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La poesía en el aula, un arma cargada de futuro
Si tienes que hacer fila en un banco o si tienes que esperar en una sala de urgencias, lleva un libro de poemas.
Un libro de poemas es un as bajo la manga. Te ayuda a desaparecer. Si tienes que hacer fila en un banco o si tienes que esperar en una sala de urgencias, lleva un libro de poemas; es bueno que el dolor se hipnotice con esas palabras que al igual que el dolor nos hacen sentir vivos, porque el extrañamiento es la otra forma del dolor. Por eso leemos poesía.
La poesía te ayuda a fugarte de las clases aburridas. Si a estas alturas de la civilización el profesor todavía te dicta, pues mientras haces el simulacro, escribe un poema. Y si eres profesor y tienes que dictar algo, dicta un poema.
Si esa niña te gusta, escríbele un poema que no parezca un reggaetón (ella merece algo mejor). Si estás en una de esas fastidiosas e innecesarias reuniones de docentes, lee un libro de poemas. Los docentes ya sabemos que el infierno debe parecerse a una reunión de profesores; y la poesía haría más corta esa estadía.
Y que los padres el domingo en su sermón lean un poema; que el contacto pilo en el Facebook comparta un poema; que la profe nos despida el viernes con el último poema de amor que escribió; ojala un poema cálido como los que hay en El cantar de los cantares. Que en la izada de bandera nos lean un poema antes de la cantaleta de rigor. Puede ser este del poeta Juan Manual Roca:
Canción del que Fabrica los Espejos
Fabrico espejos:
al horror agrego más horror,
más belleza a la belleza.
Llevo por la calle la luna de azogue:
el cielo se refleja en el espejo
y los tejados bailan
como un cuadro de Chagall.
Cuando el espejo entre en otra casa
borrará los rostros conocidos,
pues los espejos no narran su pasado,
no delatan antiguos moradores.
Algunos construyen cárceles,
barrotes para jaulas.
Yo fabrico espejos:
al horror agrego más horror,
más belleza a la belleza.
Que sea la coordinadora la que lea ese poema y nos diga que eso es lo que nos depara el destino. Que el Rector nos regale ese poema en forma de tarjeta para ponerla en el vidrio del escritorio al lado del almanaque y del horario diminuto, para que cuando lo releamos comprendamos que eso es lo que hacemos los Maestros cada día: o agregamos más horror al horror o agregamos más belleza a la belleza.
“La poesía es un arma cargada de futuro”, dijo el poeta Gabriel Celaya[1], así que quizás hagan buena pareja la poesía y el aula. Porque si uno de los problemas más urgentes en el aula es ponernos a pensar, pues no hay mejor pretexto que un poema; puede ser este de Héctor Carreto:
El caballo de Calígula
Cómo se indignó el Senado
cuando irrumpió el caballo del César
y ocupó una curul.
Tenían razón: un corcel
no cabe en un establo de asnos.
O este otro de María Mercedes Carranza:
Necoclí
Quizás
el próximo instante
de noche o de mañana
en Necoclí
se oirá nada más
el canto de las moscas
O este otro de Flóbert Zapata
De dos niños que observan un cadáver
- ¿Por qué guarda silencio?
- No ves que está tratando de recordar su nombre.
Y que leamos los poemas desde la clase de español, sociales y filosofía. Que lo dibujemos en artística o al menos en la clase de dibujo técnico a manera del extinto arte del graffiti. Esa es una de las buenas cosas de la poesía, al decir de la inmensa poeta Piedad Bonett: se erige como conocimiento ante el fracaso de la razón.
Que nos dejen de tarea escribirle un poema a un perro callejero, a una mujer golpeada, a las manos de la abuela, a una dama de la noche, al compañero que expulsaron, al profesor borracho que sabía mucho pero a quien nadie quería… pero con la condición de que no la califiquen… para que la libertad vaya de la mano con la posibilidad de crear con palabras lo que antes no existía. Porque las palabras crean. Dios dijo: Hágase la luz y la luz se hizo. Y de eso también se trata la poesía: de rescatar el poder de las palabras, de desempolvarlas para traducir la maravilla de estar vivos y ser lectores del mundo.
