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¿Por qué trabajar por la educación?

“La única opción es continuar trabajando por la educación. Si educamos hoy tendremos cada vez menos niños condenados por la estupidez de los adultos y menos adultos perpetuando abusos y abandonos.”

Abril 28, 2015

“Cuando me canse de escuchar llantos de niños en la brisa
Cuando me canse de mirar pueblos que apenas son cenizas […]

Cuando me canse de la lluvia
y de la sangre y de la guerra
cuando me canse de esta tierra
me mudaré a la luna rubia[…]

” Poema “Tierra Luna” de Boris Vian

Colombia es un país que duele. Los soldados son masacrados por la guerrilla mientras duermen. Cada día se descubre un nuevo escándalo de corrupción. El odio y la intolerancia reinan en las redes sociales. Jóvenes bachilleres con algunos estudios superiores realizan la misma labor que desempeñaron sus no calificados padres. La calle y las oficinas son testigos de la corrupción cotidiana que para algunos es la manera correcta de vivir.

Y lo peor de todo, el sufrimiento de los niños. De los que tienen por sitio de trabajo las esquinas, de los que mueren de hambre en La Guajira, de los golpeados por sus padres, de los abandonados, los violados, los explotados… Nada puede ser peor que el llanto de tristeza de un niño.

Nada más devastador que esta realidad colombiana. El trabajo de tantos años parece haber sido en vano. El entusiasmo y las ganas de superar desafíos se diluyen en la decepción de ver cómo los logros alcanzados rápidamente fueron apabullados por aquellos que eran los llamados a continuarlos. La fe y la esperanza se agotan.

Pero aparece entonces la sonrisa de aquel que se aferra a la vida a pesar de las injusticias de las que ha sido víctima. Imposible ignorar las ganas de seguir luchando de un hombre que ha tenido que librar batallas desde el día de su nacimiento porque llegó a un mundo que parecía no querer recibirlo.  

Es la historia de un hombre al que la injusticia marcó su infancia y su adolescencia. Discriminado por la intolerancia colombiana de principios del siglo XX, asumió solitariamente su destino y emprendió un camino a lo largo del cual no se permitió la debilidad ni la derrota. Cargando en su alma los errores y estupideces de unos adultos que le quedaron chiquitos, sacrificó horas de sueño para descubrir el mundo en los libros que descansaban en las maletas escolares de otros, que por alguna incomprensible razón sí tenían el derecho de asistir a un buen colegio.

Abrió puertas, cruzó mares, aprendió de la experiencia y se hizo grande. Ese hombre, con pocos recuerdos de afecto maternal, se cuidó del dolor, se llenó de un orgullo que no siempre jugó a su favor, hizo de  la honradez y responsabilidad la clave de su tranquilidad y con una resiliencia tan poderosa como su fuerza física logró ser respetado, admirado y amado.

Padres y educación fueron sus dos grandes carencias en la vida. La primera permaneció intacta y prefirió nunca nombrarla; a la segunda intentó vencerla, como en sus años de infancia, aprovechando lo poco que tuvo a su alcance. Aunque no logró todo lo que hubiera querido para él, se aseguró de entregar a quienes lo sucedieron lo que él no tuvo.

Con la certeza de los logros y los fracasos, reconoce el afecto al final del camino y se aferra a la vida.  Parece haber decidido que el momento de partir será también una decisión que no dejará totalmente en manos de ese mundo que quiso condenarlo solo por existir.

Este optimismo y ánimo de continuar viviendo y aprendiendo, es la última lección de vida que da una persona injustamente discriminada y a la que le fue negada la educación.

En este momento, cuando el dolor, el rencor y el infinito amor se mezclan, todo empieza a cobrar sentido.

La única opción es continuar trabajando por la educación. Si educamos hoy tendremos cada vez menos niños condenados por la estupidez de los adultos y menos adultos perpetuando abusos y abandonos.

Si el trabajo de hoy le da educación y oportunidad a un solo niño que de lo contrario estaría abandonado a la injusticia, entonces el empeño de superarse de ese hombre y nuestro trabajo por la educación, ha valido toda la pena, aunque el dolor por Colombia continúe.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Economista experta en educación.
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Diego Fernando Barragán Giraldo
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