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Los meandros de la educación para la paz

El ejercicio de la memoria para la reconciliación, la formación en la justicia restaurativa y en la crítica de sí mismo, son condiciones insoslayables en la educación para la paz.

Marzo 14, 2016

No hay una paz; existen “paces”, en plural. Está la paz de la no guerra, el pacto sobre la derrota del otro, la pax romana impuesta por disuasión militar, la negación del conflicto o su resolución, la rendición, la paz personal y el perdón, la paz perpetua kantiana cuya idea de un orden y un derecho cosmopolita constituyen sus fundamentos principales y, sobre todo, la paz que produce la reconciliación.

En todas estas maneras de hacer la paz (o de obliterarla), la memoria, el perdón y la justicia tienen una función insoslayable. Solo el ejercicio comprometido y riguroso de ellas, a través de la creación de otras prácticas e imaginarios de sociedad alternativos, de la invención de nuevos lenguajes y formas de relación política, social y ética, en las que los enemigos no se vean como rivales que deben ser aniquilados sino como adversarios con los que se pueden realizar acuerdos y pactos tanto provisionales como estructurales, es posible adelantar una paz que propenda por la convivencia y la reconciliación.

Una sociedad reconciliada pasa no solo por el reconocimiento cultural y político de la diversidad de los actores sociales, sino por la redistribución de la riqueza material en términos más equitativos, lo cual implica reducir de forma inmediata, como proyecto político, las profundas desigualdades sociales, así como transitar de una justicia retributiva del ojo por ojo y diente por diente (que desafortunadamente muchos, pese a ser grandes juristas o abogados, creen la única posible en el caso colombiano), a una justicia restaurativa en la que víctima y victimario participan conjuntamente en la resolución de las diversas cuestiones derivadas del delito, y se atienden las necesidades y responsabilidades de las partes.

Es el caso de instituciones educativas en donde, a pesar de las buenas intenciones e, incluso, de la instauración de mesas de negociación, la resolución de los conflictos termina inclinándose siempre del lado de las directivas, los consejos superiores o los profesores.

Es en este contexto en que la educación para la paz se difumina en una multiplicidad de senderos que se bifurcan. En términos de políticas educativas, la educación para la paz se relaciona con convivencia y participación política, resolución de conflictos y competencias ciudadanas, lo cual exige que dicha educación se incorpore a los procesos de gobierno escolar, y se encamine en la elaboración de manuales de convivencia y la formulación de un PEI coherente, que, en la mayoría de instituciones, se convierten en una falacia y un simulacro. Por tanto, es necesario pensar este campo de la educación desde una perspectiva diferente.

Si se asume, por ejemplo, la paz como mediación y solución de conflictos, en el que el análisis del conflicto y la manera de resolverlo sin violencia constituye su propósito fundamental, se corre el peligro de que se reproduzca la desigualdad si el desequilibrio en las relaciones de poder es muy grande. Es el caso de instituciones educativas en donde, a pesar de las buenas intenciones e, incluso, de la instauración de mesas de negociación, la resolución de los conflictos termina inclinándose siempre del lado de las directivas, los consejos superiores o los profesores.

En el caso de la paz como abolición de las relaciones de poder, cuyo propósito principal lo constituye la identificación con las luchas de todos los grupos oprimidos, excluidos y “humillados y ofendidos”, y su objetivo no se reduce solo a desenmascarar el poder opresivo y monolítico sino a proponer diversas formas de su distribución más equitativas y participativas, puede derivar, de acuerdo a la práctica pedagógica del docente y su posición ideológica, en acciones violentas o vandálicas de sus estudiantes o en reticentes actitudes nihilistas.

Para los que creen que la paz social y política tiene que pasar por la paz interior en la que aspectos como la empatía, la cooperación, la autoestima y el empoderamiento son sus condiciones principales,  se corre el peligro de una sobre exaltación del yo y en general de la dimensión individual en detrimento de lo colectivo, así como en la lectura de libros de autoayuda pseudocientíficos escritos por mercachifles de la espiritualidad cuyo único fin es mantener la alienación y enajenación de personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad e indecisión en sus trayectorias vitales.

En términos de políticas educativas, la educación para la paz se relaciona con convivencia y participación política, resolución de conflictos y competencias ciudadanas, lo cual exige que dicha educación se incorpore a los procesos de gobierno escolar, y se encamine en la elaboración de manuales de convivencia y la formulación de un PEI coherente, que, en la mayoría de instituciones, se convierten en una falacia y un simulacro.

Desde una perspectiva más cultural que política en el que la paz sea un horizonte de transformación y la pedagogía una práctica de paz, la educación necesariamente tiene que partir de la coherencia entre medios y fines, asumiendo que la reducción de la violencia solo es admisible por medios pacíficos: “el fin está en los medios como el árbol en la semilla”, decía Gandhi. Esto implica transitar del conocimiento a la acción, de conocer los valores de la paz a practicarlos, de reconocer las ventajas prácticas de la paz a ser pacífico.

De igual forma, se requiere promover un ámbito de valores comunes, una “ética mínima” suficientemente amplia que sea un sistema compartido en el que quepamos todos, pero solo hasta lo indispensable para que posibilite la convivencia y el enriquecimiento desde la diversidad y el disenso y, de esa forma, poder hablar de “paces”.

En síntesis, los meandros de una educación para la paz se pueden difuminar en tantas direcciones como significados de paz existen. No obstante, no puede prescindir ni escamotear al menos tres aspectos inherentes a cualquier sociedad en paz, y, por derivación. a cualquiera de sus instituciones: a) La formación en los diversos tipos de justicia con particular énfasis en la justicia restaurativa; b) El ejercicio de la memoria no solo como reconstrucción del pasado sino como proyección a futuro mediante prácticas, imaginarios y lenguajes alternativos que asuman el conflicto como una dimensión potenciadora de lo humano; y c) La formación en la auto reflexividad, esto es, en la auto confrontación, en la crítica de sí mismo, en ser objetivo consigo mismo y subjetivo respecto a los otros.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Henry Alberto Berrio Zapata
Gran Maestro Premio Compartir 2007
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