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¡Los que pasan de agache!

Tanto las secretarías de educación como los directivos docentes, tienen un papel central en la calidad de la educación. Una reflexión de la Gran Maestra 2015. 

Diciembre 3, 2015

Tienen razón quienes señalan que gran parte de la calidad de la educación que se imparte, está determinada por lo que ocurre en el salón de clases y, en esta medida, el logro o no de una formación de calidad está directamente relacionada con el rol del maestro. Sin embargo, creo que si bien es justa la exigencia a los docentes, a veces parece que no se hace la misma exigencia a otros actores que son igualmente determinantes en el proceso educativo: los directivos docentes  y las secretarías de educación.

Tanto las secretarías de educación como los directivos docentes, tienen un papel central en la calidad de la educación y estos, en muchos casos, no solo no están cumpliendo las funciones que les corresponden, sino que están pasando “de agache” en los vehementes llamados que se hacen desde todas las orillas, al mejoramiento de la calidad de la educación en la primaria y la secundaria en Colombia.

Para nadie es un secreto que, con muy pocas excepciones, las secretarías de educación en todo el territorio nacional son fortines políticos y grandes focos de corrupción que carecen de procesos administrativos adecuados.

Para nadie es un secreto que, con muy pocas excepciones, las secretarías de educación en todo el territorio nacional son fortines políticos y grandes focos de corrupción que carecen de procesos administrativos adecuados y de funcionarios idóneos en el campo educativo. Prueba de lo anterior es la inexistencia de instancias de formación y acompañamiento pedagógico a los docentes. No solo se carece de buenos y eficientes procesos administrativos, sino de un componente pedagógico que haga seguimiento y acompañe a las instituciones educativas y a los maestros en la orientación de los niños y los jóvenes.

Muchas secretarías de educación son un caos: no hay procesos, procedimientos, protocolos, manuales, ni siquiera para el manejo de la documentación y la correspondencia; sin mencionar la escasez o la inexistencia de una instancia de desarrollo pedagógico con funcionarios idóneos y al servicio de las instituciones educativas y los maestros.

Lastimosamente las políticas de muchas de estas secretarías están sometidas a las pretensiones de algunos líderes políticos regionales, apartándose de unas directrices nacionales y de unas necesidades locales. Tal es el caso de la contratación de programas educativos sin afinidad a las problemáticas de las comunidades educativas o aquellos que se inician, pero no se concluyen interrumpiendo procesos iniciados.

Por mencionar otro aspecto, no menos sensible, qué tal el tema de la asignación de plazas docentes en las instituciones educativas, en donde se dejan mucho tiempo a niños y jóvenes sin recibir sus clases, o donde se nombran maestros, en muchas ocasiones, sin el perfil para el cargo, afectando, en cualquiera de los dos escenarios, la calidad.

Se tienen que acabar los coordinadores y coordinadoras apaga-incendios o de escritorio, cuya labor fundamental se limita a transmitir las razones del rector y asegurarse del diligenciamiento de formatos que nadie lee y que no sirven para nada.

Pero si por las secretarías de educación llueve, por el lado de los directivos docentes, no escampa. Si bien hay que reconocer que el trabajo decisivo y comprometido de muchos coordinadores y rectores ha sido determinante en el éxito y la superación de las dificultades en muchos colegios por todo el país, hay muchos otros en los que, lejos de contribuir al avance, retrasa y obstaculiza la acción de los docentes y, con ella, la calidad del establecimiento en todos los aspectos.

Es duro reconocer que ellos, lejos de crear ambientes de trabajo en los cuales se faciliten diálogos de saberes entre docentes y comunidades académicas en pro de un mismo objetivo, de una manera u otra promueven la división, el caos, la incertidumbre y ambientes antidemocráticos, en los cuales no se permite la crítica constructiva o se sataniza, y se señala a aquellos que se atreven a hacerla.

Se requiere de rectores y rectoras que conozcan su institución educativa, que les quepa en la cabeza, que tengan la capacidad de usar a favor las fortalezas de todos los miembros de la comunidad educativa y promuevan un escenario de construcción colectiva en donde docentes, padres, estudiantes y administrativos se comprometan y se apasionen con un proyecto común.

Estos no pueden ser rectores de oficinas; deben ser rectores de estar en el salón de clase, en el pasillo, en el descanso, en el laboratorio, en la tienda escolar. Rectores con gran capacidad de planeación, ejecución y evaluación de las actividades, los programas y los proyectos de la vida institucional.

Se requiere de coordinadores y coordinadoras con un amplio conocimiento pedagógico, con capacidad de orientar de manera asertiva el trabajo de los docentes, ayudándolos a superar las dificultades que llegaran a tener, además de las habilidades en el manejo conflictos. Se tienen que acabar los coordinadores y coordinadoras apaga-incendios o de escritorio, cuya labor fundamental se limita a transmitir las razones del rector y asegurarse del diligenciamiento de formatos que nadie lee y que no sirven para nada.

Definitivamente, el llamado a contribuir con la calidad de la educación no puede ser solo a los docentes. Es verdad que estos tienen un papel decisivo, pero no el único. Igual de importante que el trabajo de los docentes, lo es el de los directivos y las secretarías de educación: los primeros deben asumir un papel protagónico positivo en todos los aspectos de la vida institucional; y en las segundas, deben ser exorcizados la corrupción, el clientelismo y la inoperancia que durante mucho tiempo las han caracterizado.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Gran Maestra – Premio Compartir (2015)
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Diego Fernando Barragán Giraldo
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Invitó a sus estudiantes a armar pieza por pieza un rompecabezas mental cuya imagen final dejaba ver la realidad del país.