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Proclamas educativas por los estudiantes y los malos maestros

Democrática y participativamente hablando, ¿por qué razón los estudiantes se aguantan malos maestros y nosotros como sociedad también?.

Marzo 12, 2015

Para finales del año 2013, según el DANE, había en el país unos 10.541.000 estudiantes, es decir, la cuarta parte de la población colombiana y una clara mayoría frente a sus educadores escolares que se estima alcanzan a sumar apenas los 461.200.

Los estudiantes tendrían el sartén por el mango si se lo propusieran y fueran un tantico más proactivos políticamente y si nosotros los adultos, con el sistema educativo de por medio, no les enseñáramos a ser sumisos (obedientes) y replicadores de información, antes que cuestionadores y creadores de la misma; a responder a nuestras expectativas; a darle la talla a un status quo por el deber y el temor a no llegar a ser alguien en la vida; y a no ser críticos y promotores de un cambio en pos de la solidaridad, la igualdad de derechos y la equidad, sino a antes bien, a ser egoístas, competitivos y a incorporar en sus vidas el clásico ‘sálvese quien pueda’.

Con esto no pretendo desacreditar la enseñanza de saberes, al Ministerio de Educación Nacional, ni tampoco a todos los padres de familia… ni más faltaba. Pero al que ‘le caiga el guante que se lo achante’.

Hace ya un tiempo (mínimo unos 15 años), Colombia y una buena parte del planeta, establecieron unos nuevos lineamientos educativos alejados de la clásica memorización de contenidos insalubres. Pero aún después de todos estos años, son muchas las experiencias educativas que se ocupan de llenar de datos las permeables mentes de los estudiantes:  de inyectarles información desapasionada, “exenta de gestas” (como diría Ernesto Sábato), descontextualizada y tontamente anacrónica, que a diferencia de inspirarlos, más temprano que tarde, los lleva es a expirar. 

Tuve, hace más de 25 años, un profesor de álgebra (si es que se le puede llamar así), que me enseñó a odiar las matemáticas, a rebelarme sin causa, a experimentar el terrorismo docente, a humillarme ante la superioridad cognitiva y como ‘en las películas’, a entrar en pánico ante su sonrisita maléfica de ‘aquí mando yo y córtese el pelo que parece una niña’.

Pero también hubo maestras y maestros de verdad: Cecilia, la que me inspiró el temprano amor (mi profesora de preescolar), de quien estuve ‘tragado hasta el tuétano y nunca se dio por enterada. Rafael Díaz, el que salvó mi vida sembrándome (y hasta que deje de respirar), los beneficios de la duda y el placer de las preguntas, sobre todo ante las formas y lo aparente. La que me forjó amante de las revoluciones: Nelly; y la que (de algebra también), creyó nuevamente en mí como estudiante y persona humana, capaz no solamente de resolver ecuaciones, sino también de ser feliz.

El Premio Compartir ha nominado a grandes maestros a más de 300 docentes en todo el país a lo largo y ancho de sus 16 años de historia, premiando como ilustres y grandiosos a más de 70. Y aunque parezcan pocos, sus impactos son muchos y altamente significativos. Multipliquen no más 70 Cecilias, Nellys y Rafaeles por cada grupo de estudiantes que han pasado y pasarán por sus aulas.

Así que no todo está perdido ‘compañeros y compañeras’, pues sin lugar a dudas estos maestros, junto con muchos otros que se encuentran en el anonimato, han llegado a inspirar y potencializar la vida de más de un niño, niña o joven en el país, y a contribuir directamente y en este sentido, con la formación de una ciudadanía de bien.

Dedicarse a la docencia, más que un reto profesional inconmensurable (no sólo por la mala paga y el desagradecimiento social implícito en el oficio), es un acto de heroísmo que raras veces permitirá verse retribuido por quienes han querido servir. Por eso esta columna es un momento para honrar a todos aquellos que allá afuera enseñan lo mucho o poco que saben amando a sus estudiantes, así como un reconocimiento para quienes por la gracia de ese amor y vocación pedagógica, llegan a inspirar ‘personitas’ de toda índole, sin esperar nada a cambio, salvo la felicidad de haberles servido para mirar el mundo y el universo con ojos desprevenidos y muy bien abiertos.

Tan abiertos que cualquier día, además de agradecerles, sepan cuestionarlos y proponerles nuevos retos para el venturoso camino de la enseñanza y el aprendizaje.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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María Del Rosario Cubides Reyes
Gran Maestra Premio Compartir 2006
Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.