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Turismo la fuerza (invisible) que mueve al mundo

Estamos viviendo una Travelitis furiosus.

Julio 6, 2015

La primera vez que vimos un avión grande de cerca fue en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza (argentina) en 1963. Teníamos 13 años y una compañera de colegio secundaria de ascendencia sueca volvía a su terruño. La excursión fue una aventura, despedir al avión desde la terraza una mezcla de admiración y de nostalgia. Recién 3 años más tarde haríamos nuestra primera incursión aérea de cabotaje, y deberían pasar otros tres hasta que finalmente en enero de 1969 voláramos por primera vez a París, con escala a Dakar.

Fue entonces que se encendió nuestra pasión por los viajes y el turismo, por los itinerarios y el “depaysement”, por los viajes y las escalas, y sobre todo por el choque (creativo) de las culturas que solo se puede experimentar “in vivo”. Lo que había sido una alfabetización lingüística en un colegio bilingüe inglés donde hicimos nuestra primaria y secundaria, se convertiría entonces en una alfabetización turística iniciática. Solo llegando a los otros en su lengua podemos sentir con ellos, pensar con ellos, compartir su pasado pero sobretodo diseñar nuestro (y su) futuro.

Llegamos a los viajes internacionales, los que usamos un pasaporte como trampolín a otras mentes, sensaciones y experiencias, ni demasiado pronto (en 1950 solo había 22 millones de saltos de fronteras) ni demasiado tarde (en 2012 se rompió la barrera de los 1.000 millones de turistas anuales).

Pero no importa cuántas veces uno es sujeto de viajes y nosotros lo somos en modo pleno (con 6 internacionales en el semestre y varios más locales), para llegar a entender que formamos parte de una de las industrias más dinámicas del planeta como esta infografía lo retrata:

El turismo es una de las industrias que mueven al mundo. De los 7.200 millones de habitantes del planeta, 1.138 millones cruzamos en 2014 alguna frontera en nuestros viajes de placer, una cifra récord. Se trata de un negocio al alza, que siembra riqueza y destrucción a nivel global, y que tiene a China como nuevo protagonista.

Para el turismo global de hoy todo empezó con la caída del muro de Berlín, en 1989. Cifra llamativa porque casi se toca con la emblemática de 1991 que vio nacer la web. Nada casualmente el mundo de hoy está viviendo dos revoluciones: la tecnológica y la de los viajes. Mientras que la tecnológica conecta al mundo virtualmente, la de los viajes nos conecta físicamente.

Este crecimiento vertiginoso tiene antecedentes muy anteriores y podemos fijarlo en 1958, cuando un vuelo comercial de Pan American 707 hizo la ruta de Nueva York a Bruselas sin reabastecerse. Medio siglo más tarde uno de cada 11 empleos en todo el mundo se ha creado gracias al turismo. Y cada puesto de trabajo del sector genera 1,4 trabajos adicionales.

Vacaciones, esa palabra mágica y recurrente es la que está dando otra vuelta de tuerca a la industria del turismo mundial.

Lo cierto es que estamos viviendo una “Travelitis furiosus” como decía George Mikes. Mientras no hay por qué alarmarse de que ni los Gobiernos, ni los organismos internacionales, ni los medios de comunicación se hayan dado cuenta hasta hace muy poco acerca de la potencia comunicacional, económica, intercultural y sobretodo educacional del turismo. Siempre ha existido consenso de que la energía, el petróleo, las finanzas, la ciencia y la agricultura son vitales para el desarrollo global. Pero el turismo no entraba en las agendas de los poderosos del mundo -salvo en Francia-.

1. Vacaciones es el nombre del juego

Vacaciones. Precisamente esa palabra mágica y recurrente es la que está dando otra vuelta de tuerca a la industria del turismo mundial. Las vacaciones pagas de dos semanas se inauguraron en Francia de la mano de Leon Blum en 1936, llegarían a la Argentina en 1945 de la de Juan Domingo Perón, y a China recién en el año 2000 cuando el Gobierno autorizó vacaciones pagadas en las Semanas Doradas (el Nuevo Año Chino, a finales de enero o en febrero, y el Día Nacional, en octubre), el turismo chino se incrementó aceleradamente y todo volvería a cambiar para siempre.

