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La educación, eje en el crecimiento económico

La historia de Juan Luis Londoño de La Cuesta, una vida entera a la formación de ciudadanos en Colombia. 

Enero 6, 2018

Ni siquiera el día de su nacimiento Juan Luis Londoño de La Cuesta dejó la costumbre de llegar temprano a todas partes. A las seis de la mañana del 26 de junio de 1958 abrió los ojos a este mundo y lo saludó con el debido entusiasmo que lo caracterizaría y además, como siempre le gustaba hacerlo: sin zapatos.

En medio de una infancia tranquila y rodeado de un ambiente muy matriarcal creció con la certeza de que las palabras tenían mucho valor y aprendió a usarlas a su favor, de tal forma que su capacidad para argumentar y convencer empezaron a tener efectos que nunca se imaginó. En sus primeros años como estudiante de dos carreras universitarias a la vez (Administración de empresas en Eafit y Economía en la Universidad de Antioquia), interrumpía a los profesores para demostrarles que habían cometido un error.

Decidieron convertirlo en monitor, tal vez esperando tenerlo más del lado de la Facultad que en contra de ellos, y le tocó compartir una pequeña oficina con dos compañeros que se convertirían en amigos del alma: José Darío Uribe (Subdirector Técnico del Banco de la República) y Juan Emilio Posada (Presidente de Alianza Summa).

Sin embargo la irreverencia no la pudo dejar, ni mucho menos esa manía de discutir con tanta seguridad sus ideas sin importar la mirada escéptica de los demás. Carlos Enrique Vélez, profesor de Eafit, convenció a Juan José Echavarría para que recibiera a Juan Luis en Fedesarrollo como asistente de investigación. Sin pensarlo se fue para Bogotá a sabiendas de que iba a ganar menos que el celador pero con la ilusión de estar al lado de investigadores como Roberto Junguito, Guillermo Perry o Miguel Urrutia, y no sólo para aprender de ellos sino también para discutir sus propios planteamientos económicos.

Era de esperar que al principio los demás lo miraran como si estuviera loco, pero al final el que terminó enloqueciéndolos fue él, porque su intensidad no tenía límites. En 1985 el profesor Chenery, de la UniversiJuan Luis Londoño (q.e.p.d) dad de Harvard, conformó en Colombia la ‘Misión de Empleo’ y gracias a que José Antonio Ocampo, ex ministro de Hacienda, había sido su asesor de tesis de grado de la Maestría en Política Económica que hizo en la Universidad de los Andes, lo llevó como secretario técnico de la Misión.

Allí hizo el Ph.D., y en su tesis de grado demostró cómo se había cerrado la brecha de ingreso entre ricos y pobres en Colombia, ideas que esperaba actualizar en el 2006, cuando terminara sus labores como Ministro de Protección Social. “Desde ese entonces empecé a confiar mucho en el papel de la educación pues en mi tesis pude comprobar cómo los cambios educativos generaban una dinámica distributiva que favorecía a los más pobres”.

Esas mismas conclusiones lo llevaron a construir un libro completo sobre la evolución de la desigualdad en Colombia desde los años treinta hasta los ochenta. En 1997, después de desempeñarse tres años como investigador del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), volvió al país con una idea periodística en su cabeza. Quería fundar una revista especializada en economía a través de la cual pudiera poner en marcha la misión social del periodismo, informando a los lectores sobre temas difíciles en un lenguaje claro y directo.

Creó Dinero, revista de la que fue director, columnista y “periodista raso”, de los que iban a ruedas de prensa a esperar sin desesperar a los protagonistas. En esa misma época hizo realidad Ventures, un premio anual para pequeños empresarios y emprendedores colombianos con ideas innovadoras para hacer empresa en Colombia.

Cuando le preguntaban cómo se definía, sin dudar respondía “entusiasta, optimista y acelerado, con una visión muy progresista del mundo y de la vida”. Una de sus mayores pasiones era observar los cambios y el comportamiento de diferentes variables sociales, económicas y políticas a lo largo de la historia de Colombia.

“Tengo tantos archivos sobre el tema que por ejemplo en cualquier momento puedo saber cuántas mujeres tuvieron el año pasado abortos, cuántos niños no nacieron deseados y cuál es la diferencia por grupo de edades”. Pero había otro tipo de actividades en las que también se concentraba mucho. Todos los días se levantaba a las cinco y media, hacía 45 minutos de bicicleta y un rato de yoga. Dos de cada cinco días jugaba básquet y cada quince días golf.

No creía en el destino pero si en las cosas que con empeño hacía cada día, en la capacidad de la gente y en el estímulo y empuje diario para crecer. Se describía como poco religioso en la práctica pero mucho en valores: la solidaridad, el respeto y el amor por el progreso eran principios en su vida. Los domingos siempre fueron sagrados para sus tres hijos, Juliana, Daniela y Juan Felipe y su esposa María Zulema.

Nunca programaba desayunos de trabajo porque le gustaba esperar a que sus hijos se fueran al colegio y dejaba las noches para hablar con su esposa y leer cuentos con Juan Felipe, el menor. Llegó a ser Ministro de Salud del Gobierno del Presidente César Gaviria y sus ideas y teorías dieron vida al diseño y negociación de la Ley 60 de 1993, la implementación del proceso del sistema público de salud en más del 50% del territorio nacional y la Reforma de Seguridad Social (Ley 100 de 1993) que cambió el sistema de salud, pensiones y riesgos profesionales en Colombia.

Como miembro del jurado del Premio Compartir al Maestro desde 1999, sacaba tiempo en medio de sus aceleres para deleitarse leyendo las propuestas innovadoras de los maestros del país que se lanzaban sin miedo y ponían sobre el papel sus ideas. “Con buena energía se supera cualquier abismo”, decía incansablemente.

Por ello, luego del golpe que recibió al haber perdido como director de la campaña presidencial de Noemí Sanín (2002), no bajó la guardia y se fue directamente para Fedesarrollo a proponer el diseño de un programa social para ofrecérselo al próximo Presidente, fuera quien fuera. Luego de revisar el famoso programa Álvaro Uribe lo llamó a decirle que como sabía de su preocupación e insistencia en los temas sociales, le quería abrir un espacio en el gobierno para trabajarlos. Le propuso el Ministerio de Salud y Trabajo.

Una vez adentro y armado de su genuina creatividad, hizo las transformaciones institucionales necesarias hasta que lo convirtió en lo que siempre soñó: Ministerio de Protección Social. En los últimos seis meses, Londoño sacó adelante las reformas laboral y pensional con las que el Gobierno espera crear más de 500 mil empleos, abaratar los costos de la mano de obra en menos de cuatro años e impulsar un ajuste pensional para sanear las finanzas de la nación y ahorrar 50 mil millones de dólares en los próximos 50 años.

Juan Luis fue autor y coautor de 15 libros, autor de 12 artículos en revistas internacionales, 20 en nacionales y más de 200 artículos periodísticos sobre diferentes temas pero más allá de sus conocimientos teóricos y académicos tenía una pretensión intelectual que unía su pensamiento pragmático con lo más pasional de su empeño: quería crear “la economía de la felicidad” que se resumía en el diseño de una política económica para generar oportunidades y seguridades que hicieran feliz a la gente.

“Los colombianos no sólo se sienten inseguros por la violencia sino también por el desempleo y la volatilidad de la economía y en medio de tanta incertidumbre la gente no toma riesgos, lo cual es fundamental para que cualquier país se desarrolle”. Una idea de vanguardia que quedó en el aire, a la espera de quien pueda abarcarla para hacerla realidad.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Henry Alberto Berrio Zapata
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