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Educando a los ciudadanos sin fronteras

Vivimos en un mundo de refugiados, deportados e inmigrantes. La movilidad debería ser un derecho, no un privilegio.

Septiembre 8, 2015

La humanidad se ha construido a partir de grandes migraciones. Las civilizaciones antiguas se caracterizaron por invadirse las unas a las otras, continuamente, hasta mezclarse en sus orígenes y evoluciones. Los moros invadieron a los españoles, los españoles colonizaron América Latina y siglos más adelante, migraciones vendrían al nuevo continente en masa de orígenes diversos. En Perú hubo una gran migración de chinos, lo que dio origen a la famosa cocina “chifa”, traída al país inca a inicios del siglo XX. En la costa colombiana hubo una gran inmigración libanesa desde 1.830 hasta 1.930 y sus descendientes conviven como colombianos más de una manera próspera y tranquila, compartiendo sus costumbres, cultura y tradiciones, especialmente culinarias. Y así pueden surgir muchos ejemplos más que demuestran su anterior premisa.

¿Y por qué entonces nos encontramos en un mundo tan intolerante ante lo extranjero, si la humanidad siempre se ha movido en latitudes diversas? La actual crisis de refugiados en Europa es un triste reflejo de dicha intolerancia. Mientras Austria, Bélgica, Francia y Alemania han manifestado su buena voluntad de acoger inmigrantes, en Hungría la situación es más compleja. El Reino Unido, que había mantenido una política fuerte contra los refugiados sirios ha decidido aceptar a 20 mil refugiados en los próximos cinco años y flexibilizar un poco sus políticas de inmigración, que se han recrudecido con los años.

¿Y por qué entonces nos encontramos en un mundo tan intolerante ante lo extranjero, si la humanidad siempre se ha movido en latitudes diversas?

La cruda imagen de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años que murió ahogado al tratar de escapar de la violenta situación de su país le dio la vuelta al mundo. Además de la cruel realidad que refleja, este suceso es a su vez una alerta de cómo, la crisis de los refugiados, no discrimina edad ni ocupación. Aylan debía estar a su edad en la escuela, riendo, aprendiendo y soñando con otros niños de su edad. Según un informe de Unicef, aproximadamente unos 13 millones de niños de oriente medio no pueden asistir a sus escuelas debido a la violenta situación de estos países. En países como Siria, Sudán y Yemen, los padres evitan enviar a sus hijos a la escuela por razones de seguridad. Y en las regiones fronterizas de Líbano y Turquía, las escuelas están abarrotadas y no pueden acoger a los refugiados para que se integren al sistema escolar.

A pesar de la dura situación, la actitud de ciertos gobiernos ha sido la de blindarse y tratar a aquellos que huyen de la guerra como ciudadanos de segunda categoría. Los pensamientos xenofóbicos parecen haberse reforzado en la cabeza de muchos, aludiendo que todo tiempo pasado fue mejor, ignorando la gran cantidad de capas mezcladas que componen a la humanidad.

Desde la escuela, la inmigración debe enseñarse como una alternativa viable y recibir al extranjero debe ser un tema constante que se inculque en los niños. La tolerancia y el respeto como valores universales facilitarán la formación ciudadanos como en muchas ciudades de Europa, donde las personas han decidido ejercer su derecho a proteger y acoger a los refugiados que salen de su país para sobrevivir. Me impresionó recientemente el relato de un ciudadano alemán, que encontró a una refugiada durmiendo clandestinamente en su sótano. Según sus propias palabras, esta vivencia fue para él una llamada de alerta para concientizarse más sobre la situación que experimentan personas en otras latitudes no tan lejanas. Decidió estar preparado para una próxima ocasión, con un kit para poder recibir a otra persona que pueda llegar a necesitarlo.

Nosotros en Colombia no estamos blindados ante una crisis como tal. Hemos tenido fuertes olas de desplazamiento que van por décadas y ahora, el conflicto en la frontera con Venezuela nos ha obligado a enfrentarnos una vez más con la intolerancia hacia el extranjero. Nuestros niños y maestros, también han sufrido para poder ejercer su derecho y deber a la educación. Parte de la calidad educativa se alcanza también garantizando un ambiente pacífico y tranquilo, donde todos los estudiantes puedan caminar tranquilos hacia la escuela  y los maestros se sientan seguros en su lugar de trabajo. Sin paz no hay calidad educativa. Y sin migraciones, inmigraciones y demás movimientos de ciudad o país, no hay ciudadanos del mundo.

Nuestros estudiantes y futuras generaciones no pueden crecer pensando que viajar y vivir en otros países es un privilegio de unos pocos. Debemos crear la noción de la necesidad de un mundo abierto, libre y tolerante, donde viajar sea una obligación y donde aprender de otras culturas sea un placer constante. Las fronteras nos blindan, las visas nos clasifican y estas barreras administrativas migratorias en realidad, impiden que la humanidad se una y afectan invisiblemente la educación. Mientras existan niños que en lugar de asistir a una escuela huyen de la guerra o no pueden asistir a la escuela por miedo, no podrá existir un planeta educado y feliz. Y mientras en las aulas, nuestros niños no sean conscientes de la importancia de estos hechos, habrá menos ciudadanos incluyentes, cálidos y abiertos hacia la diferencia. 

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Comunicadora social y periodista
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