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La patria desteñida de las izadas de bandera

Es el amor por lo que somos se debe sembrar en el corazón de la educación colombiana, así como la construcción de la esperanza por medio de una formación a la altura de la imaginación.

Septiembre 13, 2019

Siempre me he preguntado: ¿Por qué “el ritual” de las izadas de bandera fortalece por medio de símbolos como la bandera, el escudo y el himno nacional; el amor por la denominada, con orgullo, patria? Patria que, según el poeta mexicano Homero Aridjis, representa el “país del padre/ conquistador de lenguas, /hímenes y templos”; todo lo contrario de la Matria, que para el vate en mención tiene que ver con “tierra de la madre violada/ y la Naturaleza saqueada.”, ¿Será que con poner la bandera de Colombia a la altura de las nubes, recuperamos los recursos naturales que hemos perdido a causa de la economía extractiva?, ¿El brillo y la serenidad de las aguas que alimentan nuestros páramos: el principal oro que aún nos queda?, ¿Es la forma más loable para que los nicaragüenses nos devuelvan el mar Caribe que nos arrebataron?, ¿Para qué nuestros ríos se recuperen de las montañas de basura que los convirtieron en cloacas inmundas, o resuciten y vuelvan a correr a la manera de Lázaro, por sus cauces reverdecidos gracias al canto de los pájaros? Cauces desviados tristemente, debido a la explotación carbonífera. ¿Será que uniformados, haciendo filas y guardando silencio, logramos proteger nuestros cóndores de la extinción que les niega la libertad donde sueñan sus almas?

A este respecto, el poeta Harold Alvarado Tenorio nos aconseja: “No pierdas el tiempo buscando la patria/ (…) La patria es el habla que heredaste/ y las pobres historias que conserva/ Tu abuela, en el zaguán, ciega ya la memoria, /Meciendo los años de sufrimiento y desdichas/”.

Historias pobres porque son referidas a gente pobre, cuya voz no tiene lugar en ningún libro. Pobres porque no tienen en cuenta a las clases menos favorecidas que habitan en la periferia de todo. ¿Qué fue de esas historias que nos contaron nuestros ancestros sobre la violencia?, ¿se destinaron al olvido, para apagar el fuego de verdades que hubieran sembrado en nuestros corazones las semillas de la libertad y la justicia? Continúa Alvarado Tenorio: “Tu patria serán los libros que des a la tierra/ y la felicidad que depares al lector/ No pierdas el tiempo buscando la patria/ la llevas contigo/ Con ella morirás sin haberla pisado”. Tal vez porque estamos muy lejos de construir un lugar donde la vida tenga algún valor, donde se enseñe a amar la lectura, donde se pueda pensar diferente para enriquecer el universo de las ideas, donde la experiencia individual contribuya a defender el entorno donde crecimos y echamos raíces, ya lo dijo Héctor Roja Herazo: “Yo no soy de un pueblo, yo soy de un patio”. “Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací/ y el viento que sopla en Maceió/ Son los cangrejos que corren en la lama de los manglares/ los locos que bailan al atardecer en el hospital junto al mar/ y el cielo curvo por las constelaciones/ Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante” (Lêdo Ivo); pero no los uniformes que pretender homogeneizar el pensamiento, porque “si todos piensan lo mismo es porque ninguno está pensando”.

No el hombre masa que va para dónde van los demás, sin preguntarse nada. No las filas firmes como estatuas a punto de desmayarse por el exceso de “ideas” anacrónicas. ¡Qué lejos estamos del “Viaje a pie”, donde el filósofo de Otraparte!: Fernando González fortaleció su cuerpo y alumbró sus mejores ideas, mientras recorría con bordones y morrales los pueblos del valle de Aburrá, y respiraba el perfume de los yarumos blancos: “En cada época de su vida el individuo tiene tres o cuatro ideas o sentimientos que constituyen su clima espiritual. De ellos, de esos tres o cuatro sentimientos o ideas, provienen sus obras durante esa época”.

