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Informados, conocedores, inteligentes o sabios (I)

¿Para qué queremos aprender en la sociedad del conocimiento y cómo se logra ese objetivo? Es necesario anticipar lo que puede estar más allá del horizonte.

Julio 30, 2015

“…y tu no tienes felicidad, de sabio no tienes ná”

Tito Rodríguez (El Sabio)[1]

¿Educarse para qué? Una posible respuesta podría ser para generar bienestar, el propio y el de quienes nos rodean. Suficientemente amplia como para implicar una vida digna fundamentada en el trabajo y con consideraciones hacia los demás. Ubiquémonos ahora en lo que eso puede significar en los tiempos que corren. El camino amerita ciertas precisiones previas y asomarse en el horizonte.

Comencemos por admitir que estamos en la sociedad del conocimiento. Con uno que otro apellido que se le puede anexar a la expresión para complementar la misma idea. Es poco común encontrar quien afirme que estamos en la sociedad de la información, esa etapa se da por superada. Viendo hacia delante algunos hablan de la sociedad de los saberes compartidos. En todo caso luce que algo cambió y sigue cambiando. La sociedad del conocimiento no es un estado terminal, afortunadamente.

Conocimiento es un concepto que aparece dentro en una cadena de valor que enlaza otras importantes unidades cognitivas que se manejan como moneda de uso corriente. Esos conceptos son[2], en orden creciente en esa escala: dato, información, conocimiento, inteligencia y sabiduría.

Datos es un conjunto de signos susceptibles de ser interpretados, con potencial informacional. Los datos se codifican y se transmiten, en lenguaje hablado, escrito o digitalmente, por ejemplificar. Se convierten en información si el receptor conoce y maneja los protocolos de codificación – metadatos - y es capaz de darle significado a lo que recibe. Es lo que hace con solvencia la informática.

En los humanos una comprensión lectora básica, en múltiples medios, pareciera ser suficiente para procesar información sin agregarle valor. En muchos ámbitos esto se asocia a analfabetismo funcional.

El conocimiento aparece cuando ese receptor de la información la relaciona, dentro de su mente, con otras unidades cognitivas que posee y le agrega valor. Esto se traduce en que personas distintas expuestas ante la misma información pueden producir conocimientos diferenciados dependiendo de su capacidad individual. Hay una cualidad del receptor que determina su potencial para producir conocimiento. Las ciencias cognitivas están ayudándonos a explorar la base neuronal de los procesos mentales investigando los mecanismos biológicos de la cognición.

El conocimiento está implícito en las personas.

De lo anterior se desprenden varias observaciones. Una es que la capacidad de producir conocimiento, así definido, es individual y está localizada en el medio de los dos oídos de las personas. Se produce en la medida en que las mentes, además de comprender los mensajes, son capaces de agregarle valor. Eso diferencia a la mente preparada de la desprevenida.

El conocimiento, entonces, ni se transfiere ni se gestiona. No se transfiere porque está asociado a capacidades neuronales de cada individuo. Al menos es así con el estado actual de las ciencias cognitivas. La gestión del conocimiento, a lo más que puede llegar, por ahora, es a estimular la producción de conocimientos de individuos y grupos de trabajo creando contextos que favorezcan esa labor.

Un corolario de esta definición es que carece de sentido hablar de conocimiento tácito y conocimiento explícito. El conocimiento todo está implícito en las personas. Explicitamos datos o información.

Una eventual sociedad de la inteligencia requerirá que aceptemos a quien piense diferente y negociemos con esa persona para que las intervenciones incorporen las valoraciones de todos, para construir y consolidar una sociedad incluyente.

Producir conocimiento socialmente (jerárquicamente, colaborativamente o cooperativamente) es hacer que individuos se organicen y compartan recursos e información siguiendo un patrón para estructurar sus comunicaciones y estimulando el pensamiento innovador. Un pensamiento que se atreve a retar los paradigmas establecidos, a descubrir nuevas relaciones entre las piezas de información y el conocimiento que cada quien aporta.

Herramientas basadas en las tecnologías de información y comunicación (TIC) desarrolladas dentro de los campos de la inteligencia artificial, procesamiento de grandes volúmenes de datos (big data) y la web semántica[3], entre otros, apuntan a automatizar el relacionamiento de los significados de la información registrada.

Así pues, educar para la sociedad del conocimiento es educar para expandir las competencias de las personas para que enriquezcan sus posibilidades de ser más innovadores. Educar para reproducir el estado actual de las cosas no se compagina con las demandas de una sociedad basada en el conocimiento.

La inteligencia está asociada a la capacidad de intervenir sobre la realidad, ventajosa y oportunamente, basándonos en el conocimiento. Aparecen juicios de valor. El establecer qué es ventajoso y cuándo es oportuna una intervención depende de un conjunto de premisas sobre las cuales es sabido que los humanos empleamos patrones diversos.

Los autoritarismos y los totalitarismos son fórmulas contrarias al desarrollo y uso de la inteligencia.

De manera que una eventual sociedad de la inteligencia requerirá que aceptemos a quien piense diferente y negociemos con esa persona para que las intervenciones incorporen las valoraciones de todos, para construir y consolidar una sociedad incluyente. Bajo estas premisas se descarta la idea de seguir a líderes iluminados que se proponen establecer lo que es conveniente para todos. Los autoritarismos y los totalitarismos son fórmulas contrarias al desarrollo y uso de la inteligencia.

El último escalón en la escalera de unidades cognitivas en la sabiduría. Se define ésta como la capacidad de juzgar correctamente cuándo, cómo y para qué poner el conocimiento en acción. Seguimos en el campo de los juicios de valor. Una persona sabia se reconocería porque sus juicios son correctos cuando están fundamentados en conocimiento. El establecer la métrica que dicte cuáles son los juicios correctos es una tarea que le ha llevado miles de años a la humanidad y sigue abierta.

¿La educación procura un aprendiz informado, conocedor, inteligente o sabio? ¿Cuáles posibilidades nos abren las TIC para impulsar una educación que responda a las demandas de los tiempos actuales y de los que están a la vuelta de la esquina?

Una eventual sociedad de la inteligencia requerirá que aceptemos a quien piense diferente y negociemos con esa persona para que las intervenciones incorporen las valoraciones de todos, para construir y consolidar una sociedad incluyente.

El último escalón en la escalera de unidades cognitivas en la sabiduría. Se define ésta como la capacidad de juzgar correctamente cuándo, cómo y para qué poner el conocimiento en acción. Seguimos en el campo de los juicios de valor. Una persona sabia se reconocería porque sus juicios son correctos cuando están fundamentados en conocimiento. El establecer la métrica que dicte cuáles son los juicios correctos es una tarea que le ha llevado miles de años a la humanidad y sigue abierta.

¿La educación procura un aprendiz informado, conocedor, inteligente o sabio? ¿Cuáles posibilidades nos abren las TIC para impulsar una educación que responda a las demandas de los tiempos actuales y de los que están a la vuelta de la esquina?


[1] https://www.youtube.com/watch?v=jX6zBTfXMug
[2] Estas definiciones están basadas en el material que desarrollamos, junto al Doctor Pablo Liendo-Chapellín, para el curso “Visión Socio-Técnica de las Tecnologías de Información y Comunicación” de la “Maestría de Política y Gestión de la Innovación Tecnológica” en el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES). Universidad Central de Venezuela. 2006.
[3] http://www.w3.org/

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Docente-investigador de la Universidad Central de Venezuela
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Martial Heriberto Rosado Acosta
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Sembré una semilla en la tierra de cada estudiante para que florecieran los frutos del trabajo campesino en el campo que los vio nacer