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Pedagogía para la democracia
Gran parte del mundo ha acogido la democracia como la forma más idónea para elegir y practicar los modos de gobierno y a la vez para regir todas las dinámicas de la convivencia en sociedad.
Sin embargo desde su origen en Grecia, donde se practicó no obstante existía la esclavitud, ha estado en constante construcción porque en definitiva su aplicabilidad depende de pasiones humanas como la ambición de poder, la codicia, los monopolios y la imposición de las ideas.
A través de la historia, en los Estados que se presentan como demócratas no se ha alcanzado el sumun en las condiciones de equidad, justicia social y beneficios para todos, lo que acusa falencias éticas y estratégicas en la estructura misma de los conceptos democráticos.
Al respecto de estas flaquezas Noam Chomsky asevera que hay una falla en soportar la democracia únicamente como método electoral y propone un devenir democrático en la misma administración del Estado. Algo así como un valor ético que rige todas las decisiones de los gobiernos.
Para alcanzar este ideal, los conceptos y los valores fundamentales de la democracia deben ser interiorizados por toda la comunidad, incluso desde la infancia. Para ello el sistema educativo debe jugar un papel importantísimo en la formación y divulgación de esta conciencia.
Una pedagogía para la democracia empezaría entonces por aplicar el principio básico y rector de este sistema de convivencia, cuál es, la participación: el derecho de todo individuo a opinar, a proponer y a gozar en igualdad de condiciones de todos los bienes y servicios públicos.
Pero la participación no es inherente a la conciencia y tenemos que educarnos para ello y practicarlo en todas las dinámicas de la vida, lo cual implica una transformación de los sistemas de relaciones tanto en la familia, en el aula de clase, como en el trabajo.
No es fácil con una tradición tan antigua del poder paternal, aceptar que un parecer o un modus operandi de los hijos transformen las dinámicas de una familia típica. Pero sin esta apertura la conciencia participativa nace coja. Lo mismo si la relación profesor estudiante no rompe las distancias naturales de la formación tradicional y se abre a aceptar el criterio del educando aunque deconstruya metodologías y paradigmas de la enseñanza – aprendizaje que propicie el diálogo mancomunado, el pensamiento crítico, la diversidad de ideas y opiniones.
El inicio de una democracia efectiva está en la consulta: un gesto de confianza y de humildad que nos invita a escuchar al otro, y más que eso, a aceptar su visión distinta de un hecho y de la vida misma. La consulta es el instrumento primario para la tolerancia. Su recurso, el diálogo, es base para todo encuentro constructivo que propicie la verdadera participación.
Un niño con prácticas en levantar la mano y pedir la palabra, elegir y ser elegido en el gobierno mismo de su escuela, con autoestima para defender su criterio y defender sus ideas, será el ciudadano con conciencia de participación que amerita un Estado social de derecho.
Esta es la tarea suprema de la educación a favor de impartir la democracia como un valor ético que un día se consumará en una forma de gobierno, en una forma de relación social.
El maestro demócrata
Reconozcamos que desde la antigüedad la educación ha sido impartida de modo unidireccional: un anciano que desde su sabiduría instruye a su comunidad, los padres que legan su ética y su saber a su descendencia, el maestro que imparte lecciones a su estudiantado, e incluso en las nuevas pedagogías nos cuesta aceptar opciones distintas a la enseñanza del que sabe hacia el que creemos no sabe. Una educación para la democracia exige un maestro de mente abierta capaz de valorar la intuición, el juego, la irreverencia, como opiniones válidas en la reconstrucción de la realidad. Esto significa un respeto al ser, incluso en su etapa infantil.
¿Cuál sería pues la metodología más expedita para generar un aula de clase en libertad? Desde la formulación de la “educación integral” se ha visto que el arte posee todas las condiciones para propiciar una educación participativa acogiendo los diferentes lenguajes y sentidos del conocimiento. Esto invita a proponer un maestro sensible a las expresiones estéticas y proclives a aceptar que el pensamiento es tan diverso como el universo. Solo desde allí se valoran todas las opiniones y el sentido constructor de la polémica.
Un ejemplo interesante se dio cuando una clase de sociales se volvió el montaje de una obra de teatro porque coincidían en el arte dramático, los lenguajes literarios (la dramaturgia y los diálogos) plásticos (la escenografía y el vestuario), sonoros (la musicalización y los efectos) cinéticos (la expresión corporal, la actuación, la danza) y demás, en donde tenían la oportunidad desde su experiencia y desde su talento de involucrarse todos los de la clase. Resultó una instancia de participación democrática con un resultado ritual: el espectáculo.
La escuela democrática
Un centro educativo que ejercite dinámicas de consulta, de participación, de escrutinio, de elecciones, que se atreva realmente a permitir el auto-gobierno, donde los actos decisorios sean horizontales y no desde la verticalidad de una rectoría, seguramente provocará el rompimiento de los paradigmas en los que se afinca lo más estructural del proceso enseñanza – aprendizaje. Pero también estará abonando una conciencia de participación democrática que requiere el ciudadano íntegro, el gestor de democracia.
Pero esta presencia de la escuela en una cultura del consenso y de la participación debe trascender a la sociedad misma, incidir en la comunidad, porque la escuela en si misma ha de ser un ente de opinión incidente en las decisiones comunales porque su naturaleza, como la educación, es principio y fin del supremo sentido de justicia y equidad.
Si la educación no se pone definitivamente al servicio de la construcción de una conciencia democrática, nuestras formas de gobierno se impondrán de modo arbitrario, prosperará el abuso de poder porque el pueblo no educado para participar es fácilmente subordinable.
Contenido original de la página web de la editorial Magisterio.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 2790 lecturas