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Papá, explícame: ¿Para qué sirve la historia?

Un texto escrito por un docente colombiano a propósito del Bicentenario.

Julio 2, 2019

Con esta inquietud de un niño a su padre historiador, abre Marc Bloch (1982) su texto Introducción a la Historia. Iniciar la reflexión desde esta petición infantil, es tal vez como intentar preguntarle a un abuelo de 90 años ¿qué significa vivir?. Ahora bien, la pretensión que se busca es llegar al común de la gente, contagiarlo y sitiarle con preguntas profundas, familiarizarle con el lenguaje de la historia y su relevancia en el marco del bicentenario. Es cursar la invitación a pensar de otro modo la historia para encontrar nuevos sentidos.

Para empezar hay que dar una mirada al cómo celebra y conmemora lo histórico nuestra sociedad. Los siguientes anuncios son ejemplo: “Mediante actos culturales, musicales y religiosos se recordarán los hechos que marcaron historia en el país”; “La Academia de Historia disertará sobre los detalles y acontecimientos ocurridos el día del Bicentenario”; “El tema del Bicentenario de la Batalla de Boyacá es una oportunidad para que todos, pero en especial nuestros niños, niñas y jóvenes desde sus escuelas, se vinculen de manera activa para que se proyecten, construyan y planteen la Colombia que todos queremos”. Pregunto: ¿Cuál Colombia queremos?

La Escuela no es ajena, no tiene otra acción comunicativa que la simple izada de bandera con control de la programación para no cachar clase y sólo con una evocación a partir de lecturas, danzas o un remedo teatral para poner el tono lúdico. Al común de la gente, el día histórico es un izar el pabellón en las ventanas de sus viviendas y un día para el descanso de las actividades cotidianas. 

Parece que este es el imaginario del relato histórico que pervive en la sociedad, heredado por los abogados Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, quienes al inicio del siglo XX redactaron el texto oficial para la enseñanza de la historia en los colegios. La historia oficial que se desprendió de este tipo de relatos ha sido anecdótica, romántica, centrada en héroes, unívoca, escrita por hombres, blancos estudiados y cuyos protagonistas eran los mismos hombres blancos, con propiedad, educación y riqueza.

Ahora bien, el contexto de la Ley 1874 de 2017, permite parafrasear su objetivo que motiva el desarrollo del pensamiento crítico a través de la comprensión de los procesos históricos y sociales de nuestro país, que pueda contribuir a la formación de una identidad nacional que reconozca la diversidad étnica cultural de la Nación colombiana y que nos permita hacer memoria histórica para reconciliarnos, convivir en paz y tener garantías de no repetición.

Desde este marco de referencia, para poder emerger una perspectiva crítica que permita comprender la significación de los acontecimientos del pasado, cabe poner a prueba en las conversaciones cotidianas de los distintos escenarios de vida se pueda interpelar y cuestionar la presumida validez de las interpretaciones dadas acerca de nuestra historia y convertidas en creencias y afirmaciones aprobadas por la tradición, la autoridad o el hábito. Se debe agregar desde este ángulo la aproximación de Lucien Febvre en Combates por la Historia (1970) al decir que la historia es un estudio elaborado de las diversas actividades y creaciones de los hombres de otros tiempos, pero que está abierto a repensarse, a retocarse cuando haga falta y readaptar las concepciones de los resultados alcanzados, a las nuevas concepciones de existencia que nunca acaban de forjarse en el marco del tiempo.

Atendiendo a estas ideas, pensar en el Bicentenario de la Batalla de Boyacá (7 de agosto 1819), implica situarla en el espíritu del Congreso de Angostura (15 de Feb. 1819) que impactó de manera decisiva la guerra de independencia y la consolidación de un nuevo Estado libre y soberano. Recordar el proceso de instalación del Congreso de Angostura permite evocar una compleja experiencia política que contribuyó consensualmente a la organización de un Estado republicano en medio de un territorio antiguamente regido por la monarquía española.