¿Cuál obra, idea o sentimiento genuinos, que puedan cambiar los rumbos de nuestro país, han surgido de una izada de bandera? ¡Qué nostalgia del bosque y la laguna de Walden, donde Thoreau hizo su propia casa, su pan sin levadura, al tiempo que miraba y escuchaba la que tal vez fue su única patria!: el paso de las nubes: “Y así es como conocemos sólo unos pocos hombres, y una gran cantidad de chaquetas y calzones”. En la película china Camino a casa, los niños y el maestro van sonrientes, corriendo, saltando y cantando, para que florezcan los árboles y dancen los trigales: “Cuando llega la primavera todo reverdece/ la brisa vuelve a los árboles/ se ve cómo los pájaros vuelan en el cielo”. Es María Mercedes Carranza, quien nos dice en su conocido poema sobre La patria “Esta casa de espesas paredes coloniales/ y un patio de azaleas muy decimonónico/ hace varios siglos que se viene abajo/ (…) En esta casa todos estamos enterrados vivos”.

¿Por qué tantos centauros y cíclopes, y tan pocos delfines rosados y osos de anteojos en el himno nacional, pero sobretodo en la vida del segundo país más biodiverso del mundo? Además, de ninguna manera, esta es la tierra de Cristóbal Colón, y ¿Por qué seguimos hablando de libertad y de independencia en un país que no respeta la vida animal y vegetal, y mucho menos la humana? ¿Cómo ser independientes cuando estamos invadidos desde la década de 1970 por las multinacionales? Recordemos la insigne bandera de Colombia pintada en su franja roja por el maestro Antonio Caro, con el logotipo de Coca Cola, o el nombre de Colombia que el mismo maestro pinta en una cajetilla de Marlboro, o la bandera con fondo negro iluminada por el oro triste de la minería, que nos deja sin agua. ¿Por qué ni una sola mata de maíz, ni en el escudo, ni en la bandera, ni en el himno nacional?

¿Por qué tanto rey y tan pocos campesinos, tan poco Wayúu, Ika o Iku, U wa, Baris, en la vida y en el himno nacional? ¿Tanto Bolívar y tan poca Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta y Manuelita Sáenz, en la celebración del Bicentenario? ¿Qué es lo que se celebra? ¿Una historia hegemónica que en la era de la educación inclusiva; excluye a las comunidades indígenas (en vía de extinción), a nuestros campesinos y a los pueblos afrodescendientes del proyecto de nación? ¿Por qué tan poca izada de bandera, tan pocas filas (con excepción de las filas para pagarles esta vida y la otra al Icetex), tan pocos uniformes, en las universidades? ¿No se supone que el bachillerato debe preparar a los estudiantes para la Universidad? ¿Por qué tantas manos atrás, como pidiendo permiso para todo, si así no se va ni se debe ir por la vida?

Si se le puede llamar vida a esta colonización y empeño del alma, del cuerpo, del espíritu, de la imaginación y las ideas por sacar adelante proyectos. De acuerdo con Henry David Thoreau, cuando dice: “¿Cómo podrían aprender mejor a vivir sino probando resueltamente el experimento de la vida? Creo que ello ejercitaría la mente tanto como las matemáticas. Si yo quisiera que un muchacho supiera algo de arte y ciencia, por ejemplo, no seguiría el proceder común, que consiste en enviarlo con un profesor, donde todo se profesa y practica menos el arte de vivir; (…)¡Para mi asombro, al dejar el college me enteré de que había estudiado navegación! ¿No habría sabido más si me hubieran dado tan sólo una vuelta por el puerto?”

¿Por qué seguimos rindiéndole homenaje a un país que ya no es? ¿Luego la educación no debe estar atenta a los cambios y problemáticas socio - culturales y naturales de una nación? ¿Con el propósito de darles solución y vislumbrar un futuro mejor para las nuevas generaciones? ¿Dónde dejamos entonces esta realidad cambiante que todos los días nos asalta los sueños? “Nos hemos convertido en víctimas del tiempo, miramos el pasado con aflicción y queja. Es demasiado tarde para cambiar, pensamos. Pues no. Como individuos, como hombres, nunca es demasiado tarde para cambiar”, dice Henry Miller, ese espíritu libre que practicó durante toda su vida la sabiduría del corazón.

