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Los docentes rurales son los héroes

Cualquier logro que redunde en mejores oportunidades para los niños del  campo vale oro

Octubre 6, 2015

Las grandes ciudades son fábrica y escenario de inmensas inequidades sociales y económicas. Sin embargo, nada más abismal que las diferencias entre campo y ciudad.

Los niños del campo colombiano vienen, como los hijos de Aureliano Buendía, marcados por la ausencia de oportunidades. De adultos, no tienen más opción que migrar a las ciudades o permanecer en el círculo de la pobreza rural.

Los héroes de la educación rural son los docentes. Aunque las hay de varios tamaños, la sede rural pequeña puede tener entre 15 y 30 alumnos entre los 4 y los 11 años.

En las escuelas rurales colombianas se forman dos millones y medio de niños, el 25 % de la matrícula de la educación media y básica. Por sus características, la educación rural es atendida por el Estado en más de 35 mil sedes en toda la geografía.

A solo 80 km de Bogotá, en una zona de clima frío, montañosa, cuya economía depende en buena medida de la explotación de carbón, una visita a siete escuelas rurales en la región deja un saldo contradictorio.

La mayoría de los niños son hijos de mineros, cuyo ingreso es volátil. Con los precios del carbón deprimidos, los ingresos familiares se han desplomado. Además de las minas, las opciones son pocas: jornaleros en el campo, administrando fincas, trabajo en madera.

Los héroes de la educación rural son los docentes. Aunque las hay de varios tamaños, la sede rural pequeña puede tener entre 15 y 30 alumnos entre los 4 y los 11 años. En ellas los profes son los llamados unitarios, es decir, los que dictan en una sola aula todas las materias, a todos los niños.

La precariedad no radica en las cosas, sino en la gestión institucional. Por ejemplo, todas las sedes cuentan con computadores y tabletas, aunque con un detalle absurdo: internet no llega a ninguna de ellas

Con recursos escasos, están comprometidos hasta la médula, no sólo por el mérito de lo que realizan en clase como por lo que ocurre fuera de ella. La huerta, el deporte, el trato diario con los padres, la protección de los niños (algunos víctimas de violencia intrafamiliar), el cuidado del medio ambiente, son parte del repertorio cotidiano de los maestros.

La precariedad no radica en las cosas, sino en la gestión institucional. Por ejemplo, todas las sedes cuentan con computadores y tabletas, aunque con un detalle absurdo: internet no llega a ninguna de ellas, pese a su cercanía con Bogotá y con las “troncales” de la conectividad y pese a los puntos Vive Digital. Los actores, en este caso rectores y docentes, las Alcaldías, las Gobernaciones y los Ministerios (Educación y TIC) no están articulados. Quizá deba el Ministerio de Educación buscar la forma en que una parte de las transferencias de la Nación vaya con nombre propio a financiar la conectividad y el uso digital. De lo contrario se estará agrandando la brecha con respecto a los niños y jóvenes de las ciudades.

La deserción es alta, en parte porque alumnos adolescentes se vinculan prematuramente a la minería. Muy pocos de los que consiguen graduarse ingresan a la educación superior. Algunos quieren ser militares y terminan de soldados profesionales; otros, siguen los pasos de sus padres y se van a las minas.

Son oportunidades las que requieren los niños del campo.

 

*Columna publicada en el diario El Espectador el 5/10/2015

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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