El acelerón ha llegado hasta el punto de que China se convirtió en 2014 en el primer país del mundo emisor de turistas (120 millones, y la cifra alcanzará los 200 millones en 2018), según una prospección del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (World Travel & Tourism Council), el foro que agrupa a cien de las empresas más poderosas del sector.

El Turismo opera como una varita mágica que transforma en forma inexorable las relaciones sociales, forma parte del paquete de la globalización y hace posible dos fenómenos de naturaleza contradictoria y problemática, por un lado abre la posibilidad a encuentros entre culturas diversas en una escala inimaginable. Al mismo tiempo al convertirse en una commodity, y al masificarse, se convierte en una amenaza capaz de destruir a la cultura local, a la diversidad y sobre todo a la especificidad de las culturas, los lenguajes y prácticas idiosincrásicas de cada sociedad.

2. Estropeando tanto a cambio de tan poco

Los casos de autoagresión turística son de lo más variados. Y es algo que tanto las agencias internacionales, como los gobiernos y muchas veces los países involucrados ignoran, ocultan o prefieren pasar por alto. Como toda actividad compleja que involucra grandes números de personas, acciones e instituciones el turismo masivo tiene consecuencias, no queridas, sumamente contraproducentes.

Lo que ni las guías, ni los catálogos, ni los blogs muestran es algo que está a la vuelta de la esquina, y que con solo perdernos en las ciudades, salirnos del tutelaje de los hoteles de 5*, o del control de los guías es más que evidente.

El urbanismo salvaje en las costas españolas Portugal, Italia o la Costa Azul; la destrucción del centro histórico de Pekín a manos de Mao; la destrucción de los barrios históricos en los alrededores de La Meca, y peor aún la desecación de los acuíferos en el sitio arqueológico de Angkor (Camboya), a fin de alimentar de agua a los hoteles colindantes, con el consiguiente peligro para los cimientos de los templos, son los ejemplos más sonoros como todos los que inventaría con un puntillismo y desolador Elizabeth Becker en una de las mejores obras sobre el tema como es Overbooked: The Exploding Business of Travel and Tourism.

No es casual que una ciudad de 60.000  habitantes como Venecia que fuera visitada por 9,8 millones de turistas en el año 2013 se haya convertido en el símbolo de “la pesadilla del turismo desregulado”. Menos aún, que la mayoría de los grandes cruceros turísticos viajen bajo cualquier bandera (menos las del primer mundo) a fin de pagar sueldos raquíticos en barcos a los que el científico Gershon Cohen calificó como “productores flotantes de mierda”.

¿Qué decir de las condiciones laborales en Dubai o Qatar donde ya han muerto 4.000 obreros de la construcción (de un total de 1.5 millones de mano de obra cuasiesclava) en los estadios para el hipotético Mundial de Fútbol que se jugaría en 2022 (cuando en los 6 mundiales anteriores solo murieron 80).

Como tantas otras cuestiones el turismo es función de las políticas públicas (o de su ausencia), y en el caso de las grandes ciudades la responsabilidad es de los alcaldes que los hay de todo tipo, corruptos y libérrimos (con el dinero y el malestar ajeno), como Giorgio Orsoni, en Venecia, o progresistas y reguladores como Alain Juppé en Burdeos u Oriol Bohigas de Barcelona, que con sus más de 7,5 millones de visitantes en 2013, requiere el control como la que más. Dime de que alcalde estamos hablando y veremos si la política turística salva o hunde a tu ciudad.

La miopía en alfabetización turística se paga carísimo como ocurrió en USA después del 11S en donde se aprovechó la paranoia para exacerbar el aislacionismo y la fobia y USA perdió 600.000 millones de dólares de ingresos en 10 años. Por suerte el presidente Obama revirtió parcialmente esa dejadez a facilitar a los turistas chinos  visados de entrada múltiple para Estados Unidos de hasta 10 años. Mientras que Bill de Blasio, el alcalde de Nueva York,  se esmeró para que la ciudad recibiera 56,4 millones de visitantes en 2014 y el turismo generó 350.000 puestos de trabajo. El objetivo es conseguir 67 millones de visitantes anuales para 2021.

Además ciudades como Ámsterdam muestran cómo es posible invertir estas tendencias al regular Airbnb: que se puede usar un máximo de 60 días al año mientras los vecinos no protesten.

