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Para una segunda oportunidad

Un país, que por fin despegue del subdesarrollo, cerrando brechas, estrechando diferencias socioeconómicas y conquistando condiciones más igualitarias de vida.

Diciembre 21, 2017

El fin de la Segunda Guerra Mundial, la caída del muro de Berlín y la destrucción de las Torres Gemelas, representan acontecimientos que cambiaron la vida en el planeta y necesariamente irrumpen en los ambientes escolares, de tal suerte que podemos decir que los imperativos de la educación se dividieron en dos: los que se encuentran antes de los hechos anotados y los que existen ahora, después de ellos.

Al menos así se vislumbra para América Latina, en donde maestros y alumnos, actores esenciales del proceso educativo, se encierran en esferas cada vez más diferentes, lamentablemente distanciados de las metas del conocimiento pertinente y de los ámbitos de la construcción de la intelectualidad en sus estudiantes, pero hermanados en las nimiedades de las necesidades esenciales que posibilitan una vida digna para un ser humano.

Maestros, alumnos y sus familias, cada vez más cercanos en los padecimientos del hambre y las necesidades básicas insatisfechas; cada vez más cercanos y temerosos por la necesidad de dar y recibir ternura, cada vez más cercanos a la necesidad de comprender todos los códigos de la modernidad y del más próximo futuro.

Así acaba de suceder en Argentina, una población situada por el hambre, en donde la educación también tiene algo que decir, máxime cuando nuestro país se encuentra tan cercano a los acontecimientos observados en el hermano país.

De tal suerte, es posible establecer que el paradigma en el que se mueve el mundo y por supuesto los actores de la educación es la incertidumbre, que se refleja en la multiplicidad de conductas que se pretende del Educador en este primer cuarto de siglo, y de las cuales el maestro es consciente, vislumbra y despliega su creatividad en la construcción de futuros promisorios.

Sabiendo que las posibilidades de éxito profesional decrecen, a la par que el mundo se globaliza y que sobre sus hombros la sociedad sigue poniendo el afinamiento del concierto multidimensional que se desarrolla con la postmodernidad.

Indicios que disparan alarmas sociales en los países desarrollados cuya prioridad se enfoca en la potenciación de la educación de los niños y jóvenes, lo cual implica maestros formados y en ejercicio, en condiciones dignas, de su profesión.

Los países que cuentan con una sociedad civil responsable, potencian su desarrollo económico a través de la educación. El gran ejemplo lo han dado los Tigres Asiáticos con sus altos porcentajes de inversión en educación pública en los últimos 10 años y las posiciones que vienen ganando en el concierto mundial.

No así, los países que siguen en el Tercer Mundo, sin inversión en educación, sin sociedad civil en formación, sujetos al vaivén de gobernantes corruptos, doblegados ante los mandatos económicos de la banca mundial, que cada día aleja más niños de los bancos de la escuela.

Y nos preguntamos ¿qué se le pide a un maestro hoy? Pues todo, es la respuesta obvia e inmediata. Puesto que la familia nuclear conocida desde hace 2000 años tiende a desaparecer, por lo mismo, queda a la sociedad la escuela, como el segundo hogar: cuna de crianza de las próximas generaciones.

Un país en donde se vienen inflando, en forma descontrolada los índices de pobreza, requiere maestros formados e informados; maestros con criterio, capaces de formar criterio; maestros que investiguen los principios del conocimiento pertinente, que sean creativos y desarrollen las potencialidades de las mentes infantiles.

Se necesitan maestros que focalicen su acción al fijarse metas y en especial maestros que asuman su rol social, que sean constructores del tejido social, que se preparen para afrontar las incertidumbres, formen identidad planetaria y local y rescaten la enseñanza de la condición humana: razón, sociedad, afecto y cultura.

Una educación para los obstáculos, que interioriza la tolerancia, que defiende los derechos individuales y colectivos, que forma en la comprensión, la ética, la identidad y la cultura. En fin, maestros que reflexionen constantemente de su papel como constructores de una humanidad con destino planetario. En especial, unos maestros propiciadores de la segunda oportunidad que la estirpe desgraciada del Coronel Aureliano Buendía no tuvo.

Lo cual significa sencillamente que el maestro debe asumir su rol social y responsabilidad en la justa medida y criterio que le corresponde. Pero igualmente, lo debe asumir el Estado, protegiendo el Derecho a la Educación, en donde el servicio público educativo, se convierta en un garante ante el ciudadano y en la esperanza infantil y juvenil de vida.

Un país, que por fin despegue del subdesarrollo, cerrando brechas, estrechando diferencias socioeconómicas y conquistando condiciones más igualitarias de vida con necesidades básicas satisfechas y, por supuesto, condiciones dignas en las que el maestro pueda ejercer su labor, el ciudadano gozar de su condición y el niño viva a plenitud en medio de un ambiente de paz y esperanza de vida.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Henry Alberto Berrio Zapata
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