Así como el maestro Eduardo Galeano propone un nuevo mandamiento: “Amarás a la Naturaleza de la que formas parte”. Si de banderas se trata, sugiero agregar el color verde a nuestra bandera, como símbolo de la protección y el cuidado que debemos tener con nuestros árboles (la mayoría en vía de extinción): Clavellinos, Anacos, Galapos, Arrayanes, Ceibas, Encenillos, Ocobos y Payos que me conocieron la infancia; Chiminangos, Caracolíes, Espinos –Gallineros, Higuerones, Carboneros y Guayacanes que me presentaron los amigos. “El país donde el verde es de todos los colores”, dijo –hace ya mucho tiempo- nuestro poeta mayor Aurelio Arturo; pero no encarnamos, ni sentimos, ni escuchamos, ni leímos el poder de este verso.

Tampoco leímos, ni sentimos, ni escuchamos, ni un carajo; pero sí se quemaron los libros, pero no las ideas del enorme e interplanetario Ray Bradbury: “Un árbol puede ser tantas cosas: color, sombra, fruta, paraíso de los niños, universo aéreo de escalas y columpios, fuente de alimento y placer. Todo eso era un árbol. Pero los árboles son, ante todo, una fuente de aire puro, y un suave murmullo que adormece dulcemente a los hombres en sus lechos de nieve…”. Sugiero también menos izada de bandera y más lectura crítica, más construcción del alma por medio de la piel del poema y el arte, más campañas de reforestación; hace unos días les pregunté a mis estudiantes: ¿Cuál es tu árbol preferido? Y me di cuenta que los muchachos no conocen los árboles de su entorno, y eso que por el sendero de la Universidad siempre permanece encendido el árbol Chicalá; más campañas de descontaminación de los ríos, que en vez de llamarlos, por ejemplo, río Chulo, recuperemos su nombre precolombino: Farfacá de pictogramas que debemos aprender a leer, para conocer nuestros orígenes, para no ser como lo señaló el gigante Gómez Jattin: “hombres de río con el alma negada”, “Poeta/ A la naturaleza hay que ir/ A contemplarla/ A defenderla”, uno defiende lo que ama.

Es el amor por lo que somos lo que hay que sembrar en el corazón de la educación colombiana; más construcción de la esperanza, por medio de una educación que esté a la altura de la imaginación y los sueños de los niños y los jóvenes: vientos de cambio que no nos pueden seguir esperando. “Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba”, nos enseñó Jaime Sabines. A continuación algo de lo poco bueno que se encuentra en Facebook: “Ni las armas os dieron independencia, ni las leyes libertad. ¿Qué tal si intentamos con educación”?

Referencias:

  • Alvarado Tenorio, Harold (2012). De los gozos del cuerpo. Manizales: Universidad de Caldas.
  • Arturo, Aurelio (2008). Morada al sur y otros poemas. Sevilla: Sibila Fundación BBVA.
  • Aridjis, Homero (2011). Mirándola dormir y otros poemas. Bogotá: Universidad Externado de Colombia.
  • Bradbury, Ray (2001). Crónicas marcianas. La Habana: Instituto Cubano del Libro.
  • Caro, Antonio: www.banrepcultural.org › coleccion-de-arte-banco-de-la-republica › artista
  • Carranza, María Mercedes (2010). Poesía completa. Sevilla, España: Sibila Fundación BBVA.
  • Galeano, Eduardo :https://www.contraviento.de › text-galeano-el-derecho-al-delirio-es
  • Gómez Jattin, Raúl (1995). Poesía 1980-1989. Bogotá: Norma.
  • González, Fernando (2010). Viaje a pie. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT. Corporación Otraparte.
  • Ivo, Ledo (2012). Estación final. Antología de poemas 1940- 2011. Ibagué: Caza de Libros.
  • Rojas Herazo, Héctor (2013). Obra poética 1938-1995. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
  • Sabines, Jaime (1998). Recuento de poemas 1950-1993. México, D. F.: Joaquín Mortiz.
  • Thoreau, Henry David (1990). Walden. Río de la Plata: Editorial Cábala.

Imagen Flavia Carpio on Unsplash

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escritor colombiano. Ganador del premio Poesía, CEAB 2019 por su obra ‘Puerta de tierra caliente’.
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Ángel Yesid Torres Bohórquez
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