3. Francia, la excepción salvaje

Francia no llegó a ser la meca del turismo mundial con sus 83 millones en visitantes en 2013, (seguido por Estados Unidos, España, China e Italia) por casualidad. En París se habla ya de los turistas como ciudadanos temporales que tienen derechos, pero también obligaciones.

Los franceses, con sus más de 365 tipos de queso -uno para cada día del año-, su idea patriótica de que su territorio es un jardín, su pirámide del arquitecto I. M. Pei para ordenar la entrada de 9,3 millones de visitantes al año al Louvre (cifra récord de museos en el mundo) y su sensible estilo de vida, ostentan año tras año el título de país más visitado del mundo.

Tres fechas ilustran esta capacidad de Francia para poner en valor su cultura y la belleza que acompaña al turismo. En 1834 se nombró a Próspero Mérimée, el autor de la novela Carmen, inspector general de los monumentos históricos (hay 44.236 monumentos protegidos). Ya mencionamos las vacaciones pagas de 1936. Y a principios de los años sesenta, el escritor André Malraux, ministro de Cultura de Gaulle, obligó a los propietarios de los edificios privados de París a pintar las fachadas con regularidad.

No todas son rosas, y los parisinos siempre fueron xenófobos. Aún recuerdo cómo las empleadas del metro fingían no entender nuestros pedidos foráneos de “carnets” (abonos) para abortarlos con la excusa de una falta de pronunciación perfecta.

La estrategia turística nacional francesa consiste en preservar lo más autóctono posible el espíritu francés. Mientras, los libros de turismo triplican a los de historia en los anaqueles de librerías de todo el mundo mostrando porque para conocer a los otros lo mejor que podemos hacer es viajar hacia donde ellos viven, hablar en su idioma, comer con su paladar, y ver y sentir con sus ojos y su piel, para -al volvernos otros- empezar a ser nosotros mismos.

4. Tecnoturismo ¿disrupción vs monocultura?

A todo lo anterior se suma la transformación que acarrea Internet y los más de 2.500 millones de viajeros millennials (los nacidos después de 1980). Su experiencia de los viajes, con la irrupción de la economía colaborativa y el uso generalizado de los dispositivos móviles, previsiblemente lo trastocará todo (y la denominada generación Z -los que tienen hoy entre 10 y 25 años- ya viene empujando).

Se trata de “una experiencia end to end, de visión completa”, como la califica Alex Luzarraga. Esto implica la conexión de todos los suministradores, la aplicación de los datos cruzados y el debate sobre los límites de la personalización. La interpenetración de las líneas aéreas y los trenes de alta velocidad a los dispositivos móviles. La posibilidad de que sea Facebook la siguiente puerta de las reservas de Internet es lo que sigue.

La industria vive cada cuatro o cinco años un proceso disruptivo. El último fue _Airbnb. Frente a este y otros portales donde se alquilan habitaciones y apartamentos directamente de dueño a usuario, David Scowsill, que representa a grandes cadenas hoteleras, se repliega educadamente. “Airbnb no es un competidor para nosotros porque está satisfaciendo un mercado diferente”, dice. Y Elizabeth Becker pone la nota crítica: “Airbnb está en todas partes, pero ya está siendo asaltada por las grandes compañías.

Y así llegamos al Turismo multimodal (holístico), películas como Jurassic World, nos hacen imaginar un turismo genético y de simulación en tiempo real, se abren nichos de todo tipo que dan lugar al turismo: (creativo; gastronómico, de proximidad, lento, aumentado, interactivo) y mil variantes más.

Ser turista deja de ser un pasatiempo o un entretenimiento y se convierte en el diseño de una experiencia. De acuerdo a la demografía de lo mileniales ya no alcanza con “marketinear” destinos exóticos o de aventura, sino que estamos frente a una mutación de una actividad que merece una mejor denominación (¿gestión de destinos?), que evoca metáforas poco inteligentes (como destinos inteligentes), y que sobretodo nos obliga frente a la amenaza a la sustentabilidad del planeta que el turismo conlleva, a pensar mejor y a más largo plazo la viabilidad de una profesión, industria o sector que (nos) promete mucho, pero a un costo muchas veces impagable.

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Gustavo González Palencia
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