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¿Necesitamos tecnología en educación? ¿Cuál? ¿Para qué? (I)

Entre ser objeto de cacharreo y encontrarse “en la cresta de la ola” en innovaciones tecnológicas, la educación no apropia aun la importancia de incorporar tecnología, su verdadera importancia: el desarrollo del individuo como ser crítico y social.

 

Septiembre 8, 2016

Es prioridad de los gobiernos y las instituciones, en todos sus planes, dotar de tecnología las poblaciones más y menos vulnerables; los colegios y las universidades cuentan con el componente tecnológico como indicador de calidad y desarrollo, nos aprestamos a invertir generosos recursos (tiempo y dinero) en software, plataformas y equipos. ¿Pero en realidad estamos incorporando la tecnología que necesitamos para las necesidades educativas que tenemos? ¿Necesitamos tecnología en educación?

Ya nos hemos preguntado acerca de si la tecnología es realmente la solución a los desbalances educativos en términos de encontrarse a “la altura” de las necesidades de nuestros estudiantes. Los vemos todo el tiempo con sus dispositivos electrónicos, los sentimos tan adaptados y cómodos al usarlos que la respuesta al ver su motivación es casi inocua para algunos directivos: claro que sí, la necesitamos. Sin embargo después de la motivación queda latente un nuevo vacío en el proceso de formación, cambiamos de aparatos pero no de pedagogía, no solucionamos el desbalance.

Superada entonces la inquietud por la incorporación de tecnología, aceptándola como el nuevo huésped que no solo debe estar en un cajón que circula por los salones, ni como aquella área de la institución a la que solo tiene acceso un grupo de profesores, llega ella con un nuevo matiz: está en todas partes, en las manos y en los morrales de todos. Pero la pedagogía aún sigue en el párrafo anterior.

Y se nos hace inevitable: a cada propuesta, estrategia o modelo pedagógico pareciera surgirle una nueva pantalla, una nueva forma de interacción o –siendo aún más curricularmente correcto- una nueva necesidad de formación para los retos que la sociedad impone. No obstante lo curricular vaya siempre más de dos cohortes por detrás de lo que se ha propuesto abordar, reconociendo que las formas de comunicación y sus enunciaciones son siempre los índices de cambio social.

Para cuando los café internet burbujeaban de solicitudes de impresión, tenían horas pico en las que se veían filas pidiendo diez minutos o la “mínima” de consultar el correo, la pedagogía era una; las estrategias de enseñanza y aprendizaje tenían algunas características que se plegaban a lo disciplinar y la transición del mensaje en el cuaderno al correo masivo o anuncio en el sitio web. Ahora estas estrategias han sido remplazadas de espaldas a la pedagogía por los grupos que tienen que silenciarse en el sistema de mensajería o en la red social imperante en las permanentes intermitencias ocasionadas por la participación de los dos o cuarenta miembros que no tienen en qué otro lugar remitir su meme o emoticón, cuando no el contenido importante de aquel mensaje masivo o anuncio en el sitio web.

La tecnología sigue cambiando con los cambios en las formas de comunicación, pero la pedagogía no puede cambiar tan rápidamente. Y entonces volvemos a la pregunta: ¿necesitamos tecnología en educación? ¿Cuál? ¿Para qué?

Y la respuesta puede ser de nuevo un inevitable sí, pero con sus matices. Pudiéramos interponer un anacrónico no, pero nos absorbe.

La tecnología que (más) necesitamos en educación, sea cual fuere el aparato, plataforma o software que nos proporcione el contexto, debe caracterizarse por privilegiar formas de comunicación que permitan al “usuario-estudiante-docente” describir y apropiarse de su realidad, plantearse preguntas, poder encontrar las respuestas que otros han dado a ellas y sobre todo, apoyar la construcción de realidad de forma vinculada y vinculante, asumiendo un rol participativo en todo momento.

Con la sugerencia anterior podríamos inferir que antes de cualquier tecnología, necesitamos realmente nociones sobre su incorporación a procesos de pensamiento crítico y co-construcción colaborativa y cooperativa de conocimiento. Necesitamos afrontar el reto con menos expectativas tecnocráticas y más consciencia pedagógica.

 Necesitamos tecnologías que, al lugar de la lectura, la escritura y la oralidad (primeras tecnologías), potencien procesos de construcción individual y colectiva de experiencias de aprendizaje, no tanto de conocimientos que sean objeto de evaluación. Si es de escritura, cómo leer de otros modos, si es de lectura, cómo escribir y narrar de otros modos; si es de oralidad, cómo la comunicación multimodal y multimedia las renueva y reconstruye de modos significativos para todos.

Estas integraciones suponen procesos, reconocimientos al dominio disciplinar, pedagógico y tecnológico que tanto estudiantes como docentes poseemos en torno al ejercicio de aprender y enseñar. Suponen superar los cuarenta y cinco minutos de exultación tecnológica para pasar al bloque de clase que sirve para producir individual y colectivamente alrededor de un tema o problemática.

No necesitamos tecnología en educación, realmente; lo que en realidad requerimos con mensaje de urgencia son experiencias de aprendizaje que, valiéndose de propuestas que incorporen medios y objetos de comunicación contemporáneos, promuevan nuevas formas de percibir y construir la realidad que dentro y fuera del aula nuestra educación para la paz exige.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Magíster en Lingüística.
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Jaqueline Cruz Huertas
Gran Maestra Premio Compartir 2000
Es necesario entablar una amistad verdadera entre los números y los alumnos, presentando las matemáticas como parte importante de sus vidas.