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Jazz, educación y sociedad en red

El futuro, como el jazz, se alimenta de nuestra capacidad para maravillarnos y ser curiosos en libertad.

Octubre 11, 2015

 “Ponlo de esta manera. Jazz es un buen barómetro de libertad…”
Edward Kennedy “Duke” Ellington

La música y su importancia en la educación es un tema que ha sido desarrollado por largo tiempo y desde múltiples perspectivas. Es incuestionable el valor que tiene esta expresión para el aprendizaje. En esta oportunidad vamos a explorar las características del jazz como instrumento para modificar nuestros paradigmas de pensamiento y acción ante los retos que la sociedad en red nos plantea.

Retomemos algunos rasgos que configuran el entorno que nos rodea. El principal es que se introducen cambios continua y aceleradamente en las formas de producir valor, en la generación y el uso del conocimiento, en las maneras como interactúan personas e instituciones y en el balance entre lo económico y lo social.

Un factor que ha sido determinante en la dinámica en la que nos encontramos es la presencia de recursos tecnológicos que median intercambios entre los diversos actores que participan en estos procesos. Las tecnologías de información y comunicación (TIC) dan sustento a muchas de estas herramientas y hoy en día están integradas también con productos generados desde la biotecnología, la nanotecnología y las ciencias cognitivas.

Los cambios sociales demandan que asumamos una actitud más proactiva para poder traducirlos en mejor calidad de vida para los habitantes del planeta

Un resultado a la vista es que los cambios sociales demandan que asumamos una actitud más proactiva para poder traducirlos en mejor calidad de vida para los habitantes del planeta. Al ritmo que llevamos estamos rezagados. Los efectos del cambio climático y el retraso con respecto a la metas el milenio así lo comprueban, para sólo usar como base un par de indicadores.

Tenemos entonces actores con múltiples intereses, que provienen de diversas culturas, construyendo sus identidades colectivas e individuales en la red y dejando huella en el camino. La huella es la resultante de ese impulso multidimensional.

Eso es exactamente lo que se hace en el jazz. Antes de ahondar en esta afirmación es necesario hacer algunas precisiones.

Existe una amplio rango de expresiones dentro del género, desde el originario de New Orleans, o tradicional, hasta el libre. El jazz ha sido tradicionalmente realizado por artistas que comparten patrones culturales similares o afines. Es lo que algunos estudiosos definen como hecho social [1] (social fact) y tiene sus consecuencias para ejecutantes y oyentes. Es una propiedad grupal, todos los miembros de ese colectivo están de alguna manera identificados con el grupo y reconocen las reglas que limitan sus movimientos.

Un segundo rasgo a destacar, para los efectos de esta columna, es la improvisación. En la literatura se encuentran varias maneras de caracterizar al jazz donde se mencionan elementos como la síncopa, la polirritmia, el swing, los arreglos o la relación tema-variación. En en todas esas clasificaciones se destaca la presencia de la improvisación.

Es conocido que desde hace siglos los ejecutantes como Bach, Beethoven, Mozart o Pachelbel, para citar solo unos pocos famosos, deleitaban a sus audiencias con improvisaciones. Era una práctica común para mostrar parte del talento que tenía un intérprete que actualmente algunos artitas “clásicos”, como la pianista venezolana Gabriela Montero[2], siguen desarrollando. Así pues, el jazz retoma y reivindica esta competencia de los músicos.

Improvisar con propiedad significa conocer y respetar ciertas reglas y estructuras usualmente asociadas a aspectos tales como la armonía, la melodía y el ritmo. Creatividad y espontaneidad empleando ciertas técnicas que son parte del hecho social que convoca el jazz. El resultado es una sonoridad que advierte a quien la escucha la presencia de algo que se atravió a escaparse de lo predecible con variados grados de audacia.

Estamos ante un género que dejó de ser un producto cultural exclusivo de los Estados Unidos de América. La globalización comenzó cuando incorporó compositores, arreglistas e intérpretes de diversas partes del mundo que lo enriquecieron con aportes de sus respectivas expresiones folklóricas. Un ejemplo notable: cuando Chano Pozo, percusionista cubano, se incorporó a la banda de Dizzy Gillespie en la década de los 40 del siglo pasado y surgió el jazz afro-cubano (uno de los bisabuelos de la salsa).

Esas experiencias parciales escalaron hasta que se llegó a la fusión, jazz fusión. La reunión de compositores e intérpretes con el particular compromiso de poner en juego sus propias identidades culturales como parte del producto a construir colaborativamente. El resultado debía ser degustado por un público que también activaría su particular equipaje, como hecho social, al momento de apreciarlo.

El album “Bitches Brew” (1969) de Miles Davis es un ícono de esta corriente, así como los trabajos de Weather Report (1970-1985). Esos tiempos marcan el inicio “oficial” de la fusión en el jazz.

Para construir una sociedad en red, que sea abierta e incluyente, es recomendable que los ciudadanos estén formados con competencias similares a las necesarias para apreciar o crear jazz fusión.

Y vamos a la conclusión central de esta propuesta. Para construir una sociedad en red, que sea abierta e incluyente, es recomendable que los ciudadanos estén formados con competencias similares a las necesarias para apreciar o crear jazz fusión. Se trata de configurar un espacio social donde múltiples culturas e intereses conformen un todo en el cual las diversas partes se reconozcan y se sientan respetadas. El todo será una instancia previamente inexistente como hecho social. En otros términos, desarrollar colaborativamente soluciones a los emergentes problemas que tenemos planteados.

Los nuevos paradigmas que estamos buscando surgirán de la tensión creativa que conlleva el ponernos de acuerdo, negociar y hallar un balance entre arreglos/convenciones e improvisación. Expandir nuestros puntos de partida.

La improvisación (en el sentido jazzístico), como parte del repertorio de recursos que cada ciudadano global debe activar mediante su educación, nos exige asumir la existencia del otro, de quien es diferente a nosotros y a buscar un puente que nos comunique y resulte armonioso con todas las partes involucradas en la realización. Con pasión y sin imposiciones. Sin temor a salirnos de nuestra zona de confort pues es fuera de ella donde tenemos posibilidades reales de aprender.

Una exitosa experiencia que trabaja bajo este modelo de aprendizaje, integrando personas de diversas culturas en proyectos jazzísticos de creación colaborativa, es el Berklee Global Jazz Institute[3]. Se enfocan en Global Music para cambiar al mundo. Sus premisas fundamentales son: el aprendizaje interconectado, desarrollo sostenible con cooperación global (promoción de cambios sociales) y el empleo de la música para restaurar la ecología planetaria. Como garantes del logro de estas metas están sus directores actuales, el panameño Danilo Pérez y el italo-boricua Marco Pignataro. En otra ocasión podemos extendernos más en lo que hacen.

Después de escuchar los vientos que soplan se puede afirmar que el futuro, como el jazz, se alimenta de nuestra capacidad para maravillarnos y ser curiosos en libertad.

 


[1] “The Jazz Text”. Charles Nanry. D Van Nostrand Company (USA). 1979.

[2] www.gabrielamontero.com/

[3] www.berklee.edu/focused/global-jazz

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Docente-investigador de la Universidad Central de Venezuela
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María Del Rosario Cubides Reyes
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Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.