los maestros y la escuela quienes deben pensarlos, evaluarlos, mejorarlos, no los médicos. Por supuesto que no es perfecto, que tuvimos que hacerlo a la carrera, sin planear, dando respuesta a los retos cotidianos. La educación inclusiva es justo eso, un proceso, no un perfecto punto de llegada.

(Le puede interesar: Más allá del diagnóstico: 8 ideas para desmedicalizar el salón de clase)

Al final hay una lección sombrilla: sí se podía y no era tan difícil. Lo que hacía falta era buena voluntad; disposición para experimentar, para tratar, para probar; capacidad de aprender de los errores, corregir, ajustar; resaltar los logros, contarlos, comunicarlos. Nos quedó claro que las frases típicas que escuchamos: es que no nos han formado, no me lo enseñaron en la universidad, eso es para expertos eran excusas, solo excusas, al final, sí se puede con los recursos que tenemos. Después vendrán expertos y procesos de formación a ayudarnos a mejorar el proceso.

Contenido publicado originalmente en el blog de DescLAB, aliado de Palabra Maestra.

 


Imagen www.desclab.com

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Abogado. Magíster en Planeación Urbana y Regional y LL.M en Derecho Internacional y Derechos Humanos.
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Laura María Pineda
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