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La pedagogía de la verdad y pandemia

Esta época coyuntural es un buen momento para reflexionar sobre el papel trascendental que juega la escuela en la transformación humana.

Abril 11, 2020

 ‘’Y la gente se quedó en casa, y leyeron libros, y escucharon…y soñaron nuevas formas de vivir y sanar el planeta…
Kitty O´Meara’’

La gente, en el encierro obligado, descubrió perpleja que la epidemia no había llegado del extranjero, que ya estaba aquí y había empezado hacía muchos años. La gente cayó en cuenta que había cohabitado, alegremente o en silencio cómplice, con una epidemia que hacía fiesta con el presupuesto público.

La crisis nos ha puesto frente a una enfermedad, peor que cualquier virus, que pasó a ser endémica: la corrupción es la verdadera pandemia. Sus entramados convirtieron el ejercicio de la política en el reinado de la mentira, la componenda y el robo descarado.

Su saqueo continuado queda en evidencia en la escuálida capacidad hospitalaria frente a la cantidad de infectados por el Covid-19. ¿Qué pensarán en estos momentos quienes se han lucrado con los dineros de la salud pública convirtiéndola en negocio vergonzoso?

Recuérdese los tristemente famosos carteles, que, bajo la supuesta atención a enfermos con hemofilia, con sida, diabetes, mentales, paraplejia, para las operaciones bariátricas, los medicamentos, hasta para las gafas o los bastones, se organizaban contrataciones que en su momento el procurador Fernando Carrillo cuantificó, tan solo para el año 2018, en un billón de pesos lo robado. ¿Por qué apenas ahora ponernos los tapabocas si esto hace rato apestaba?

La cosa es más grave ante tantas evidencias asalta siempre la pregunta: ¿para qué sirven los órganos de control como la procuraduría, contraloría y la fiscalía en Colombia? ¿No será que también están corroídos por la epidemia?, ¿no será que también ellos se lucran del mismo botín?

Este esquema de malversación descarado también se ha ensañado con la educación y se ha convertido en factor agravante de desigualdad y de brecha social, principal semillero de las distintas modalidades de violencia que padece y que tienden a aumentar ahora por cuenta de la pandemia en el país.

A esto súmese el estado de inercia y apatía de muchos maestros que incrementan la desescolarización continuada que padecen los estudiantes del sector público por cuenta de múltiples factores. En este preciso momento, ante la cuarentena, vemos dos escenarios bastante disímiles en cuanto a formación y posibilidades de asegurar la continuidad en los procesos educativos.

Por una parte, los estudiantes del sector privado están siendo debidamente atendidos a distancia, gracias a las bondades de las tecnologías y al compromiso que sus directivas asumen con las familias. Basta dar una mirada rápida para comprobar las iniciativas de maestros creativos que apelan a una gran variedad de estrategias virtuales. Se habla de comunicación sincrónica y asincrónica, de las aulas en vivo, de clubes de lectura, de visitas guiadas a museos, del acceso a bibliotecas del mundo y de plataformas especializadas con cantidad de recursos para todas las áreas.

Los maestros de estos colegios –estratos 5 y 6- están atiborrados de tanto trabajo. En diálogo con ellos manifiestan: ‘’Estamos agobiados de trabajo, no solo debemos pensar, planear y enviar el trabajo de clase, sino también hacer videoconferencias con los niños y con los padres, grabarnos saludando y dando instrucciones precisas y luego, cuando creemos que ya estamos “libres”, la bandeja del correo está repleta de mensajes que debemos contestar; la mayoría respuestas de los estudiantes a lecturas, talleres y propuestas de escritura que se les ha planteado’’.

 Por otra parte, me asalta la duda: ¿ese mismo tratamiento lo estarán recibiendo los estudiantes de los estratos medios y bajos de la escuela pública? Déjenme dudarlo. Empezando por la falta de conectividad y el hambre que padecen tanto la zona rural como urbana. Muchas de estos padres se han volcado a las calles para reclamar ayudas del Estado, porque en el encierro no tienen como resolver la subsistencia cotidiana. Ante esta situación, el gobierno nacional y local han de cuestionarse ¿Cómo asegurar que en los hogares de familias pobres se cuente, no solo con la canasta alimentaria básica, sino también con Internet para que sus hijos se conecten con sus profes?

Por otro lado, ¿tendrán los maestros de la educación pública la misma obligación y compromiso que los maestros de la educación privada?, o ¿actuarán pensando que las familias no se enojarán por tener ‘prolongadas vacaciones’? Esta visión equívoca ha hecho demasiado daño y fomenta la brecha social. Así que, en este momento, tengo el sinsabor de que muchos estudiantes estarán desescolarizados, en sus casas, sin la mano amiga de maestros que podrían hacer productivos y de gran creatividad estos días de aislamiento.

