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El tsunami y el paraguas

Se requiere encontrar alternativas valientes que sirvan para crear nuevas formas de hacer, de ser y de relacionarnos con el prójimo.

Junio 10, 2016

Es tarea usualmente asignada a psicólogos y afines la de explicar por qué hay personas que prefieren negar una situación que les representa un potencial resultado adverso en lugar de admitirla. En muchos casos esa actitud sirve para retardar el enfrentamiento con un acontecimiento que está a la vista. Cuando la misma conducta es asumida por grupos sociales se convierte en tema de trabajo frecuentado por sociólogos, filósofos y demás científicos sociales.

Los pronósticos sobre el incremento del desempleo, con sus variantes subempleo y empleo precario, llegan consistentemente por todos lados y desde hace varias décadas.

Sin embargo, eso no inhibe la capacidad de los demás mortales para reflexionar sobre tan delicados asuntos. Sobre todo cuando vemos que ese patrón de comportamiento ha traido indeseables consecuencias en múltiples escenarios y, a pesar de eso, es frecuente que se opte por la negación en las primeras instancias de ciertos eventos.

Ejemplos breves. Los padres que tienden a hacerse la vista gorda ante algún síntoma preocupante en la salud de sus hijos por temor a que signifique una afección seria. A otra escala, es palpable la indolencia de amplios sectores sociales al momento de tomar cartas en el asunto del cambio climático por percibir como lejanos sus catastróficos efectos. En ambos casos, mientras mas se tarde en actuar peores pueden ser las consecuencias.

Hay numerosos indicios de que la humanidad está en una encrucijada y que, para salir adelante, se deben tomar medidas que modifiquen a fondo las formas como se ha venido organizando. Se requiere encontrar alternativas valientes que sirvan para crear nuevas formas de hacer, de ser y de relacionarnos con el prójimo. Evadir esta realidad no luce como una opción aceptable.

La inteligencia artificial en estos momentos es capaz de encargarse de funciones bastantes complejas. Así pues, se ha ampliado el rango de actividades que se delegan a dispositivos automáticos.

Cambios profundos se insertan continuamente en nuestras sociedades y se tienden a comprender, en sus manifestaciones tempranas, como meros “ajustes”. Muchos elementos indican que son producto de variables tales como las prolongadas e insostenibles desigualdades sociales, el agotamiento de los modelos de desarrollo prevalecientes, la explotación descontrolada de vitales recursos naturales y a la evolución vertiginosa de nuevas herramientas basadas en la convergencia tecnológica (tecnologías de información y comunicación, nanotecnología, biotecnología y las ciencias cognitivas). Mézclense estos ingredientes, junto a pocos otros, en variadas dosis y se tendrá una buena receta para explicar lo que está transformando nuestro contexto de manera tan radical.

Los pronósticos sobre el incremento del desempleo, con sus variantes subempleo y empleo precario, llegan consistentemente por todos lados y desde hace varias décadas. El ritmo de penetración de la automatización se ha acelerado en años recientes como resultado de desarrollos derivados de la mencionada convergencia tecnológica. Para ilustrar este planteamiento considérese, por ejemplo, el crecimiento de los sectores de la población que han entrado en contacto con aplicaciones de inteligencia artificial, realidad virtual y aumentada, Internet de las Cosas o que saben que los carros sin conductor están a la vuelta de la esquina, literalmente.

De la educación, en particular, se demanda una actualización urgente dado que la evidencia apunta a que, de no hacerlo, estará generando personas sin posibilidad de incorporarse a algún sector productivo y la humanidad necesita generar los bienes y servicios que le den sustento material e inmaterial. En estos últimos incluyo a todo lo que desarrolla y estimula la espiritualidad de las personas.

Un reciente estudio publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD por sus siglas en inglés y quien está detrás de las pruebas PISA) desarrolla dos puntos pertinentes a esta reflexión[1]. Uno son las estimaciones que hace sobre el porcentaje del mercado laboral de los países miembros que es susceptible de ser sustituido por robotización o computarización. En este aspecto concluyen, por una parte, que los empleos que están en riesgo no son tantos dado que los países interponen obstáculos legales, económicos y sociales para introducir las nuevas tecnologías. Argumentan que las nuevas tecnología, además de generar nuevos trabajos, producen modificaciones en las tareas que realizan los trabajadores por lo que en realidad la cifra de desempleados será menor que la anunciada por otras voces agoreras.

Del segundo punto del estudio se desprende que para los países emergentes el panorama es más sombrío. Confirman que el grueso de la mano de obra desplazada será la menos calificada, lo que no es sorpresa, y abogan por un re-entrenamiento de la fuerza laboral como paliativo.

Preparar a las personas para esos escenarios requiere atreverse a dar saltos cuánticos en la materia, desprenderse de formas tradicionales de comprenderla y asumirla, implica incursionar en los nuevos modelos cognitivos.

Las tareas mas automatizables son aquellas que en su realización manejan menor incertidumbre, son rutinizables. Hemos señalado que la inteligencia artificial en estos momentos es capaz de encargarse de funciones bastantes complejas. Así pues, se ha ampliado el rango de actividades que se delegan a dispositivos automáticos.

Una limitación severa de este tipo de estudio, a mi juicio, está en asumir que los sistemas de producción que conocemos se mantendrán dentro de los mismos parámetros con los que son comprendidos hoy. Una hipótesis alternativa, sustentada en los cambios que se observan como urgentes por el lado de la sociedad y como inevitables por el lado tecnológico, es que se avecinan cambios paradigmáticos radicales. Nada ganamos con ignorarlos.

La educación no es un tópico menor o accesorio, como se tiende a presentar en este tipo de estudios. Preparar a las personas para esos escenarios requiere atreverse a dar saltos cuánticos en la materia, desprenderse de formas tradicionales de comprenderla y asumirla, implica incursionar en los nuevos modelos cognitivos. Uno de los cambios fundamentales a integrar es eliminar la premisa según la cual una certificación de educación universitaria reduce sustancialmente el riesgo de ser sustituido por un robot a mediano plazo. Así planteada puede terminar siendo una oferta engañosa.

Se necesitan aprendices con una mayor adaptabilidad a los entornos cambiantes, con competencias basadas en aprender continuamente y a lo largo de toda la vida. Una tarea que implica la revisión de todo el ecosistema educativo: sistema formal de educación con su institucionalidad, Estados, empresas privadas, familia, comunidades e individuos. Negar esta urgencia es equivalente a tomar la actitud del avestruz.

En síntesis, estamos ante un tsunami y parece que algunos actores piensan que pueden prevenir sus efectos empleando un paraguas.

[1] Arntz, M., T. Gregory and U. Zierahn (2016), “The Risk of Automation for Jobs in OECD Countries: A Comparative Analysis”, OECD Social, Employment and Migration Working Papers, No. 189, OECD Publishing, Paris. http://dx.doi.org/10.1787/5jlz9h56dvq7-en

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Docente-investigador de la Universidad Central de Venezuela
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