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¿Cuánto vale un profesor?

Agradecer a los profesores es un deber de todos.

Mayo 17, 2016

Hace algunos años, por azares de la vida, me encontré con un interesante libro titulado Quanto vale um professor? Reais ou imaginários, alguns imprescindíveis, outros nem tanto del pedagogo brasilero Celso Antunes. En el mencionado texto se relatan historias de maestras y maestros, de las cuales sigo aprendiendo. La introducción del libro siempre me ha inquietado, especialmente por la pregunta que se plantea; por ello, en una traducción propia, la comparto.

Un día, tal vez, substituidos por avanzadas máquinas de enseñar, ya no existirán los profesores. En los bares, cafés, bancos, centros comerciales y estacionamientos, existirán coloridos aparatos que, con pocas monedas, traerán información actualizada sobre un asunto que se desea buscar. Cuando se escribe una palabra, aparecerá en la pantalla todo lo que la humanidad ha descubierto sobre la misma. Si se desea, sólo basta poner más dinero y el material que aparece en la pantalla podrá imprimirse.

Existirán escuelas, tal vez, sólo para que los estudiantes presenten exámenes respondiendo en los computadores a una serie de preguntas buscadas en las máquinas y en los e-books. Después de las pruebas, con gran rapidez y prisa, los resultados aparecerán y los usuarios podrán allí mismo certificar el grado de conocimiento y la puntuación que, en pleno derecho, escribirán en sus currículos.

Dejará de existir el patio ruidoso, las palabras de confort, el polvo de tiza y el borrador, los noviazgos escondidos, las clases eludidas. La modernidad impondrá la estética de los edificios silenciosos, y los adeptos a los nuevos tiempos no extrañarán las libretas rasgadas y los cuadernos que acogían también serenas confidencias. Con motivo de ese previsible futuro, ya no se celebrará más el Día del Maestro.

El quince de octubre [dia del maestro en Brasil] será solo una fecha común, vacía, sin celebración. Día triste y nostálgico, sin memoria, sin recuerdo del pasado. Tal vez un domingo sin gracia, en el que no se recuerden las manos de la maestra sobre una cabeza insegura, ni la audacia de la alegre hija mostrando lo que aprendió, ni la imagen de un maestro que con nostalgia e inmenso cariño, en la memoria se cristalizó.

Antes de que ese momento, que se aproxima, esté pronto entre nosotros, y aún en un tiempo brevemente superado de libros de papel, estas páginas de pálidas nostalgias se atreven a buscar respuestas a la pregunta: ¿cuánto vale un profesor?

Las palabras de Antunes, nostálgicas y con desconfianza frente a la tecnología, me hacen pensar sobre  varias cosas:

El ser del maestro tiene que ver una sensibilidad frente a la vida cotidiana de las instituciones educativas: “el patio ruidoso, las palabras de confort, el polvo de tiza y el borrador, los noviazgos escondidos, las clases eludidas”; es en esos intangibles donde el verdadero maestro crece y va más allá de la simple transmisión de contenidos.

El valor de un profesor, a mi juicio, no estriba en la cantidad de títulos que ostenta, ni en el volumen de conocimiento que posee.

Conmemorar el día del maestro no es solamente una oportunidad para reconocer la labor docente, se trata de no caer en un “día triste y nostálgico, sin memoria, sin recuerdo del pasado”. Celebrar es recordar y hacer de eso algo importante para la sociedad y la cultura.

La enseñanza y el aprendizaje no tiene que ver exclusivamente con lo cognitivo, se da cuando hay una relación afectiva: “las manos de la maestra sobre una cabeza insegura […] la audacia de la alegre hija mostrando lo que aprendió”.

Ahora bien, preguntarse por ¿cuánto vale un profesor? (de sobra se sabe que no se está hablando de lo económico) debe ser una pregunta constante y obligada en todas las sociedades, pues el valor de un profesor, a mi juicio, no estriba en la cantidad de títulos que ostenta, ni en el volumen de conocimiento que posee, ni en los resultados de sus estudiantes; el valor de un profesor está en la capacidad que tiene de asumirse como un artesano de sus prácticas, como profesional en su ejercicio y, sobre todo, en un ser humano que disfruta su quehacer y reflexivamente busca mejorar sus prácticas.

Por todo lo anterior y por otras tantas cosas que he olvidado, creo que el valor de un profesor es incalculable; pero mientras tanto y para no perder “la imagen de un maestro que con nostalgia e inmenso cariño, en la memoria se cristalizó” solamente quiero exaltar el valor de algunos profesores y responder a la pregunta de Celso Antunes con una expresión de gratitud a todos los maestros en general.

Gracias: Esperanza, mi maestra de preescolar; padre Arboleda mi maestro de metafísica, Blas Blanco mi maestro de ética e historia de la filosofía; Josep María Puig Rovira, mi maestro de investigación; gracias también a aquellos que he olvidado. Todos ustedes me enseñaron cosas, pero su valor estriba en la afectividad brindada para relacionarme con el conocimiento y con la vida.

Gracias: Marthica, Jenny, Claudia, Tatiana, Marcela, Nancy, Sandra y Mónica maestras de mi hija. Han mostrado varios caminos a esta pequeña.

Gracias: colegas estudiantes; de ustedes he aprendido la importancia de la experiencia de aula y que sí es posible una mejor educación.

¿Cuánto vale un profesor? Es una pregunta que cada quien debe hacerse y al responderla agradecer a algún profesor.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Sembré una semilla en la tierra de cada estudiante para que florecieran los frutos del trabajo campesino en el campo que los vio nacer