Y que el profesor de matemáticas nos cuente que es probable que a Pitágoras le gustara la poesía porque era hijo de Apolo, el dios de la música, y que la poesía es música. Y que nos hable de Octavio Paz, quien decía que los límites del lenguaje son las matemáticas y la poesía.
Así, a lo mejor, al lado de las inocentes groserías que escriben los muchachos en los muros, o al lado de los mensajes de amor con mala ortografía, o en seguida de los tags con los que marcan su minuto de estadía en el baño, dignifiquen el muro con palabras poderosas llenas de imaginación y de asombro. Porque la poesía es eso: Asombro… por ejemplo este poema de Francisco Hernández:
Gatarsis
Todos los gatos son hijos de perra. Sobre todo las gatas. Entran y salen a su antojo, no se pueden domesticar y sienten debilidad por los espejos estrellados.
Se alimentan de rosas, desprecian las sinfonías de Haydn, afilan uñas entre labios menores y orinan zapatos ortopédicos.
He conocido gatos que odian la carne de pescado pero duermen al sol, durante horas, dentro de una pecera.
Son infieles por naturaleza. Su principal ocupación, en noches despejadas, es arañar el rostro de la luna.
Si un gato vomita cuando te internas en su territorio, indica que tu signo del zodiaco no es afín al suyo, o bien, que no ha probado leche de mujer ni tinta china.
Los gatos se divierten reventando globos.
Las gatas prefieren los condones.
Si castras a un gato, se convierte en cantante de ópera.
Si azotas a una gata, se convierte en tu sombra.
Los gatos negros son de mala suerte. Los blancos, amarillos, grises o pardos, también.
Resisten atropellamientos, tijeretazos, puntapiés, venenos para ratas, caídas de rascacielos.
Lo infalible es meterlos en un costal, colgarlos de un árbol y apedrearlos.
Escribo esto porque el gran poeta Flóbert Zapata estuvo por Duitama participando en el festival literario organizado por LIT, en cabeza de Elizabeth Córdoba. Estuvo esta mujer Quijote con todos sus secuaces y escuderos llevando a algunas escuelas y colegios de Paipa, Duitama y Sogamoso, a estos magos que aún se hechizan con el ardor del poema.
Al fin pude escuchar a Zapata. Recordé que cuando era muchacho leí algunos poemas de su grandioso libro titulado Después del colegio, y pensaba en lo genial que debió ser tener un profesor como él, sobre todo en estos días en que han vuelto el aula un antro dirigido por los sabios del MEN, con sus mallas y sus DBA, que marginan cada vez más el arte, la cultura y el asombro, porque sus estrategias, o bien limitan al buen docente para que realice sus propias búsquedas (estará bajo la lupa de esos coordinadores militares), o le darán la receta a los malos docentes (que pululan) preparando el terreno para el aburrimiento en sus clases.
Por eso el apoyo del Ministerio de Cultura impacta más que el del MEN, porque a LIT la financia en parte el Ministerio de Cultura. Así que agradezco en nombre de esos muchachos que escucharon sus lecturas, a cada Gestor Cultural que se esfuerza por llevar cultura a los colegios, y le agradezco a Zapata por ese libro que libera al adolescente enmarañado en estos tiempos tan ajenos a lo humano, en los que la poesía gracias a Dios aún es un oasis, el último espacio de la resistencia; porque si el poeta es un hechicero en la escritura del poema, el lector de poesía lo es en su lectura, y en el encuentro con la metáfora viva se produce la magia de tener conciencia de la libertad.
Cada poeta es un reino por conquistar. Entrar en esos territorios requiere comprender que la imagen y el símbolo se encuentran fundidos al pensamiento que reconfigura el mundo. Así que, muchachos, no esperen a que su profe los ponga a leer poesía; vayan a zaquear las bibliotecas. Y apreciados colegas: la poesía es una forma de comenzar a desalambrar… ahí nos vemos[2].
[1] www.gabrielcelaya.com/documentos_algunospoemas.php#opci3
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 1017 lecturas