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La reconciliación para los niños
El diluvio que cayó el 2 de abril en Bogotá no logró apagar la polarización que está a punto de incendiar al país.
Esta situación no es menor y cada vez se vuelve más urgente que el país tome conciencia sobre los discursos de odio que estamos usando para tratar nuestras diferencias. Necesitamos reinventar el lenguaje con el que tratamos los temas que nos dividen, construir nuevas definiciones que sirvan como puentes. Las palabras han perdido su capacidad de nombrar la realidad, se han agotado, ya no basta con decir: “hay que creer en la paz”, sino construir un consenso sobre lo que esta significa.
Esto no implica reproducir el significado que el gobierno construye a partir de los conceptos que surgen en el calor de las negociaciones. Tampoco se trata de tomar definiciones complejas de autores que hablan desde otros contextos y para otras audiencias.
Así, por ejemplo, la palabra que más genera ruido en la actual coyuntura no es paz o guerra, sino reconciliación. De ahí la necesidad de repensar no solo su significado, sino la acción que se genera a partir de esta. La palabra no solo debe servir para señalar el mundo, sino debe estar en condición de transformarlo. En este sentido, el decir reconciliación, debe producir en la sociedad movimiento, debe significar acciones concretas que nos permitan salir de nuestras posiciones.
Entonces para reconciliarnos como país necesitaríamos tres cosas: reconocer los diferentes lugares desde los que hablamos, saber que hay algo por resolver y estar en disposición para movernos de nuestras posiciones.
La idea, que bien podría rastrearse en textos e intervenciones de expertos en la materia como Paul Lederach o Lord Alderdice, debe definirse desde lugares no convencionales, como la literatura infantil.
Un primer ejemplo, es el libro: “Un poco de mal humor” de Isabelle Carrier. Allí la autora nos pone ante una situación donde dos personajes, que tenían una gran amistad, terminan discutiendo al punto que una maraña de hilos los separa. La autora juega con la imagen de la gran madeja de hilos para que los personajes comiencen a desanudar el problema hasta encontrarse de nuevo.
Este libro sería ideal para Colombia si la voluntad de la sociedad estuviera en desenredar la maraña negra que nos separa. Pero no lo es. Nuestra realidad está en un nivel de polarización tan fuerte que cualquier situación, por pequeña que sea, justifica un insulto, un golpe, un linchamiento e incluso un disparo.
De ahí que la realidad del país se parece más a la retratada por Hiawyn Oram en su célebre libro: “Fernando furioso”, donde un niño, tras una pequeña discusión con su madre, termina poniéndose furioso. Su berrinche llega a ser tan grande que se convierte en un huracán que destruye su cuarto, el barrio y la ciudad. Su furia se transforma en un tifón y luego en un terremoto universal que resquebrajó la superficie de la tierra, la luna y los planetas.
Al final del cuento, todo el universo queda reducido a migajas. Solo queda Fernando sentado sobre su cama en un trozo de Marte. Entonces Fernando “pensó, pensó y pensó: ¿por qué fue que me puse tan furioso? Pero no se pudo acordar”.
Ambos libros abordan, desde distintas miradas, el origen de nuestros conflictos y los retos que debemos emprender para solucionarlos. En el primero la voluntad de reconciliación logra mover a los personajes de su posición, el trabajo conjunto desenreda la maraña negra. Pero el segundo nos invita a pensar en cómo nuestras posiciones pueden ser peligrosas y destructivas, aunque no sepamos por qué.
Esta propuesta, que se desarrolló en dos colegios de condiciones socioeconómicas diferentes en Bogotá: el Colegio Los Nogales y el Colegio La Girlada (de la Alianza Educativa) se sigue implementando y construyendo de manera colaborativa. No solo en colegios de Bogotá, sino que se ha iniciado un diálogo con la Diócesis de Tumaco, para llevar la metodología a distintos colegios de esa región a través de La Casa de la Memoria de la Costa Pacífica Nariñense. En la actualidad se está rediseñando una nueva metodología para ser implementada en el sector privado, concretamente en Ecopetrol, el desarrollo de esta nueva fase está siendo acompañado por Reconciliación Colombia y la Fundación Ideas para la Paz.
De lo contrario, como en el cuento de “Fernando furioso”, nuestras posiciones políticas, llenas de odio e intolerancia, seguirán produciendo tormentas y aguaceros, y sus caudales nos ahogarán en nuestras propias palabras.
*Este texto, publicado inicialmente en El Espectador, es reproducido en Compartir Palabra Maestra por autorización del autor.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 1385 lecturas