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Y que Pitágoras nos guíe

Han sido pocas las ocasiones en las que un profesor ha tenido posibilidades de asumir la presidencia de Colombia. En estas elecciones, se puede.

Marzo 24, 2018

Han sido pocas las ocasiones en las que un profesor ha tenido posibilidades de asumir la presidencia de Colombia. Una de las más memorables fue la de Antanas Mockus, cuya bandera ha sido recogida ahora por Sergio Fajardo; juntos nuevamente en esta odisea de intentar llevar el colegio a la calle; una hazaña que podría con el tiempo permitir que el colombiano promedio se comprometiera un poco más con el devenir de una sociedad a merced de los ídolos de turno, por lo general proyecciones de un país enfermo que no se inquieta ante la corrupción y la muerte.

Ambos profesores se formaron desde la razón, el argumento y la magia de las matemáticas; ambos con experiencia en la administración y la dignificación de la política en el caos, y siempre asumiendo con ética, la ley. Ambos docentes conscientes de que este país, lo que necesita es educación, cultura, y respeto por la democracia para defender la democracia, inmovilizada durante décadas por la política del odio y esa retórica populista que manipula desde las emociones. Estos dos profesores refrescan el panorama tan polarizado que vive nuestro país, y son una opción viable en el terreno electoral en el que se han erigido dos vertientes mesiánicas, que no dejan de manipular las emociones, y que interpretan de manera sospechosa la coyuntura política.

Entre más se intenta una conversación con alguna de estas posiciones que repuntan de manera sospechosa en las encuestas, más se valida la imagen del docente como esa piedra contra la que se estrella y se hace añicos la estupidez del mundo. Lo que se detecta en el discurso es fanatismo y exclusión, y un lamentable afán de lucro personal alejado de los intereses y las necesidades de una Colombia que padece a la clase política tradicional.

Los que creemos en la educación, sabemos que un profesor puede marcar la diferencia. Si pensamos el país como un salón de clases, entendemos el papel fundamental del diálogo y del equilibrio a la hora de buscar estrategias que nos permitan salir adelante; en el aula cabemos todos y no unos pocos; la retórica del odio oculta en la palabra amor, o la retórica de la manipulación desde el miedo, son eso, efectismos inmediatos, y a estas posturas se las debe educar para que no sean las simples emociones las que guíen nuestros pasos o nuestras decisiones. Lo cierto es que cuestionar la estrategia del amor se ha tornado peligroso, incluso más peligroso que cuestionar la estrategia del miedo. Carlos Fajardo Fajardo [1] lo recuerda: "Ganarse el corazón del pueblo", también lo proclamaba Josef Goebbels.

Lo que necesita este salón-país es un profesor, así se puede abrir el camino a una reflexión más profunda que no le cierre la puerta de manera definitiva a una postura política lúcida, que haga de la crítica una necesidad y no una posibilidad de ser agredido. Es en los salones, en donde a veces, cuando hay buenos maestros, sucede la magia, que en ocasiones sale al mundo para buscar humanizarlo. Se debe llevar el colegio a la calle y Mockus y Fajardo lo entendieron hace tiempo.

Carlos Fajardo Fajardo ya ha analizado el manejo de las emociones en la política señalando que se ubican en el terreno de las pasiones del ciudadano, definidas por las lógicas del mercado y por los medios de comunicación. Quererlo todo o nada, sin mediaciones que vayan más allá de esas decisiones pasionales. Se suspende todo pensamiento ante el gran ídolo. Fajardo Fajardo describe así lo que denomina como Emocracia global: “una pasión ideológica, enajenada y obesa de certidumbres absolutas, lo cual desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a la diferencia. Sus consecuencias son predecibles: redes de informantes, caza de brujas, odio combinado con fe y creencia. Las sensibilidades contemporáneas globales son su mejor ejemplo. La emocracia ha permeado toda la cultura, formando ciudadanos obedientes que dan un sí a la destrucción de sus adversarios, un sí a su aniquilamiento…”. Nada más peligroso que cuestionar a estos ídolos porque te atacarán en masa o en red.

En Colombia la extrema izquierda logró ponerle el país en bandeja a la derecha y a la extrema derecha; logró definir el odio en su nombre y volverse el pretexto para que el elector votara en su contra. Las guerrillas colombianas nos han puesto a Pastrana, Uribe, Santos y es probable que a Vargas Lleras o a Duque. Sin embargo es curioso que luego de ese extraño proceso de paz, es posible que sea la mutación de la izquierda política ahora en el escenario,  la que en esta ocasión vuelva a imponer a esa derecha y su macabra visión de país, porque no fue capaz de tender un puente democrático que supiera leer la coyuntura política.

Así como Santos con el plebiscito por la paz, demostró que esa clase política a la que pertenece, no sabe leer el país que maldirige, así esta izquierda actual no sabe leer, o no le importa –y esto es lo que la vuelve sospechosa-, leer la coyuntura política, y crear una posibilidad ganadora en segunda vuelta. Las votaciones al senado evidenciaron que es poco probable estadísticamente que esa izquierda romántica –que tiene toda la razón en su visión de país- gane la presidencia; pero es incapaz de bajarse de sus emociones y hacer un cálculo político a futuro que garantice su triunfo en los próximos gobiernos. La conclusión es desoladora: estos ídolos de la izquierda se acostumbraron a perder. Han sido cómplices del descalabro que sufrimos y que se administra desde arriba de una manera tan inhumana y tan torpe. Han preferido ayudar a hundir el barco y señalar el naufragio, y luego si es posible, crear uno a la medida de sus egos.

Algunos de ellos ya comenzaron a entender este problema y por ello se han esforzado a salir de su radicalidad. El polo respaldando a Fajardo es una prueba.

Los únicos que podrían ganar en segunda vuelta a esa derecha frívola y excluyente son este par de profesores; ayudarían a crear los cimientos para que llegue con el tiempo una izquierda más madura y democrática, y dispuesta a leer el país real lejos de sus egos personales, y conscientes de que por encima de sus batallas quijotescas para manipular emociones, el problema consiste en poner por encima de sus intereses, los intereses del país y de una sociedad que aprovechando la paz, podría comenzar a dignificar la diferencia, y a construirse para entrar algún día en lo cauces de la modernidad… pero ¿Cómo hacerles entender que son parte de un proceso, y que no son los dueños ni la encarnación de una revolución humana? Eso es lo que sucede en las aulas y por eso un profe puede marcar la diferencia. Estoy convencido de que Carlos Gaviria hubiera seguido esta línea de apoyo.

Por eso profesores de Colombia, prestidigitadores del asombro, soñadores de futuro, sumos sacerdotes de la ética y del diálogo, matemáticos y filósofos que supieron resguardarse en la lógica y en la razón, un poco al margen de tanta pasión estéril, creo que es hora de reivindicar la mesura de los números y del poder filosófico que acerca a la virtud, y oponerla críticamente al ruido de la manipulación ideológica que enceguece y manipula… y que Pitágoras nos guíe; se puede.


*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Docente Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia y doctorando en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama
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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.