Sin embargo, debo reconocer que muchos directivos y maestros del sector público vienen cumpliendo con eficiencia y solidaridad su labor, aún en estos tiempos en que hay que redoblarse para responder a la contingencia.

 El encierro obliga a meditar. Si algo ha abundado por estos días son las reflexiones a que debe conducirnos la crisis de la salud pública que padece el mundo por cuenta del Covid 19. Las voces son unánimes: Adela Cortina, William Ospina, Leonardo Boff, Fernando Savater, Héctor Abad Faciolince, el papa Francisco, todos reclaman un cambio drástico de actitud. El mundo no será el mismo. No seremos los mismos. Más que nunca aflora la importancia de una pedagogía de la verdad: predicar con el ejemplo, sentir que somos parte de la Tierra, nuestra casa común, reclamar y poner en su lugar a una clase dirigente que deseduca y trastoca todos los valores, para así replantear el modelo de desarrollo que ha puesto al planeta en crisis.

De nuevo la educación se perfila como el pilar que puede trasformar la visión individualista, egocéntrica, consumista, cifrada en la competencia y condescendiente con el éxito a cualquier precio. Como bien lo plantea en entrevista reciente el filósofo italiano Nuccio Ordine: “Boccaccio es inteligente y nos dice que lo peor es el miedo al miedo, esa extrema confianza que te hace hacer cosas contra ti mismo y tu comunidad” y reclama el papel que debe jugar la escuela en aquello de contagiar humanidad.

Pareciera película de ciencia ficción. Nos adelantamos al futuro. Individuos hiperconectados en sus casas. El reino de los internautas solitarios. Los que tienen a un clic todo para satisfacer sus apetitos y sus caprichos materiales, pero carentes de lo fundamental: del contacto humano, del apretón de manos, del abrazo cotidiano, del diálogo con los otros, de los rostros que comunican con sus ojos y sus gestos; todo aquello que nos han arrebatado por cuenta del acelere moderno, de los audífonos que separan, de los dispositivos electrónicos que entretienen y aíslan, por el reino de la comercialización de la belleza y del utilitarismo desenfrenado. Tengo la certeza, nada reemplaza los espacios en que se comparte la vida cotidiana. Nada reemplaza a la escuela como recinto del pensamiento, como espacio de encuentro, como escenario para transformar a nuestros niños y jóvenes en ciudadanos planetarios.

La barca amenaza naufragio, pero estamos a tiempo. ¿Para vencer debo quitarme alguna cosa más por mí mismo?, interroga Jung (1930). No más el sálvese quien pueda, es hora de desenmascarar un “orden” de cosas que alimenta y acrecienta esta epidemia que amenaza ruina.

La educación, como todo servicio público, debe manejarse con un profundo sentido ético: nos compete a todos y por tanto a todos nos interesa que marche bien. Debe considerarse delito grave -de lesa humanidad- el acto de aquel que se lucre con sus recursos y se deben aplicar penas similares a las que se aplican a los criminales más peligrosos. Debe hacerse seguimiento a las rentas y propiedades de estos funcionarios y su parentela, no solamente llevarlos a prisión o declararles la muerte política, sino también castigarles con la extinción de dominio a sus bienes. De ninguna otra manera, los bribones que siguen invirtiendo su potencial económico en tomar control de entidades del Estado dejaran de hacerlo. Se necesita sanción social y penas severas, no hay otro camino.

Quisiera pensar que cuando nos libremos del confinamiento y volvamos a la calle el mundo será distinto, mi país será distinto, tendremos un remezón en la administración y en el cuidado de lo público. La escuela se repensará como eslabón trascendental de la transformación humana. Replantearemos el modelo extractivo que sigue viendo la tierra como despensa inagotable, entenderemos que debemos reinventar nuestros hábitos de vida y reconoceremos a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de estudio, a nuestros colegas, a quienes comparten esta casa común como verdaderos hermanos.

Como dice un personaje de Jung (1930) en El libro rojo “...aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente, me había llevado la primavera dentro, y nadie nunca más habría podido quitármela”. Yo también aspiro a que estos días de encierro alimenten mi espíritu, sobreponga mis caprichos individuales y siempre piense en los otros.

Como bien lo expresa Nuccio Ordine “la verdadera enseñanza no es virtual, se requiere el aula, los compañeros, el profesor mirando a los ojos del estudiante; solo la mediación física, la palabra que circula en clase puede cambiar la vida de los aprendientes. No es solo comunicar un contenido sino la experiencia humana que se comparte”.

 


*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Gran Rector Premio Compartir 2016. Rector de la Institución Educativa Francisco de Paula Santander en La Cumbre, Valle del Cauca.
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Irma María Arévalo González
Gran Maestro Premio Compartir 2002
Ofrezco a cada uno de los alumnos un lápiz mágico y los invito a escribir su propia historia enmarcada en los cuentos y leyendas de su cultura indígena.