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Ser Gran Maestra del Premio Compartir tiene sentido
La experiencia de Laura María Pineda, quien recibió en 1999 este galardón por parte de la Fundación Compartir.
Ese sencillo acto de redactar una experiencia pedagógica sería el comienzo de una secuencia de sorpresas que se extenderían durante todo el año 1999. Me sorprendió tanto haber sido seleccionada para formar parte de los veinte docentes nominados, que me pregunté toda una noche qué era lo trascendental en mi respuesta a la convocatoria, qué era lo significativo de las diferentes entrevistas. ¡Realmente estaba desconcertada!
Así mismo, me sorprendió el excelente tratamiento dado por la Fundación Compartir a los docentes nominados, durante tres días en la ciudad de Bogotá, fuimos tratados, como dice la expresión, a cuerpo de reinas o reyes. También fue motivo de asombro tanta diversidad en las experiencias novedosas de los otros docentes.
El solemne homenaje a los maestros galardonados, me conmovió por extraordinario. Me parecía inaudito ser la primera Gran Maestra de este excepcional Premio. Todo era tan inusual que por momentos tuve la sensación de estar viviendo un bellísimo sueño o un cuento de hadas de la época medieval. ¡Pero no! ¡Era la más maravillosa experiencia laboral vivida en el mundo real! Fue un Premio que no pasó desapercibido.
Todos los ojos, especialmente los del sector educativo, estuvieron centrados en él. Por ello, las sorpresas continuaron: constantes entrevistas radiales, periodísticas para la televisión; múltiples y conmovedores mensajes de felicitaciones llegaron de todas partes del país, enviados por altos dignatarios, por las instituciones en las cuales me eduqué, por diversos centros educativos, por viejas amistades de diferentes regiones y por la gente de mi querido Calarcá que se sentía orgullosa del Premio; bellos homenajes que expresaban la alegría de diferentes sectores e instituciones porque el galardón también les atañía, lo cual era absolutamente cierto y profundamente emocionante.
¡En fin, el Premio pasó a ser un asunto de comunidades! Sin embargo, todo lo vivido en esa época fue efecto de un largo trabajo lleno de entusiasmo por la lectura cuidadosa de textos teóricos propios de mi área, según la formación recibida en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. Lectura de nuevas ideas sobre pedagogía, tímidos trabajos experimentales en el aula, en los cuales descubría con alegría que era posible orientar los procesos de escritura y lectura desde bases teóricas muy actualizadas.
Además, el trabajo en equipo con mis compañeras y con docentes de otras instituciones me fortalecía en mis prácticas pedagógicas. Toda esa experiencia acumulada desembocó en la elaboración de una propuesta más segura sobre lecto-escritura para estudiantes del INEM José Félix de Restrepo de la ciudad de Medellín, en 1997.
La propuesta era coherente con los indicadores de logro de lengua castellana de la resolución 2343 de 1996. Las directivas del INEM consideraron que esas experiencias ameritaban mi participación en la convocatoria de la primera versión del PREMIO COMPARTIR AL MAESTRO. Con escepticismo describí la experiencia. Pero meses más tarde, toda la comunidad inemita, incluida yo, en medio de la sorpresa, celebraba con alegría la posesión del galardón, la estatuilla y la placa conmemorativa, los cuales eran símbolo de prestigio y motivo para luchar por mayores logros en el futuro.
Como resultado del regocijo, los inemitas extendieron un enorme pasacalles en el cual se leía desde la autopista: “Aquí tenemos la mejor maestra del país”. ¡La emoción y el agradecimiento desbordaban mi ser! Literalmente me quedaba sin palabras. Pero ahí no paraba el impacto del Premio. En el campo personal, haber sido distinguida como Gran Maestra imprimiría una fuerte variación en el derrotero de mi vida.
Algo similar le ocurrió a María Dolores Aristizábal, Maestra Ilustre, 1999. El Premio despierta una inusitada credibilidad en las voces de los maestros galardonados tanto en sus comunidades educativas como en su medio.
En nuestro caso, fue un detonador que nos impulsó a irradiar nuestro trabajo académico y pedagógico más allá de los límites de nuestros colegios, para interactuar en otros espacios escolares de la Zona Metropolitana, en varias facultades de educación donde fuimos invitadas y en diferentes municipios de nuestro departamento, porque querían conocer las experiencias premiadas durante el segundo semestre del año 1999. Hicimos nuestro, el compromiso de trabajar con grupos de maestros a la par con el trabajo cotidiano de la Institución.
Durante el año 2000, la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia nos brindó la oportunidad de integrarnos, como maestras en comisión, a sus programas de “Mejoramiento de la Calidad de la Educación Básica” y de “Investigación y Desarrollo Educativo” desde donde continuamos realizando nuestra labor con entereza.
Me correspondió socializar los resultados de las Pruebas Saber en el área de lenguaje, en diferentes regiones del departamento de Antioquia, mientras María Dolores realizaba una experiencia piloto en el área de matemáticas, en diferentes municipios. Actualmente, ambas trabajamos en el proyecto “La calidad de la educación desde el desarrollo de competencias en lengua castellana y matemáticas”.
En este proyecto me corresponde coordinar la parte académica. Éste está dirigido a las veintiún Escuelas Normales Superiores del sector oficial del Departamento de Antioquia. Lo interesante de este proyecto es que está vinculado al Plan Decenal de Educación y Cultura para Antioquia y al actual Plan de Desarrollo Departamental, en el marco del cual la cualificación de la educación es una de las prioridades.
Esta breve descripción de lo que ha significado, para mí, ser la Gran Maestra 1999, permite visualizar el impacto del Premio en nuestro medio. Finalmente, considero que tan magnífico homenaje enaltece y estimula la labor educativa de muchísimos docentes comprometidos en todos los rincones del país.
No en vano afirma Gabriel García Márquez con respecto al Premio Compartir Al Maestro: “Honrar, honra. Acordarse de los maestros, distinguirlos y enaltecerlos es honrarlos y honrarnos por lo que ellos han hecho de nosotros. Premiar a todos en uno de ellos, como ustedes se proponen, es todavía mucho más: un paso de siete leguas hacia una verdadera educación por la paz”.
Ennoblecer la labor del docente, premiar sus altos logros, situarlo en un lugar de preeminencia en la vida de la cultura es contribuir a la dignificación de la profesión docente y al mejoramiento de la calidad de la educación. Es esta la significación más profunda y trascendental del Premio.
Autora: Laura María Pineda, Gran Maestra 1999
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.- 32 lecturas