Dicho lo anterior, Angostura fue un proyecto de Constitución que trazó el nuevo Estado sobre la base de la soberanía del pueblo, con división de los poderes públicos, prohibición de la esclavitud, libertad civil y abolición de los privilegios, educación del pueblo y respeto a las leyes. Este ideario no se encarnó en la mentalidad de la época, por ello no hubo transformaciones. 

Desde entonces tenemos historias de país, historias marcadas por intereses políticos, ideológicos, económicos y hasta religiosos que han desatado violencia.  En 1991, hace 28 años se establece un nuevo pacto de país con una Constitución bajo los supuestos de pluralista tolerante, democrática, respetuosa de la ley y de la diversidad, incluyente y fundada en la justicia. Supuestos que no han transformado la mentalidad del colombiano. Continuamos en esa violencia desenfrenada.

Tal vez lo único que une a los colombianos es la narrativa comercial del entretenimiento y del espectáculo del gol, gol, Colombia!.  

En Colombia se da mayor atención a un partido de fútbol  que a la muerte de líderes sociales. Los Acuerdos de Paz y los diálogos de no repetición como salidas de emergencia no tienen eco e interés en la mentalidad del colombiano. Hay temores sí, pero también predomina la indiferencia, la indolencia, la desconfianza y la ausencia de identidad.

La crítica es el motor de la historia. Pensar con sentido crítico la historia exige intervenir los discursos sobre quién decide qué y cómo decir los relatos o las narraciones sobre la realidad histórica del país. Hay que combatir esas verdades triunfadoras plasmadas en esos discursos  de contenido desafiante y provocador que requieren problematizarse. Pensar en este caso es agujerear con preguntas la realidad histórica.

Recuperar las ideas de Pierre Nora (2008) en Lugares de Memoria, afirma que sufrimos la ruptura con el pasado, hay desarraigo del sentimiento histórico, hay conciencia del pasado como algo muerto, hay olvido de las vivencias que permanecían al calor de las tradiciones, silencio de las costumbres y de lo ancestral. Tal vez, este desarraigo es la no comprensión de la relación entre memoria e historia: lejos de ser sinónimos, tomamos conciencia de que todo los opone. La memoria es la vida, siempre encarnada por grupos vivientes y. en ese sentido, está en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones. La historia es la reconstrucción siempre problemática e incompleta de lo que ya no es. La historia, por ser una operación intelectual que requiere análisis y discurso crítico.

Paul Ricoeur (2003) quien entiende que historia y memoria son dos formas de representación del pasado gobernadas por regímenes diferentes: la historia aspira a la pretensión de veracidad en su función crítica sostenida en lo documental, lo explicativo e interpretativo, mientras que la memoria pretende la fidelidad.

Siguiendo estas ideas como propuesta, hay que abordar la relación entre historia y memoria señalando la necesidad de conocer, comparar y trabajar sus lógicas y aspiraciones diferentes en torno al pasado. Sin caer en la competencia entre ambas o la preferencia por una de ellas, la opción es establecer la necesaria interacción entre historia y memoria, recordando que la historia no puede juzgar a la memoria sino comprenderla e integrarla en un relato más denso y plural comprendiendo que la memoria colectiva es un hecho social que no se puede negar ni excluir. En otras es intentar producir una interacción mutuamente cuestionadora que someta la memoria a la dimensión crítica de la historia y coloque la historia en el movimiento de la retrospección y el proyecto de la memoria.

Para la reflexión que se ha venido exponiendo, conmemorar el bicentenario del 7 de agosto, exige crear narrativas de ciudadanía desde los diversos contextos de la sociedad, que permitan dar lucidez a la comprensión en los diálogos cotidianos para que contribuyan a tejer confianzas y combatir aquellos mitos que manipulan la historia y fomentan el racismo, la intolerancia y la explotación de clase, género y etnia.

 


Photo by Juliane Liebermann on Unsplash

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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