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"La noche de los lápices"
La historia de un grupo de estudiantes de un colegio de La Plata, Argentina, que son desaparecidos y de un único sobreviviente: Pablo Díaz.
Por estos días circuló una noticia en la que se afirmaba que el “73 por ciento de estudiantes colombianos aprueban una dictadura”. El titular estremece, pues una dictadura es cosa seria y el sonido de la palabra llena de miedos la memoria.
La noticia se dio con motivo de la publicación del informe realizado por el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana (ICCS). Esta medición se realizó en distintos países del mundo en 2016 y su objetivo era analizar la relación que los jóvenes establecen con la democracia y las instituciones, y la confianza que tienen ante éstas. La muestra se hizo con jóvenes entre 14 y 15 años que cursaban 8º grado y las preguntas que han generado polémica por la respuesta de los estudiantes son: “Las dictaduras están justificadas cuando traen orden y seguridad” y “Las dictaduras están justificadas cuando traen beneficios económicos”.
Salvo en el caso chileno, las respuestas a ambas preguntas estuvieron por encima del 65%. Si bien el estudio no tenía como propósito medir las posturas ideológicas o políticas de los estudiantes, es interesante indagar, más allá de la definición de dictadura, si la comprensión de este concepto por parte de los jóvenes incluye las consecuencias humanas de estos regímenes. No creo que en sus respuestas haya una aprobación implícita a las graves violaciones de los derechos humanos que se dieron, por ejemplo, en las dictaduras del Cono Sur. Lo que sí se puede afirmar es que prefieren el orden, la seguridad y los beneficios económicos si con ello deben “sacrificar” parte de sus libertades.
En relación con esta situación pueden plantearse dos preguntas: ¿cómo se abordan conceptos como el de dictadura en las ciencias sociales? ¿Cuál es el papel de la memoria y la historia en los currículos escolares al momento de reflexionar sobre violaciones a los derechos humanos? Incluso, podríamos hacer una tercera y cuarta pregunta: ¿se puede hablar de las violaciones a los derechos humanos sin hacer del horror un espectáculo? Y ¿cuál es la edad adecuada para plantear estos temas en el aula de clase?
La historiadora argentina Sandra Raggio, quien lleva varios años trabajando la relación entre memoria y juventud, plantea que al terminar la dictadura en Argentina se dio un “show del horror”, como forma de legitimar la naciente democracia. Entre el universo de información que se produjo en ese contexto hubo un relato que se convirtió en la representación del horror: La noche de los lápices. Historia de un grupo de estudiantes de un colegio de La Plata que son desaparecidos y de un único sobreviviente: Pablo Díaz.
A partir del crudo testimonio de Pablo Díaz, en 1986 se publica un libro y sale una película con el nombre de La noche de los lápices. La película fue la primera que incluyó de manera explícita imágenes de tortura en los centros clandestinos de detención. Desde su proyección, se convirtió en un símbolo del horror y también de las miles de víctimas que produjo la dictadura, representadas estas miles en el grupo de estudiantes de colegio.
El impacto de esta película ha desbordado el entorno argentino y se ha convertido en una película latinoamericana. Incluso podría afirmarse que para muchos ha sido su primera aproximación a las consecuencias de una dictadura y a sus víctimas. Ahora bien, ¿qué sucede cuando se usa una ficción, cuyos elementos se acomodan narrativamente (lo que no implica que sean falsos), para dar cuenta de una realidad atroz como es el caso de La noche de los lápices?
El problema con el 73% de los jóvenes que se mostraron de acuerdo con la dictadura es que en su memoria el concepto es aséptico y quizá intuyen que, en caso de darse una represión como las que vivieron los estudiantes de La Plata, no sería contra ellos.
Photo by Alexander Lam on Unsplash
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 664 lecturas