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¿Qué es la Cátedra de la paz?
Es urgente que el Ministerio de educación replantee lo que ha dado en llamar “Cátedra de la paz”, de lo contrario, esta no pasará de ser una “bonita” intención.
Según el decreto 1038 de mayo de 2015, hoy todos los colegios y universidades deben tener en sus currículos y en sus Planes Educativos Institucionales, algo que se llame Cátedra de la paz.
El decreto está redactado con tal nivel de ambigüedad, que no importa lo que hagan o dejen de hacer los centros educativos, pues incluso, sin proponérselo, están cumpliendo con la Cátedra.
El decreto establece doce temas, cualquier institución, según su consideración, puede escoger dos de ellos: Justicia y Derechos Humanos; Uso sostenible de los recursos naturales; Protección de las riquezas culturales y naturales de la Nación; Resolución pacífica de conflictos; Prevención del acoso escolar; Diversidad y pluralidad; Participación política; Memoria histórica; Dilemas morales; Proyectos de impacto social; Historia de los acuerdos de paz nacionales e internacionales; Proyectos de vida y prevención de riesgos.
El problema no está en seleccionar dos temas de esta lista, sino en preguntarnos: ¿puede un sistema educativo prescindir de uno de ellos?
Ahora bien, hay una paradoja en la realidad creada por la Cátedra de la paz. Por un lado, tiene un abanico muy amplio de contenidos, de los cuales muchos serán ignorados por los colegios –recordemos que solo están obligados a escoger dos–. Y, por otro lado, está la falta de contenidos específicos relacionados con el conflicto armado en la asignatura de Ciencias Sociales. La paradoja está en que muchos de los contenidos necesarios de esta asignatura están propuestos, de manera electiva, en la Cátedra de la paz, por ejemplo, Memoria histórica y la Historia de los acuerdos de paz.
Los actuales contenidos de Ciencias Sociales fueron establecidos en los llamados Estándares Básicos de Competencias, estos fueron diseñados y publicados en 2004 por el Ministerio de Educación. Dichos Estándares determinan lo que un estudiante debe aprender en Ciencias Sociales según el grado que se encuentre cursando. Así, por ejemplo, el conflicto armado –que no es nombrado en los Estándares– aparece en 10º y 11º. Para estos dos años se plantean treinta temas obligatorios, cuatro de ellos están relacionados con el “conflicto”.
Al revisar en detalle los estándares es posible afirmar que se privilegia la narrativa del victimario, ya que tres de ellos se concentran en los actores del conflicto: guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares. Es importante destacar que en estos se excluye de manera intencional a la Fuerza Pública.
El cuarto estándar se refiere a las “víctimas”, pero, como con la palabra “conflicto”, esta última tampoco aparece de manera explícita: “Identifico causas y consecuencias de los procesos de desplazamiento forzado de poblaciones y reconozco los derechos que protegen a estas personas”.
Resulta interesante observar cómo se anulan las otras modalidades que han afectado a miles de colombianos. Si bien el número de desplazados supera cualquier otra cifra relacionada con el impacto del conflicto sobre la población civil, es peligroso determinar prioridades de visibilización de las víctimas según criterios cuantitativos.
Entonces, ¿qué hacer? La respuesta no está en una nueva Cátedra, como insiste decididamente el Ministerio de educación, sino en intervenir los Estándares. No se trata de modificarlos todos, sino de ajustarlos, comenzando por llamar las cosas por su nombre: víctimas, memoria y conflicto.
Hablar de memoria histórica en la escuela no implica construir una narrativa que se centre, exclusivamente, en el horror de la guerra o en el señalamiento revanchista sobre los victimarios. Al contrario, es necesario que los estudiantes comprendan los distintos procesos de resistencia que las comunidades han desarrollado y que miren, de manera compleja, la categoría “víctima”. Es decir, que sean capaces de pensar la identidad de estas más allá del hecho violento padecido.
En este orden de ideas, abordar la memoria histórica en las aulas de clase del país, es un aporte fundamental para la construcción de paz: genera vínculos de solidaridad con las víctimas, al tiempo que rompe con los discursos justificatorios de los distintos actores armados, incluidos los de la Fuerza Pública.
Vale la pena volver a preguntarnos, una vez más, si estamos dispuestos a que las futuras generaciones continúen graduándose sin conocer la dimensión y los daños de la guerra. Es necesario que el Ministerio de educación se replantee el espíritu de la Cátedra de la paz y que comprenda que no es cacareando decretos que se educa para la paz. Bien puede proponer unos contenidos que se enseñen de manera transversal en la escuela, sin embargo, dejar de manera electiva la memoria histórica, implica poner una tilde que agudiza el ruido de la palabra impunidad.
Este artículo fue publicado originalmente en El Espectador. Compartir Palabra Maestra lo reproduce con el permiso directo del autor.
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*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 297 lecturas