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El mal y la educación

El mal, entendido como el drama de la libertad humana, constituye uno de los mayores retos de la educación ético-política y estética. Se requiere, entonces, maniqueísmos aparte, una conceptualización clara y profunda de sus implicaciones para su manejo pedagógico y formativo.

Septiembre 25, 2015

Casi siempre que escuchamos hablar sobre el mal lo relacionamos con el diablo y lo maligno; no obstante, creencias aparte, el mal se relaciona con el que, quizás, es el mayor problema ético y político: el drama de la libertad humana.

Por eso el mal no se puede encasillar en ningún concepto ni teoría, ya que no es posible -sobre todo después de Auschwitz, de los Gulags estalinistas, de las torturas de las dictaduras del Cono Sur, de los genocidios de los jemeres rojos en Camboya, de los crímenes de lesa humanidad de paramilitares y guerrilleros colombianos, del feminicidio en México- anticipar qué nuevas formas o vicisitudes del mal habrán de aparecer. Tampoco se puede plantear una esencia común del mal, un mínimo denominador común que involucre sus diversas modalidades de expresión, a pesar de que filósofos como Nietzsche consideren que su fuente principal se encuentra en el resentimiento o escritores como Dostoyevski se lo atribuyan a la incapacidad para amar; y otros, los más, crean que en la envidia o en la venganza o el orgullo se anida cualquier intención maligna. Lo cierto es que hay muchas formas del mal porque sus perpetradores acomodan sus acciones a sus propios ideales y creencias que, en últimas, son las que les dan sentido a su vida y mantienen su seguridad psicológica.

Por eso el mal no se puede encasillar en ningún concepto ni teoría, ya que no es posible -sobre todo después de Auschwitz, de los Gulags estalinistas, de las torturas de las dictaduras del Cono Sur, de los genocidios de los jemeres rojos en Camboya, de los crímenes de lesa humanidad de paramilitares y guerrilleros colombianos, del feminicidio en México- anticipar qué nuevas formas o vicisitudes del mal habrán de aparecer.

¿Qué hace que unos opten por el mal y otros por el bien? A través de los siglos pensadores y artistas han considerado dos tipos de respuesta a esta pregunta fundamental: por un lado están los que consideran que los seres humanos son buenos por naturaleza pero la sociedad los corrompe (Aristóteles, Platón, Rousseau, Tolstoi, Gandhi); y por otro, los que piensan lo contrario: los que creen que poseemos una fuerte propensión a volvernos moralmente malos (Hobbes, Kant, Dostoyevski,); aunque habría unos pocos que consideran que somos seres bifrontes en los que coexisten, como en el dios Shiva o en el Tao, el bien y el mal, o mejor, que son las expresiones de nuestra voluntad y nuestros instintos (Koestler, Hermann Hesse, Thomas Mann, Freud).

Estas diferencias probablemente obedecen a que el problema se plantee en términos dicotómicos y maniqueos: o somos buenos o somos malos; sin tener en cuenta que ninguno de los dos elementos de la ecuación existe en forma pura. En efecto, el bien absoluto, la positividad y afirmatividad puras, solo pueden generar catástrofes por su incapacidad para resolver sus crisis, contradicciones y conflictos, de la misma manera que a cualquier ser biológico al que se le eliminen sus virus, sus gérmenes y sus bacilos, corre el peligro de la autodestrucción, del cáncer y la muerte. Es el teorema de la parte maldita: “Todo lo que expurga su parte maldita firma su propia muerte”. Por eso, el principio del Mal no es moral, es un principio físico, de caos y desequilibrio, de antagonismo e incompatibilidad; el Mal no es un principio de muerte sino de desunión, de confrontación y de crítica, de sospecha y de creación, y, en consecuencia, es un principio de conocimiento. De ahí que conocer sea, por principio, asomarse al profundo abismo del Mal y a su inconmensurable poder simbólico. No sin razón el árbol del Edén es el árbol del conocimiento.

De ahí que conocer sea, por principio, asomarse al profundo abismo del Mal y a su inconmensurable poder simbólico. No sin razón el árbol del Edén es el árbol del conocimiento.

Siendo así las cosas ¿cómo introducir y manejar el problema del mal en educación? Narrando el mal. Narrar el mal permite, al lector o al espectador, no sólo realizar juicios acerca de lo que sucedió y, en consecuencia, realizar acciones de autotransformación que, para bien o para mal, los convierte en actores, sino que la deliberación en el espacio público abren dichas narraciones a nuevas interpretaciones y diversos sentidos que pueden llevar, eventualmente, al perdón y la restitución de la dignidad de la víctima. No en vano han sido las historias de víctimas y victimarios las que han logrado superar los traumas y daños morales producidos por el apartheid en Suráfrica o la guerra civil de El Salvador. Solo las narraciones, reales o ficticias, nos permiten comprender la crueldad, el autoritarismo, el cinismo o cualquier otra forma “negativa” de actuar, a través del shock que nos producen y permanecen esas historias en nuestra conciencia. Es en los juicios sobre casos concretos, sin generalizaciones, que Hanna Arendt denominó juicios reflexionantes, con los cuales se piensa en lo singular sin tener en cuenta una regla general o universal, en donde se busca combinar lo singular de un acontecimiento con lo universal y cuya característica ya no es lógica sino sensible y práctica. Al no someterse el juicio a reglas previas de razonamiento sino a los avatares del acontecimiento, el sujeto queda inmerso en un plano de incertidumbre en donde, a través de su propia práctica y experiencia, tiene que aprender hasta dónde llegan su potencia y sus destrezas para tomar las decisiones más plausibles.

No en vano han sido las historias de víctimas y victimarios las que han logrado superar los traumas y daños morales producidos por el apartheid en Suráfrica o la guerra civil de El Salvador

De esta forma, a partir de narrativas del mal: sociales, literarias, políticas o psicológicas, podremos entender mejor lo que nos pasa como nación, como personas y como sujetos éticos y políticos; y las estrategias pedagógicas abundan: dilemas morales, cine foros, novelas, cuentos, noticias, diarios, autobiografías, etnografías virtuales, análisis de discurso, y en general cualquier narrativa escrita, oral, virtual o iconográfica. No sobra decir que dicho trabajo formativo se puede realizar tanto desde perspectivas disciplinares como interdisciplinares, aunque lo ideal es que se planteen como proyectos de aula en donde todos y todas las docentes de las diversas áreas se involucren; al fin y al cabo se trata del mayor problema ético y político: el drama de la libertad humana.

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Escrito por
Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Carlos Enrique Sánchez Santamaria
Gran Maestro Premio Compartir 2011
Con el apoyo de las tecnologías logré que los estudiantes convirtieran el pasado de exclusión que vivió éste municipio lazareto en un pretexto para investigar, conocer la historia y conectarnos con el mundo.